Sueño De Una Luna De Estambre

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Un plato con frijoles de la olla fue lo único que pudieron ofrecerle a Jaime quién comía como desperado, empinándose el plato a la boca y engullendo la comida sin siquiera masticarla. Alma y Leonora lo acompañaban y lo observaban comiendo cual si fuera un náufrago. Jaime terminaba su plato de comida y Leonora llamaba a Rita para que le trajera más comida. Ya era el tercer plato, pero Jaime aún tenía hambre. Rita sorprendida regreso a la cocina para llenarle con más frijoles el plato. Alma y Leonora tenían muchas preguntas y ahora que Jaime no tenía comida en la boca podía responderles.   

            --¿Dónde estuviste todo este tiempo? —preguntaba Leonora.

            --En el frente.

            --¿Estuviste en batalla? —volvía a preguntar Leonora.

            --Así es, pero mi tropa fue derrotada y tuve que huir.  

            --¿Estas huyendo? —pregunto al fin, Alma.

            --Si—contesto Jaime, haciendo que Leonora empezará a preocuparse. Ella y Alma volteaban a verse de manera sospechosa.

            En ese momento regreso Rita trayendo consigo un plato repleto de frijoles para Jaime. Le pregunto si quería más tortillas a lo que Jaime contesto que sí, entonces Rita salió del comedor llevándose le canasto de las tortillas.

            --¿Y por qué viniste aquí? —pregunto Leonora, descortésmente.

            --¡Mamá!

            --No. Está bien, Alma. Tu mamá tiene razón—decía Jaime levantando su mano—Vine aquí porque no tenía a donde ir. Mis padres viven muy lejos y el ejército me buscaría ahí y la verdad es que no tengo a nadie más y pensé que tal vez me permitirían quedarme aquí un tiempo.

Alma se puso muy feliz y estuvo dispuesta en recibirlo, pero Leonora se opuso argumentando que sería peligroso mantenerlo escondido.

            --¿Y tú tío? —pregunto Leonora, intentando encontrara un pretexto para no recibirlo.

            --Él…Murió.

Leonora y Alma se consternaron al escuchar la noticia de la muerte del coronel Juan Duarte.

            --¡Dios mío! —decía Leonora llevándose una mano al pecho—Pero… ¿Cómo paso?

            --Después de una batalla en la que su tropa murió, el…bueno…desapareció. Después, por un compañero supe que el coronel Juan Duarte se escondió en un antiguo almacén que servía como bodega para escondite de contrabandistas. Un día estando atrincherado en una pequeña oficina y mientras buscaba sus documentos para falsificarlos y cambiarse de identidad, tocaron a su puerta “¡Abra Duarte!” le gritaba un general villista al otro lado de la puerta. Poniéndose de pie y asomándose por una pequeña ventana, el coronel Juan Duarte pudo ver un grupo de villistas afuera del almacén. Supuso que venían por él para fusilarlo, pero no se iría sin antes dar batalla. Así que abrió un cajón del escritorio, del cual saco una caja de balas y la cual abrió para tirarlas y dejar que se esparcieran sobre su escritorio. Después desenfundo su revólver el cual cargo lentamente ya que las manos no le dejaban de temblar. Mientras lo cargaba lo golpeteos de la puerta se hacían más fuertes, así como los gritos del general villista que gritaba una y otra vez “¡Abra Duarte!” “¡Sabemos que está ahí!” El coronel Juan Duarte termino de cargar su pistola. En su cabeza retumbaban los golpes de la puerta y los gritos del general ordenándole que saliera. Apunto su revólver a la puerta pues mataría de un balazo a cualquiera que cruzara la entrada, pero fue entonces que comenzó a hacer cálculos, o los primeros que hacía en toda su vida, cálculo que tenía seis balas. Al otro lado de la puerta había por lo menos cuatro villistas, afuera en la calle el vio mínimo veinte de ellos. Sabía que el general villista sería el primero en entrar, por lo tanto, sería al primero en matar. Pero los más seguro era que al hacerlo los otros soldados que lo acompañaban no dudarían en responder el fuego. No podría contratacar el ataque de mínimo cuatro soldados. También existía la alternativa de que se le acabarán las balas o que por el miedo dejara de disparar, entonces lo capturarían y se lo llevarían para fusilarlo o colgarlo. Supo que no ganaría de ninguna manera, sería incapaz de matar a todos los soldados que entraran a su oficina solamente con un pequeño revólver. Temblando de manos y cuerpo, castañeándole los dientes y sintiendo un sonido agudo en la cabeza junto con los golpes de la puerta y los gritos del general diciéndole que saliera; se llevó el arma a la boca, jalo el gatillo y así se hizo un agujero en la parte posterior de su cabeza haciendo que sus sesos salieran disparados contra el librero que tenía detrás suyo dejando una enorme mancha de sangre. Cuando los villistas entraron después de tumbar la puerta, se detuvieron en el umbral de la puerta al percatarse de que el cuerpo del coronel Juan Duarte yacía en aquella silla, con un hueco en la nuca, escurriéndole sangre desde su boca, por su brazo hasta terminar en pequeñas gotas cayendo de sus dedos al suelo generando un charco de sangre donde yacía tirado el revólver con el que se había arrebatado la vida. Los villistas ni siquiera se tomaron la molestia de enterrarlo solo le robaron las pertenencias y lo dejaron pudriéndose sobre su silla.

            Cuando Jaime termino su relato, Alma y Leonora lo veían anonadadas después de haber escuchado la terrible historia de la muerte del coronel Juan Duarte la cual las dejaba con la piel chinita. Se quedaron en silencio no por respeto sino para procesar el impacto de la noticia.



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En el texto hay: drama, magia, romance amor

Editado: 31.08.2022

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