La estadía de Jaime fue muy provechosa, ya que además del dinero, ayudo en varios trabajos en la casa que Salvador hacía antes. Cuando iban al mercado ayudaba a Rita o Alma a cargar costales de papá o azúcar a la carreta. A veces cuando alguna cosa se descomponía como el calentador de agua o la estufa era Jaime el que las reparaba. Se dio a la tarea de cortar leños de madera, para usarlos en el calentador o la estufa. Sin que se diera cuenta Alma lo veía desde una ventana del segundo piso de la casa. Pasaba tardes enteras, viéndolo cortar leña, portando una ligera camisa de franela la cual se llenaba de sudor y se le pegaba al cuerpo permitiendo ver su abdomen y su espalda marcadas.
Durante las noches, Jaime no podía dormir, permanecía horas despierto, dando vueltas de un lado a otro en la cama. Estaba tan cerca, pero al mismo tiempo tan lejos de Alma. Estaba desesperado por poder estar a un lado de ella, pero tampoco quería romper la promesa que le había hecho a Leonora, pensaba en salir de su alcoba y escabullirse hasta la alcoba de Alma, pero no estaba seguro que conseguiría con ello. Tal vez Alma se asustaría lo delataría con su mamá y esta lo echarían de la casa por intentar aprovecharse de su hija, pero lo que Jaime no sabía es que Alma también permanecía despierta toda la noche, mirando fijamente el techo. “¿Cuál era su intención?” “¿Qué hacía en la noche?” eran cosas que Alma pensaba durante horas. En el fondo ella también quería acercársele, pero sus prejuicios morales no se lo permitían. La idea de que una jovencita de su estatus social entrara a la habitación de un hombre era inaceptable. Hubo un momento en que esto dejo de importarle, pues estaba ardiendo en deseos de estar a un lado de él, pero si su mamá se enteraba de que entraba a la alcoba de Jaime sería reprendida severamente, pero además de eso su mamá no dudaría ni un instante en echarlo. Así que varias noches ambos solo se quedaban acostados en sus camas repasando sus fantasías una y otra vez.
En el día también se mostraban distanciados uno del otro, cuando se cruzaban caminando por la casa, bajaban sus miradas y solo se daban los buenos días. Solo intercambiaban palabras cuando se reunían en el comedor a desayunar, comer o merendar. Cuando iban al mercado o al centro de Santa Inés siempre iban acompañados de Rita o de Leonora imposibilitando la oportunidad de que pudieran estar solos. Durante las comidas, había una tensión entre ambos cada que cruzaban sus miradas, pero Leonora siempre se sentaba en medio de ellos, interponiéndose entre los dos.