Alma y Leonora mataban el tiempo tejiendo y bordando. Una tarde estaban bordando, cuando a Leonora se le acabo el estambre de color amarillo y mando a Alma a su alcoba para que buscara en el cajón de su tocador donde tenía guardado varios materiales de costura. Alma salió corriendo a la alcoba de Leonora para buscar y traer el estambre, pero Leonora se detuvo de bordar. Su mirada se llenaba de pánico pues había olvidado si había cerrado su cajita donde guardaba sus joyas y cartas, y en la cual también guardaba el relicario de Gabriel. Lanzo lejos su bordado y sujetándose las enaguas del vestido salió disparada con dirección a su alcoba para evitar que su hija esculcara entre sus cosas. Cuando llego ahí, ya era demasiado tarde, pues Alma ya tenía entre sus manos el relicario que había pertenecido a su padre. Leonora se quedó de pie en el umbral de la puerta esperando la reacción de Alma quien se giró y con su rostro consternado empezó a reclamarle.
--¿Por qué tenías el relicario de mi papá?
Leonora entro apresurada a su alcoba, arrebatándole el relicario de las manos y guardándolo de regreso dentro de su cajita musical para después guardarla entre los cajones de su tocador.
--¡No tenías por qué tocar mis cosas!
--¡Sabías que mi papá había muerto!
--¡No! ¡Tu papá no está muerto! —decía Leonora muy alterada.
--¡Basta, mamá! ¡Sé que me has estado mintiendo todo este tiempo!
Leonora intentaba sacar a Alma de su alcoba.
--Tenías escondido el relicario de mi papá y escuche cuando Jaime te dijo que había muerto. ¡Escribiste cartas falsas a nombre de mi papá, para hacerme creer que estaba con vida! —gritaba Alma, consternando a Leonora, quien no podía creer lo que estaba escuchando.
--¡Eso no es cierto, hija! ¡Esas cartas eran de tu padre!
--¡Por favor, mamá! ¡Ya no soy una niña! ¡Lo sé! ¡Y siempre lo supe!
--¿Siempre lo supiste? —decía Leonora completamente atónita.
--No soy tonta, mamá. Lo supe desde que era niña. Me di cuenta cuando comparé la letra de la carta con una nota que mi papá me había escrito en una fotografía suya antes de que se marchara.
--¡Hija! ¡Es que tu no entiendes! —decía Leonora, desesperada, intentando hacer entrar en razón a Alma.
--¿Qué no entiendo mamá? —decía Alma llorando--¿Qué me mentiste? ¿Qué me engañaste? ¿Qué me has estado mintiendo todo este tiempo?
--Lo hice para protegerte. Ya no quería verte llorar, hija.
--¡Eres una mentirosa, mamá! —le gritaba Alma, rompiéndole el corazón a Leonora.
Después se fue corriendo de la alcoba azotando la puerta. Leonora se quedó llorando y tomándose el pecho con la mano sintiendo como empezaba a dolerle el corazón.
Alma lloraba desconsoladamente, pensando en cómo su mamá mantuvo una mentira durante tantos años, una vez más se sentía traicionada y defraudada. Después se giró para ver la fotografía de su papá sobre su tocador, la tomo y la miro dejando que algunas gotas de sus lágrimas cayeran sobre la imagen de Gabriel.