Sueño De Una Luna De Estambre

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No le gustaba dejar en esas condiciones a su mamá, pero Leonora necesitaba a un médico urgentemente. Alma debía ir a Santa Inés en busca de uno así que subió a la carreta y salió con dirección al pueblo.

            Cuando llego, no podía creer lo que veía. Santa Inés estaba desolado. La plaza de aquel pueblo que ella recordaba llena de personas y de niños por todos lados, ahora solo estaba llena de papeles y basura. Los árboles estaban secos, la fuente ya no lanzaba agua, las calles estaban vacías. Alma camino por la banqueta la cual estaba repleta de polvo. Paso caminando frente a las tiendas las cuales tenían los vidrios rotos dejando ver que estaban completamente abandonadas y hechas un desastre en su interior. Algunas tiendas estaban selladas de puertas y ventanas. Camino hacía el consultorio médico, pero se dio cuenta que también estaba abandonado pues la puerta y la ventana estaban selladas por dos gruesos tablones de madera clavados a la pared. Alma se dio la vuelta, estaba desesperada y necesitaba ayuda, fue cuando vio a un mendigo el cual caminaba dando tumbos, con su mano extendida para pedir dinero, proclamando “¡No temas a los enemigos, teme a los amigos que te adulan!” una y otra vez con su voz chillona como un alto parlante. Alma intento hablar con él pues no encontraba otra señal de vida en todo el pueblo, pero el mendigo no le respondía pues estaba ocupado diciendo “¡No temas a los enemigos, teme a los amigos que te adulan!” sin siquiera voltear a verla.

 Fue entonces que Alma miro la botica la cual era de los pocos edificios que no lucían tan deteriorados. Así que se dirigió a ella. Toco a la puerta de la casa del boticario en varias ocasiones pues parecía que no había nadie. Después de algunos segundos tocando sin que nadie le abriera se dio por vencida y se daba la vuelta para marcharse, pero súbitamente se abría la puerta de la casa del boticario. Alma escucho la puerta abriéndose, regreso para ver una cabeza calva asomándose poco a poco de detrás de la puerta. Se puso de frente al boticario quien dio un pequeño brinco por el sobresalto.

            --¿Dígame? —preguntaba el boticario, con una gran confusión.

            --Señor. ¿No se acuerda de mí?

            El boticario ya era un hombre de edad avanzada, ya le costaba escuchar, ver y razonar, así que se quedó desorbitado mirando a Alma por unos instantes.

            --Soy Alma Ríos Montiel—decía Alma, pero aun así el boticario tuvo que hacer un esfuerzo y repasar sus recuerdos para reconocerla.

            --¿Montiel? ¿La hija de la señora Leonora?

            --¡Si, si! ¿Se acuerda de mí?

            --Si, pasa, pasa—decía el boticario, abriendo por completo su puerta y haciendo un movimiento con su mano para invitar a Alma a su casa.

            Estando dentro de la casa en su sala de estar, la cual estaba hecha ruinas, el boticario caminaba dando tumbos con su postura erguida, haciendo un enorme esfuerzo por llevar una bandeja con dos tazas de café hasta dejarla sobre una mesita que se encontraba en el centro de un pequeña y vieja sala. Alma observaba el rededor de aquella oscura y deteriorada casa. Incapaz de creer que alguien podía vivir en esas condiciones. El boticario se dejaba caer lentamente en una silla, apoyándose sobre el respaldo para no irse de espaldas. Alma desesperada y con urgencia dejo a un lado las formalidades para explicar la razón de su vista.

            --No le quiero quitar mucho el tiempo. Vera, mi mamá está muy enferma y no sé qué tenga y necesito…

            --Quisiera ayudarte, pero ya no tengo medicinas—decía el boticario destrozando las esperanzas de Alma.

            --¿Pero, por qué?

            El viejo boticario dio un suspiro, pues la historia era larga, y tomándose la barbilla con la mano intento recapitular los últimos sucesos que habían pasado en Santa Inés.

            --Hace años que deje de vender medicinas, niña.  

            --¿Por qué? —preguntaba, Alma exaltada.

            --Ya no tengo a quien venderle. Este pueblo se ha quedado abandonado.

            --Pero… ¿Cómo?

            --Desde que murió el señor Benjamin Turner y su hijo. Cerraron la mina y las personas empezaron a irse de este pueblo—decía el boticario—Ahora muchas personas han muerto, por una enfermedad que nadie sabe que es…Una de esas personas—decía el boticario dando suspiros, y quitándose los lentes para limpiarlos con un pañuelo pues estaban empañados—fue mi querida esposa.

            El boticario empezó a lamentarse. Alma ya no sabía que decir solo se quedaba viendo conmovida al boticario el cual sacando fuerza de voluntad dejaba de llorar y se ponía los lentes de regreso.

            --Lo lamento mucho—le dijo Alma dándole el pésame.

            Se quedaron en silencio por un momento como si guardaran silencio por respeto al recuerdo de la esposa del boticario.

            --¿Tu madre está enferma? —pregunto el boticario a Alma.

            --Si.

            --Creo que aún tengo algo—decía el boticario poniéndose de pie lentamente.

            Entro a su tienda, donde abrió y saco cajones buscando algo de medicina que aún le quedara, regreso llevando consigo un pequeño frasco con láudano el cual le entrego a Alma.



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En el texto hay: drama, magia, romance amor

Editado: 31.08.2022

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