Como lo había prometido el padre Matías regreso al día siguiente, acompañado por dos sepultureros en un carruaje en el que llevaban un féretro. El padre Matías estuvo con Alma en la sala de estar para que no viera cuando los dos sepultureros sacaban a Leonora de la alcoba envuelta en sábanas blancas. El padre Matías le pregunto a Alma si quería que enterraran a su mamá en el cementerio, pero ella pidió que la enterraran en el jardín de su casa. Los sepultureros obedeciendo la orden, llevaron el féretro hasta al jardín donde empezaron a hacer un gran hoyo debajo de un gran roble. Cuando el ataúd ya estaba dentro el padre Matías, Alma y Gabriel se dirigieron al jardín para darle el último adiós a Leonora.
Alma no dejaba de llorar entre los brazos de Gabriel quien permanecía silencioso y cabizbajo viendo el ataúd dentro de aquel gran agujero. El padre Matías leía la biblia y recitaba el padre nuestro. Después recito la recomendación de las almas. “Líbrala señor…” plegaba el padre Matías, siendo contestado por Alma y Gabriel. Finalmente tomando el acetre y el hisopo, roció por última vez el ataúd donde ya descansaban los restos de Leonora. Después espero a que Alma le diera su autorización para que los sepultureros empezaran a cubrir el ataúd.
--Siempre te amare, mamá—decía Alma llorando y lanzando una flor blanca sobre el ataúd, después se giraba para llorar sobre el pecho de Gabriel y al mismo tiempo no ver como sepultaban a Leonora. El padre Matías tomo su reacción como señal de autorización y haciendo un movimiento con la cabeza, al fin ordenó a los sepultureros que empezaran a enterrar el ataúd. La tierra fue cayendo sobre la madera creando un eco que salía del hoyo el cual hacía que Ama se estremeciera y llorara a borbotones escondiéndose en los brazos de Gabriel, luego se separó de él para ver como el ataúd iba siendo cubierto poco a poco con tierra, lo cual solo la hizo afligirse más y hacerla llorar a gritos. Al fin los sepultureros terminaban su trabajo acomodando la tierra de forma que quedara un montículo debajo de la sombra de aquel viejo roble. Uno de ellos se acercó con una cruz de yeso la cual enterró a la cabeza del montículo, seguido por el padre Matías quién prendía una veladora la cual junto con un ramo de flores blancas dejo a un lado de la cruz. Alma no lo pudo soportar más y al fin se dejó caer al suelo a pesar de que Gabriel la sujetaba. Tomo con sus manos la tierra con la que había sido enterrada Leonora, mientras que Gabriel se inclinaba junto a ella. El padre Matías al verla tan acongojado se acercó para brindarle apoyo, pero Alma le dijo que estaría bien y que su mayor deseo en ese momento era quedarse a un lado de la tumba de su mamá. El padre Matías como el hombre prudente que era, supo que era mejor acatar sus deseos, así que se marchó, sin antes asegurarse de que Alma estuviera bien. Despidiéndose de ella y deseándole resignificación, al fin se marchó junto con los sepultureros dejando a Alma a un lado de la tumba de su madre. Alma se acomodaba para quedar sentada mirando la cruz de la tumba lo que también hizo Gabriel para quedarse junto a ella hasta el anochecer.