Sueños Blancos.

XVI. CUANDO LOS AIRES TRAEN MÁS QUE VIENTO

La noticia llegó una tarde de miércoles, mientras Jackie y Marco compartían un almuerzo discreto en Sueños Blancos. La conversación giraba, inevitablemente, sobre lo de siempre: la presencia renovada y sigilosa de Verónica en sus vidas.

—Ella no cambia —decía Marco, masticando lentamente—. Solo aprendió a vestirse de prudencia. Pero debajo de esa calma, hay algo torcido. No me lo quito de la cabeza.

Jackie asintió, pero su mirada se desvió por un momento, como si pensara en algo incluso más perturbador.

—¿Sabes qué es peor? —dijo finalmente, con la voz apenas sostenida por la ironía—. Que mañana llega alguien más.

Marco arqueó una ceja.

—¿Quién?

—Mi primo. Santiago. Viene desde California. Dice que solo estará un par de semanas... quiere "conocer la ciudad", desconectarse del estrés, como si eso fuera tan simple.

Marco frunció el ceño, intrigado, pero no alarmado.

—¿Y eso por qué sería peor?

Jackie se recostó contra la silla, cruzando los brazos con una expresión que oscilaba entre la resignación y el recelo.

—Porque Santiago es como un terremoto: uno nunca sabe cuándo va a sacudirlo todo, pero cuando lo hace... nada queda intacto. Es encantador, sí. Pero también manipulador, egocéntrico. Tiene esa habilidad instintiva de detectar las grietas emocionales en las personas... y colarse por ellas sin pedir permiso. Le gusta jugar con los sentimientos ajenos. Lo disfruta.

Hubo una pausa.

—No lo veo desde hace muchos años. Era apenas una niña la última vez que estuvimos frente a frente, y no podría reconocerlo si me lo cruzara ahora en la calle. Solo hemos hablado por teléfono. Su voz sigue siendo la misma, dulce y calculada. Pero su rostro... su rostro ya no lo tengo claro.

Marco guardó silencio. Había algo en la forma en que ella lo decía, como si aquella visita arrastrara consigo un eco de dolores viejos, de advertencias no dichas.

Jackie bajó la mirada.

—La última vez que hablé, dejó en lágrimas a una chica con la que ni siquiera salía formalmente. Solo la ilusionó... porque podía. Es peor que Verónica. Pero sonríe más.

Marco negó con la cabeza.

—Bueno. Qué interesante combinación. Una hermana ilegítima con sed de venganza y un primo narcisista con talento para el caos. Esto ya parece más que un drama familiar.

Jackie sonrió con sarcasmo.

Bienvenido a nuestra vida, Marco. Aquí la paz es solo una pausa entre dos tormentas.

Al día siguiente, un taxi se detuvo frente a la casa de Jackie minutos después de las seis de la tarde. El aire de la ciudad tenía ese tono espeso que precede a las tormentas. Santiago bajó del vehículo con la actitud de quien nunca ha pedido permiso para llegar a ningún lado. Su maleta era elegante, su abrigo de lana, importado. En el rostro: una sonrisa ambigua, de esas que pueden ocultar tantas intenciones como un espejo empañado.

Jackie lo miró mientras sacaba las llaves del bolsillo. Iban juntos desde el aeropuerto, y el viaje había sido cualquier cosa menos cálido.

—Te pediría que te comportes —le dijo en voz baja, mientras abría la puerta—. Esta casa es mi espacio. Y Marco... es alguien importante para mí.

Santiago soltó una breve risa.

—¿Importante como para cambiar tus estándares?

Ella se detuvo en seco. Giró hacia él con firmeza.

—Importante como para merecer respeto. Al menos eso.

Él no respondió. Subió el escalón y entró detrás de ella como si nada.

En la sala, Marco hojeaba una revista deportiva. Al escuchar la puerta, levantó la vista y esbozó una sonrisa amable. El gesto murió al instante cuando vio quién lo acompañaba.

—Marco —dijo Jackie, con un tono algo tenso, casi forzado—, te presento a mi primo, Santiago.

Santiago dio un paso al frente. Su andar era relajado, pero su mirada no lo era. Guardó silencio por unos segundos más de lo habitual. Observó a Marco con detenimiento, como quien examina algo que no esperaba encontrar allí. Había en sus ojos un destello fugaz de reconocimiento, algo remoto, enterrado quizá en la niebla del pasado... pero lo supo ocultar con maestría.

Lo recorrió de arriba abajo con la mirada, como quien toma nota de un detalle que no sabe aún si le agrada o le incomoda.

—Vaya... así que tú eres el famoso Marco —dijo al fin, con una sonrisa torcida que no alcanzó a ser genuina—. Debo admitir que esperaba algo... distinto.

Marco sostuvo su mirada sin vacilar, aunque un leve gesto en su ceja derecha revelaba su incomodidad.

—Y yo esperaba un invitado con modales —respondió con voz firme, sin perder la cortesía, pero sin esforzarse por ocultar el filo.

Jackie contuvo el aliento. La tensión entre ambos era palpable, espesa, como si bajo esas frases corteses se escondieran errores no nombrados, heridas antiguas, o un pasado compartido que ninguno estaba dispuesto a reconocer en voz alta... pero que, de algún modo, ya se había hecho presente en la mirada.

—Por favor, no empiecen...

Santiago alzó las cejas.

—¿Empiecen qué, Jackie? Yo solo he saludado. Muy cortésmente, de hecho. ¿No es así, Marco?

—Si lo cortés implica sarcasmo y superioridad, entonces sí —respondió Marco, dejando la revista sobre la mesa.

Un silencio denso se instaló entre los tres.

—Tal vez deberías irte —añadió Marco con tranquilidad—. O al menos dejar de comportarte como si todos debiéramos rendirte pleitesía por haber cruzado un continente.

Santiago se inclinó hacia él. Sonreía, pero en sus ojos había algo más: una sombra turbia, un brillo opaco que no tenía nada de cordial. Su voz fue apenas un susurro, cargado de veneno.

—Tal vez el que debería irse eres tú... pero de este mundo.

Marco frunció el ceño, sin moverse. Antes de que pudiera responder, Jackie se incorporó de golpe, con una mezcla de rabia y espanto.

—¿Qué demonios estás diciendo? —exclamó, su voz vibraba entre el miedo y la incredulidad.




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