Sueños Blancos.

XVII. UN AMIGO: LA FAMILIA QUE SE ELIGE

El reloj marcaba las 21:12 cuando Ximena, con el corazón comprimido por la ansiedad, marcó el número de David desde la sala del hospital. Estaba de pie, con el celular temblando en sus manos. Alejandra y Joaquín la observaban en silencio, atentos al más mínimo cambio en su expresión. Jackie seguía dentro, junto a Julio, velando a Marco como si su presencia pudiera evitar que a Marco se le escapara la vida.

La llamada fue respondida al segundo timbre.

—¿Ximena? —la voz de David llegó agitada, entre ruidos de autos y pasos acelerados al fondo.

—David... —susurró ella, y con solo decir su nombre, bastó para que él supiera que algo grave estaba ocurriendo.

Hubo una pausa tensa, y entonces David preguntó, ya sin rodeos:

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurrió?

—Es Marco... —tragó saliva con dificultad—. Le dispararon. Está en coma. Está muy grave, David. Y necesita un trasplante... de riñón. Urgente.

David quedó en silencio. El sonido de la ciudad que lo rodeaba se apagó por completo. Todo se había quedado en pausa.

—¿Marco? No... no puede ser. ¿Cuándo? ¿Qué pasó?

—Fue ayer —dijo Ximena, con la voz temblorosa—. Santiago... el primo de Jackie. Nadie entiende bien lo que ocurrió. Fue absurdo, inesperado. Un instante... y ahora estamos aquí, con el tiempo en contra.

David respiró hondo. Cerró los ojos por un momento. Necesitaba contener el golpe que acababa de recibir.

—Escúchame bien —dijo finalmente, con voz firme—. Mónica y yo tomaremos el primer vuelo. No estás sola. Llegaremos mañana en la mañana.

—Gracias, David... —susurró ella—. No sabes cuánto significa.

—Nos vemos pronto —respondió él, y cortó sin añadir más. Él ya ha tomado una decisión definitiva.

En su apartamento en Nueva York, Mónica lo esperaba sentada en el sofá, aún con la taza de té intacta entre las manos. Había estado mirando el celular desde que David salió al balcón a contestar la llamada. Cuando lo vio entrar, supo de inmediato que algo grave había ocurrido.

—¿Qué pasó? —preguntó con voz baja, aunque su mirada ya pedía una respuesta urgente.

David se detuvo frente a ella. No necesitó tiempo para pensar. Las palabras salieron con el peso crudo de una verdad que no había podido suavizar.

—Es Marco... le dispararon. Está en coma. Y necesita un trasplante urgente.

Mónica se cubrió la boca. Un suspiro ahogado escapó de su pecho.

—Dios... —susurró—. ¿Cómo pudo pasar algo así?

—Fue el primo de Jackie —añadió David, con voz ronca—. Nadie lo entiende del todo. Lo único que sé es que... no hay tiempo. Y nadie es compatible.

Se pasó la mano por la frente, agitado. Luego bajó la voz, y con temor dijo en voz alta:

—Pero yo... yo recuerdo algo. Años atrás, en la universidad, Marco y yo participamos en una jornada de salud y donación. Era de esas campañas en las que te hacen pruebas cruzadas, evaluaciones generales. Nada demasiado profundo. Pero el médico se detuvo con nosotros. Recuerdo su expresión. Nos dijo que éramos compatibles. No solo en tipo de sangre, sino en factores cruzados, en esos indicadores que suelen fallar entre amigos. "Altamente compatibles", así lo dijo. Como si hubiéramos nacido con el mismo código. Nunca lo olvidé.

Mónica se quedó en silencio un momento. El peso de esas palabras la recorrió como un presagio. No necesitaba que David le dijera más. Supo, en ese instante, lo que él estaba considerando. Y aunque una parte de ella quiso detenerlo, otra aún más fuerte entendió que ya era tarde. David había decidido. Y ella, como siempre, estaría a su lado.

Se levantó despacio. Caminó hacia él con calma, pero con los ojos fijos. Le tomó ambas manos con fuerza, con esa mezcla de temor y amor que solo se da cuando se está por cruzar una línea importante.

—Entonces no hay nada más que pensar —dijo, con una firmeza que le salía del alma—. Vamos a Ecuador esta misma noche. No puedo permitir que tus amigos, que ahora también son los míos, enfrenten esto solos. Y tú... no vas a tomar esta decisión sin mí.

David la miró, sorprendido por la claridad de sus palabras. Y aunque su rostro seguía tenso, un suspiro leve le cruzó el pecho. Porque sabía que no había mayor alivio que ese: no estar solo en medio del miedo.

—Sé lo que implica, Mónica —dijo con honestidad—. Sé que esto no es solo una operación. Es un riesgo. Para mí... para lo que somos.

Ella no retrocedió. Solo apretó más sus manos.

—Claro que lo sé —respondió—. Y no te voy a mentir: me da miedo. Me da miedo perderte, me da miedo lo que pueda pasar. Pero me daría aún más miedo quedarme aquí sabiendo que no hiciste lo que el corazón te pedía. Marco no es cualquier amigo. Lo entiendo. A través de ti, yo también aprendí a quererlo. No necesito más razones.

David tragó saliva. Por primera vez desde la llamada, sintió que respiraba de verdad.

—Gracias —susurró.

—Haz la maleta —le dijo ella, con suavidad, sin soltarle la mirada—. Yo compraré los pasajes. Y nos iremos esta noche. Aún estamos a tiempo... y tú no vas a enfrentarlo sin mí.

Y así, en el silencio del apartamento, mientras la ciudad seguía su curso allá afuera sin enterarse de nada, dos personas decidían cruzar un continente por alguien que lo merecía todo. Porque cuando la vida de alguien que amas está en juego, el corazón no negocia. Solo actúa.

Al día siguiente, poco antes del mediodía, Joaquín, Ximena y Alejandra esperaban en la sala de llegadas del aeropuerto de Quito. La ansiedad era palpable. Ninguno hablaba demasiado; los tres parecían aferrarse al vaivén de las puertas automáticas.

La voz metálica del altavoz anunció la llegada del vuelo. Un par de minutos después, entre la multitud que comenzaba a emerger, apareció David. A su lado, Mónica, con una expresión serena pero decidida. Ambos llevaban solo un par de mochilas. Nada más.

—¡David! —exclamó Joaquín, dando dos pasos hacia él.

David se detuvo, sin perder tiempo.




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