Pasaron 9 meses, y el grito fue breve, ahogado por el temblor de los labios.
—Julio... ya llegó la hora —susurró Ximena, aferrándose a su vientre con una mezcla de temor y fuerza.
—Tranquila, mi amor. Ya vamos —dijo Julio, con el rostro pálido y las manos firmes.
El auto rugió por las calles húmedas del amanecer, mientras en la casa de Malvina, el resto de la familia comenzaba a recibir la noticia.
En el hospital nacía una nueva esperanza.
—¿Cómo está mi hija, doctor? —preguntó Malvina, con lágrimas en los ojos.
—¿Y el bebé? —añadió Gustavo, con el alma en la garganta.
—Ambos bien —respondió el médico—. Es un niño. Saludable. Fuerte. Y hermoso.
Afuera, Jackie, Alejandra y Marco se abrazaban con alivio. Berta, en silla de ruedas, cerraba los ojos con gratitud. Dulcina rezaba en voz baja. Todo pareció detenerse.
Adentro, Julio sostenía a Ximena, aún débil pero feliz.
—Gracias —dijo ella, sin voz—. ¿Ya lo viste?
—Sí. Es como tú. Tiene tu paz... y tu fortaleza.
El médico les dejó a solas. Y por primera vez, Julio acarició a su hijo, Daniel.
En sus ojos había lágrimas. No de miedo. De reverencia.
—Bienvenido, hijo —susurró—. Viniste a dar sentido a todo.
Dos meses después, en la Parroquia del barrio la iglesia olía a incienso y flor fresca. El silencio reverente fue roto por el eco del agua sagrada.
—Yo te bautizo, Julio Daniel Santos Guzmán, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
—Amén.
Aplausos. Lágrimas. Y una alegría tranquila.
En casde Julio y Ximena, Jackie, de pie entre los padrinos, alzó su copa simbólica:
—Por Danielito, y por sus padres. Que esta nueva vida bendiga a todos.
Todos repitieron: "¡Viva Danielito!"
—Mamá, gracias por todo —dijo Ximena al abrazar a Malvina.
—Gracias a ti, hija. No hay mayor milagro que ver nacer un nieto.
Berta preguntó con ternura:
—¿Y Danielito?
—Dormido como un ángel —respondió Ximena—. Tal vez sueña con todo lo que le espera.
Dulcina se acercó luego a su madre, cabizbaja.
—A veces me siento menos que los demás. No tuve un hogar. Un esposo. Y Verónica...
Berta la tomó de la mano.
—Yo también me siento así. Pero hoy... míranos. No estamos solas. Estamos aquí.
Julio y Ximena, al final de la noche, salieron al patio. Daniel dormía en la habitación. El viento era suave. Las estrellas, muchas.
—Míralos —dijo Ximena—. Todos felices.
—Y nosotros —respondió Julio—, con el hijo más hermoso del mundo.
Ximena se giró. Lo abrazó con toda su alma.
—Te amo más que a mi vida. Por ti, por él, por lo que ahora somos.
—Y yo a ti, Ximena. Para siempre.
Y bajo ese cielo sin amenazas, sin disparos ni secretos, la vida se hizo presente de nuevo. Danielito ya estaba en este mundo. Y con él, una nueva esperanza.