Sueños Blancos.

XXV. SÍ... CON EL ALMA TEMBLANDO

El eco de la celebración aún parecía habitar en los rincones. Sobre la mesa, una flor marchita del centro de mesa del bautizo descansaba en un jarrón, como símbolo silencioso de lo que termina... y lo que puede empezar.

Jackie se había quedado a solas esa tarde, cuando escuchó un leve golpe en la puerta. No uno impaciente. Uno... que conocía.

Abrió. Era Marco.

Vestía con sencillez. Nada en su rostro parecía diferente a otros días. Pero sus ojos estaban más fijos, su respiración más corta, y su sonrisa... más temblorosa.

—¿Puedo pasar?

Jackie asintió. Marco entró, caminó unos pasos... y se detuvo frente a ella.

—No quiero hablar mucho. Solo... decir lo que siento.

Ella frunció levemente el ceño, curiosa, aunque su alma ya se agitaba.

—¿Marco? ¿Qué sucede?

Él metió la mano en el bolsillo. Sacó una pequeña caja de terciopelo oscuro. La sostuvo sin abrirla aún.

—Hace dos días, en el bautizo, miré a mi hermano, a Ximena, a ese niño que ya es parte de nuestra historia... y sentí que algo se cerraba. Que las heridas se estaban curando. Y que si la vida nos había dado otra oportunidad a todos... yo no podía dejar pasar la mía.

Abrió la caja. Un anillo sencillo, sin ostentación. Pero lleno de significado.

—Cásate conmigo, Jackie. Ya no quiero imaginar mi vida sin ti. Porque tú fuiste mi paz cuando el mundo se vino abajo. Porque sobrevivimos juntos a dolores que pocos entienden. Porque contigo... soy quien siempre quise ser.

Jackie lo miró. Inmóvil. No lloró. No sonrió. Solo bajó la vista.

—Marco... yo te amo —dijo al fin, casi en un susurro—. Lo sabes. Lo sabe mi piel. Mi historia. Mi forma de mirarte.

Él la escuchaba, con la caja aún en la mano.

—Pero no esperaba esto hoy. No así. No tan... de pronto. Y no sé por qué, pero me ha hecho pensar. En todo. En nosotros. En mí.

Marco tragó saliva.

—¿Y...?

Ella levantó la mirada. No había duda en su amor, pero sí en sus tiempos.

—Y sí. Sí quiero casarme contigo. Solo que... no sé si estoy lista para ser la esposa perfecta. Pero sí estoy lista para intentar ser tu compañera. Tu refugio. Tu voz cuando no puedas hablar. Acepto... con el alma temblando, Marco. Pero sí. Acepto.

Marco no dijo nada más. Cerró la caja, tomó su mano, y la besó suavemente.

—No necesito perfección, Jackie. Solo a ti. Con todo lo que eres. Con todo lo que aún estás descubriendo.

Se abrazaron. Lentos. Largos. Verdaderos. Y así, entre las dudas sinceras y los silencios compartidos, sellaron una promesa que no nació de la seguridad... sino del amor que aún quiere crecer.

En su casa Ximena hojeaba el periódico con lentitud. La página de sucesos destacaba el encabezado con crudeza: "Adrián González: aumenta su sentencia por agresión agravada tras evadirse del psiquiátrico y atentar contra su vecina."

Suspiró. Cerró el diario con un temblor leve en los dedos. No sabía si era miedo... o agotamiento. Lo dejó sobre la mesa y justo entonces Jackie entró. Llevaba el cabello recogido, pero los ojos algo más bajos de lo habitual.

—¿Puedo sentarme?

—Claro —dijo Ximena, sin sonreír. Se hicieron un silencio largo.

Jackie no lo soportó más.

—Marco me pidió matrimonio.

Ximena giró lentamente el rostro. Sus ojos se iluminaron de sorpresa, y enseguida de ternura.

—¿Y... le dijiste que sí?

Jackie asintió, sin convicción.

—Sí. Le dije que sí. Lo amo... Ximena, sabes cuánto lo amo. Lo he amado en los días más oscuros, en las noches en las que ni yo me soportaba. Él me ha sostenido. Y aún así...

—¿Aún así?

Jackie bajó la mirada.

—Aún así... si hubiera seguido pensando con la cabeza, le habría dicho que no.

Ximena se inclinó hacia ella, atenta.

—¿Por qué?

Jackie hablaba ahora con la voz baja, pero firme.

—Porque no es tiempo. Porque hay algo dentro de mí que me dice que necesito... más camino, más preguntas, más espacio. Yo amo a Marco. No tengo dudas de eso. Pero... no quiero casarme todavía. No ahora. No así.

—Y entonces, ¿por qué le dijiste que sí?

Jackie se quedó un instante en silencio. Luego respondió, sin mirar a su amiga:

—Porque le vi los ojos, Ximena. Y porque no supe cómo decirle que no sin herirlo. Porque en ese momento, decir que sí fue más fácil que explicar lo que ni yo entiendo del todo.

Ximena asintió con lentitud.

—No necesitas entenderlo todo ahora. Pero sí necesitas ser honesta... contigo. Y con él.

—Tengo miedo —confesó Jackie, finalmente—. De decepcionarlo. De arrepentirme. De perderlo. De que este amor no sobreviva a mi verdad.

Ximena la tomó de la mano.

—Si es amor real, Jackie... sobrevivirá a todo, menos a la mentira.

Jackie apretó los labios. No lloró. Pero sus ojos brillaron con ese peso antiguo del que ama... pero aún no está lista para decir "para siempre".

En su casa, Gustavo hojeaba un libro viejo sin leerlo realmente, sumido en pensamientos. Tocaron la puerta con suavidad.

—¿Puedo pasar?

Era Marco.

Gustavo lo invitó con un gesto. Su hijo se sentó frente a él, con la serenidad de quien ya había decidido algo... pero aún necesitaba decirlo en voz alta.

—Papá... quería contarte algo importante —empezó Marco, sin rodeos—. He decidido casarme con Jackie.

Gustavo lo miró. Sus ojos no se ensancharon con sorpresa, pero sí se suavizaron.

—Te felicito, hijo. De todo corazón. Ella es una mujer valiosa. Y tú... estás listo.

Marco asintió, aunque con una sombra de duda en el gesto.

—Gracias. Aún así, no vine solo por eso. Quería también preguntarte algo... que lleva tiempo rondándome la cabeza.

Gustavo cerró el libro, lo dejó a un lado.

—Te escucho.

—Papá... ¿has pensado en volver a intentarlo con Malvina?

Gustavo bajó un poco la mirada, como si esa pregunta lo hubiese tocado en una fibra que no quería exponer del todo.




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