La mañana entró con timidez entre las paredes de cristal del restaurante Sueños Blancos. La luz era suave, tenue, como si la ciudad misma presintiera que ese no sería un día cualquiera.
Jackie fue la primera en llegar. Tomó su lugar habitual junto a la ventana frente a la pista de hielo, aunque esta vez sus ojos evitaron ese reflejo blanco que tanto la calmaba. Estaba inquieta. Llevaba la bufanda aún puesta. Tenía el ceño fruncido y la mirada baja.
Pocos minutos después entraron David y Mónica, juntos, hablando en voz baja. David la saludó con un leve gesto y se sentó sin quitarse el abrigo. Mónica intentó sonreír, aunque algo en sus ojos la traicionaba.
—¿Natalia dijo a qué hora llegaba? —preguntó Jackie sin levantar la vista.
—Solo dijo “a primera hora” —respondió David, tenso.
Marco llegó apurado, el cabello aún húmedo, como quien ha salido corriendo sin terminar de secarse. Se sentó junto a Jackie, saludando con una mueca de complicidad que se desdibujó en cuanto vio los rostros de los demás.
Y entonces, la puerta se abrió.
Natalia entró. No venía sola.
Renato iba a su lado.
La conversación se detuvo antes de nacer. Jackie bajó la mirada, el rostro tenso, como si respirar volviera a requerir un esfuerzo consciente. Marco, en cambio, entrecerró los ojos apenas, sin disimular el gesto incómodo. Solo Mónica y David se desplazaron ligeramente, haciendo espacio como quien no quiere decidir, pero tampoco interrumpir.
Natalia se dio cuenta de inmediato. Pero ya lo había previsto.
—Gracias por venir —dijo en cuanto se sentaron todos—. Sé que es temprano. Y que estamos todos con mil cosas en la cabeza. Pero esto no puede esperar más.
Renato ocupó una silla un poco apartada. No miró a nadie directamente. Se mantuvo en silencio, como si supiera que su sola presencia era una provocación contenida.
— ¿Qué hace él aquí? —dijo Jackie, con un filo que no buscaba suavidad.
La tensión se espesó de inmediato.
—Porque tiene información que necesitamos —dijo Natalia con firmeza—. Porque ha estado cerca de Verónica, más de lo que pensamos. Y porque ahora, el tiempo para rencores se terminó.
Jackie la miró con dureza.
—Esto no es solo rencor, Natalia. Él casi mata a Marco. Fingió ser Santiago. Jugó con nuestra memoria... —la voz se le cortó— con alguien que ya no está. Usurpó su rostro, su nombre. Usó nuestro dolor.
Renato levantó la mirada, pero no dijo nada.
—Lo sé —replicó Natalia, bajando la voz—. Pero esto ya no se trata de él. Lo que tenemos enfrente es aún más grave. Y si tienen el valor de estar aquí, también debemos tener el valor de escuchar incluso a quienes no confiamos.
Marco no aguantó más. Apoyó los codos sobre la mesa, cruzando los dedos frente a la boca.
—No confío en él. Y no solo por el pasado. Hay cosas que ocurrieron... que aún no sé si fueron torpeza o estrategia. Pero no me gusta que esté tan cerca de Jackie. Y no me gusta que esté ahora en esta mesa, como si no hubiera nada pendiente.
La mesa cayó en un silencio denso.
Renato por fin habló, con una voz grave, contenida.
—No estoy aquí para pedir perdón. Ni para justificar nada. Estoy aquí porque estoy preocupado. Porque, aunque la ame, ahora sé cómo actúa Verónica. Y porque, aunque muchos no lo crean… no quiero ver a nadie más destruirse por culpa de sus mentiras.
Jackie se mantuvo rígida. Marco, aún más.
Natalia retomó el control.
—Lo verdaderamente grave es que nadie ha visto a Ximena. Ni ha hablado con Julio, con Raúl ni con Verónica. Y no podemos seguir fingiendo que es coincidencia.
Las miradas se cruzaron. La ausencia comenzó a adquirir rostro. Y la desconfianza, también.
El silencio volvió a tomar la mesa cuando Natalia bajó la mirada y suspiró, sabiendo que lo más difícil apenas comenzaba. Jackie seguía con los brazos cruzados, aún sin poder mirar del todo a Renato, mientras Marco fingía revisar su celular para evitar confrontaciones. David había empezado a notar que algo más se cocinaba entre líneas y Mónica observaba todo sin interrumpir, como si su sola presencia intentara equilibrar una mesa ya ladeada.
Fue entonces cuando Jackie, aún sin intención de suavizar el ambiente, preguntó sin pensarlo mucho: — Un momento... ¿Y Raúl? ¿No debería haber llegado ya?
Marco levantó la vista. —Es cierto… es el dueño del lugar. Siempre está revisando los turnos o preguntando si alguien necesita algo.
— Pensándolo bien, no lo veo desde anteayer. —respondió Mónica
David frunció el ceño.
—Yo tampoco. Y eso que suelo cruzarme con él casi todos los días, por lo menos para saludar. Pero no ha aparecido. Y ahora que lo pienso…
Mónica asintió, cruzando los brazos.
—No es un amigo cercano, no es como nosotros… pero siempre ha sido correcto. Amable. Y sí, su ausencia llama la atención.
Renato, que había estado en silencio, alzó apenas la voz.
—¿Y si esto no es una simple ausencia? ¿Y si no solo Ximena está desaparecida?
Jackie lo miró directo. —¿Qué estás insinuando?
Natalia entonces tomó la palabra, con la voz firme, como si hubiera estado esperando ese momento desde el inicio.
—Porque justo ahí está la razón por la que los reuní. Porque esto ya no es solo una duda. Es una cadena.
Fue Jackie quien ató los hilos.
—Todo comenzó con lo que Julio le confesó a Marco.
Todos giraron hacia Marco, que se removió en su asiento.
—Julio me dijo que Ximena lo había dejado. Que recibió un solo mensaje: que ya no sabía si lo amaba, que se iba lejos, que no podía seguir siendo madre ni esposa. Que no la buscara.
Nadie reaccionó de inmediato. Y aunque ninguno lo dijo en voz alta, todos pensaban lo mismo: eso no podía ser verdad.
—Ximena no haría eso —dijo Mónica, firme—. Ni en su peor momento dejaría a Daniel sin una explicación.
—Tampoco nos dejaría a nosotros —añadió Jackie—. No así. No sin despedirse. No a su madre. Ni a su abuela. Ni a sus amigos. Ni a mí.