Ayer ha sido el día de Tamara, literalmente.
Recuerdo a la perfección todo lo que ha acontecido ayer.
Tus labios sonriendo sin control cuando mencionabas su nombre.
Tus ojos como dos diamantes brillantes al citarme todas y cada una de sus cualidades.
Cómo mirabas al cielo al hablar de ella, con tu voz desprendiendo toda la emoción que sentías.
Recuerdo perfectamente cómo me decías lo entusiasmado que estabas porque Tamara finalmente aceptó salir contigo.
Y yo sólo pude quedarme allí, asintiendo y sonriendo falsamente ante tus suspiros deseosos.
También me pregunté si algún día tú hablarías así de mí con tus amigos.
E inmediatamente supe que no.
No pude evitar cuestionarme a mí mismo, una y otra vez, mientras te miraba al rostro con los ojos llorosos: ¿Por qué, Rogan, por qué me haces esto?
Sin embargo, una burlona voz en mi subconsciente me contestó en tu lugar: Tú mismo te haces esto. Tú mismo aprietas el cuchillo, cada vez con más fuerza. ¿Es que no lo ves? Tú no eres nada para él.
Cuando llegó la noche, ni siquiera mis sueños podían distorcionar aquella fría voz que me susurraba: Tú no eres, ni serás jamás, nada para él.
Y yo sabía, en mi interior, que aquello sólo era la cruda y decepcionante realidad.
—Jacer.