Ya estoy allí.
Observándote.
Contemplándote por última vez.
Porque sé que hoy es el adiós definitivo.
Te veo sentado en el banquillo del parque, tocando acordes con tu amada guitarra acústica.
Recuerdo a la perfección cómo me decías que no había nada que adoraras más que a esa dichosa guitarra.
También recuerdo los celos que me corroían por dentro al escucharte decir aquellas palabras.
Y luego me reía. Porque me estaba poniendo celoso de una guitarra, ¡una guitarra!
Luego nos quedábamos en silencio, mientras tus dedos producían hermosos sonidos que me aturdían y me adentraban en una ensoñación agridulce.
Sí, cómo lo recuerdo...
Pero ahora ese recuerdo no provoca nada en mí. Ni ese ni las demás alusiones que me atacan con constancia, queriendo hacer que me derrumbe.
Pero ya no más.
Ya no.
Y sigo repitiendo esa pequeña, pero significativa frase en mi mente cuando dirijo mis pasos rápidos y seguros hacia ti...
—Jacer.