Gaby, como se vio forzada a llamarse, se encontraba frente al imponente portón de hierro forjado de la residencia de los Montalbán. Sus ojos se posaron en el buzón, confirmó la dirección y por un breve instante, la idea de dar media vuelta cruzó por su mente. Los nervios le hacían temblar las manos y un nudo apretaba su garganta. Gaby solo conoce que Mateo Montalbán, el niño al que cuidará, permanece recluido en su habitación, desde el fallecimiento de su madre.
La incertidumbre sobre lo que le esperaba, se mezclaba con la determinación de aprovechar esta oportunidad. Sus pies, aunque ansiosos por huir, permanecían firmes. Su vida ha sido un torbellino de desafíos, y cuidar a un niño, a pesar de sus complejidades, parecía un nuevo reto que estaba dispuesta a afrontar. Esta oportunidad representaba un empleo de tiempo completo, con los beneficios que tanto anhelaba.
Gaby, había aprendido a abrazar el destino, en lugar de resistirse, y este niño, de alguna manera, le había caído del cielo. Estaba decidida a navegar con la corriente y hacer todo lo posible para que este trabajo funcionara.
Presionó el timbre y tras unos momentos de tensa espera, una ventanilla se abrió revelando a una mujer mayor, que parecía notablemente fatigada.
A medida que el portón se abría, Gabriella pudo observar que se encontraba en una mansión. Un sendero de piedra conducía a la casa principal, alcanzó a vislumbrar extensos jardines alrededor, que sugerían la posibilidad de una piscina o áreas de juego en la parte trasera. Cada paso la impresionaba más, nunca había estado en un lugar tan elegante y hermoso.
Clemencia desempeñaba la importante labor de mantener la casa en perfecto orden y de atender a Mateo, en la medida de sus posibilidades. A lo largo del tiempo, había sido testigo de una serie de candidatos para el puesto de Terapeuta Infantil, todos ellos profesionales que llegaban preparados con maletines, papeles y una actitud segura, utilizando un lenguaje técnico en sus explicaciones. En contraste, Gabriella se presentaba de manera distinta, con las manos vacías; posiblemente maneja un enfoque menos convencional, lo que la distinguía del resto, pensaba Clemencia mientras la observaba.
La condujo directamente a la habitación de Mateo, en total silencio, ni siquiera hacía preguntas acerca del niño. Como suele permanecer, lo encontraron inmerso en un videojuego y no pareció inmutarse ante su llegada. A pesar de que eran casi las 10 de la mañana, la habitación se encontraba en penumbra.
Sin cruzar palabras, Clemencia se retiró de la habitación. Gaby intentó entablar una conversación con el niño, pero este permaneció en silencio y concentrado en su juego. La interacción inicial resultó frustrante y no parecía dispuesto a colaborar; de hecho, la hizo sentir invisible. A pesar de esto, Gaby continuó haciendo esfuerzos por conectar con el niño, desistiendo minutos después.
Descubrió un regulador de intensidad de luz y lo ajustó ligeramente para poder ver mejor. Mientras exploraba la habitación, Gaby quedó sorprendida al ver la gran cantidad de juguetes, contrastaba con lo que había tenido en su infancia. Recordó a su única muñeca, Mía, y los juguetes que su padre les había construido, como la linterna de proyección de patrones, el contador de luces y la pulsera intermitente.
La habitación de Mateo parecía una tienda de juguetes; la mayoría eran desconocidos para Gaby, y muchos aún estaban sin abrir.
Mateo la miró por un momento, sintió curiosidad, parecía una niña pasando de un juguete a otro. Gaby estaba tan absorta que hasta había olvidado el motivo de su presencia. Era como si se transportara a un mundo mágico y regresara a su niñez, solo quería jugar como cualquier niña.
Mateo pensó que estaba exagerando y no le creyó cuando dijo que nunca había jugado. Solo estaba preocupada por conseguir el trabajo, así que sería una más de los que han querido acercarse con engaños. Entonces volvió a su juego sin prestarle atención, prefirió concentrarse y la ignoró por completo.
Cuando Gaby volvió a la realidad, se dio cuenta que había cometido un error. Solo a ella se le ocurría estar más interesada en los juguetes, que en el niño a quien debía cuidar. Trató de hablar con Mateo, haciendo preguntas como ¿qué estás jugando? o ¿tienes hambre?, sin obtener respuesta.
Solía pasar desapercibida, pero esta vez necesitaba desesperadamente la atención de este niño para conseguir el trabajo. Tras fracasar en sus intentos para comunicarse, decidió empezar a ordenar la habitación, procurando no perturbar su mundo. Había ropa, juguetes, libros y objetos dispersos por el suelo. Aunque estaba haciendo una tarea sencilla, el cambio resultó evidente.
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Editado: 29.12.2023