Suspiros.

Capítulo 29

Se encontraban en el segundo piso de la torre, su lugar preferido de ambos, la mejor vista, el mayor espacio para estirar su cuerpo para no entumecerse y para Elizabeth la mejor forma de gastar un poco menos.

Loan metió su mano al bolsillo de sus jeans azules. Ahora extraía su mano con algo en ella. La mostró y con su cara expectante Elizabeth sonrió.

- Sé que ésto es extraño, pero una vez mi hermana me dijo que cuando me gustara alguien le regalara algo, sin importar qué fuera, no era necesario algo que costara caro o fuera grande, algo simple, sencillo y bonito es la mejor forma de demostrar tus sentimientos. – prefirió omitir que también era una forma de analizar qué tipo de chica era, si sería sencilla, humilde y que en verdad lo querría de verdad o solo sería una chica interesada en sus posesiones y en lo que representaba- Eso sería romántico para ella y que yo me sentiría bien. Significaría el principio de una experiencia que nunca me arrepentiría. En verdad espero que te guste.

Le entregó una pulsera negra de hilos entrelazados y con una figura de una luna llena.

- ¡Me encanta!  - sus ojos brillaron- pues tu hermana tenia toda la razón. Esto es lo más bonito que pueda recibir, muchas gracias.

Le pidió que le ayudara a colocársela. Le mostró su gran sonrisa y se acercó a él para besarlo en los labios.

- ELL…- la detuvo y con su frente impactada a la frente de ella y su mano en su mejilla izquierda le preguntó- ¿Quieres ser mi novia?

Ella agrandando aún más su sonrisa y contestando rápidamente le dio respuesta afirmativa.

- Solo te quiero pedir un gran favor- habló serio- quiero que nuestra relación sea… secreta…- observó cómo su sonrisa empezaba a decaer- ¡no pienses mal por favor! No es porque no te quiera en verdad o me avergüences o algo así.

- ¿entonces? - preguntó con un tono triste

- Porque… ¿sabes que mi madre es la directora del liceo? - preguntó

- si

- no quiero que mis padres se enteren, si ellos supieran de esta relación harían todo para alejarnos

- nunca aceptarían que su hijo anduviera con alguien como yo ¿verdad? - pensó en la situación económica

- sí, hay muchas razones y… quisiera…- fue interrumpido y besado

- no te preocupes, lo entiendo, no me importa- sonrió- ¡yo te quiero!

- Gracias

Loan prefirió no decirle la verdadera razón del porqué sus padres no permitirían esa relación. Sabía que debía esconderlo, además, sabía perfectamente que ella le atraía. Era hermosa, simpática y totalmente diferente a él. Sabía que le gustaba, pero también el hecho de regalarle una pulsera sencilla y hacerle caso a su hermana al obedecerle que cuando tuviera una novia de verdad la ocultara de sus padres seria primero un filtro para conocer en verdad cómo era ella.

Conocía a muchas mujeres, pero eran pocas las que le habían atraído. Elizabeth era una chica que en verdad se había ganado su amor. Le gustaba, era alegre, osada, diferente y bonita. Pero a pesar de que quería creer que era la mujer de su vida como su hermana le había dicho cientos de veces de encontrar a la mujer correcta tenía que asegurarse. Quería creer en ella en que no fuera una mujer interesada o hipócrita como consideraba a muchas.

Pero el tiempo pasaba y cada vez la descubría más, interesándose aún más por ella. Con cada vez que estaban juntos conocía una nueva faceta que le gustaba. No era como las jóvenes que sus padres le presentaban. Ella no pedía ir a los restaurantes, antros, andar en coche o comportarse de una forma ante la sociedad y otra con él y los amigos.

Ella era siempre igual. Una chica totalmente diferente, con cualidades agradables y algunas otras no tan buenas o extrañas. No quería pretender ser perfecta como las demás jóvenes que conocía. Su imperfección era algo que cada vez más le atraía.

Alguien que todo el tiempo necesitaba escuchar música, ya sea para realizar tareas, labores domésticas, caminar, etc. Nunca paraba de oír música extraña. Sonriente y bromista, platicadora con él y todo aquel que pudiera acercarse. Atrevida a realizar cosas ridículas o extrañas en la calle, sin ninguna preocupación a lo que pensaran o dijeran de ella. Sus bailes exóticos. La impuntualidad que mostraba en numerosas ocasiones. La ternura que daba al pronunciar mal frases francesas, imitar a otras personas o intentar practicar los deportes que él hacía. El querer caminar por las calles tanto tiempo sin cansarse. Verla algunas veces con cargado maquillaje como sus labios completamente rojos y ojos más grandes y con líneas negras a sus alrededores que, aunque completamente extraño el maquillaje la hacía ver aún más bonita. Lo curiosa de ser y descubrir cada distrito de París. El no seguir con ciertos modales, su falta de seguir con protocolos o como su madre prefería llamar el no ser culta o educada.




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