Suspiros.

Capítulo 30

Dos semanas más, el destino los había unido, pero en pocos días los dividirá de nuevo. Se encontraban una vez más en la habitación de Gustave Eiffel, escondidos del día sábado en las dos de la mañana.

- Loan- lo interrumpió.

El dejó de ver la ciudad a través de los ventanales y la observó.

- Muchas veces me has contado historias de tu vida, y en ellas has hablado de tu hermana, pero… - él bajó su mirada, sabía lo que vendría.

- ¿Qué has escuchado de ella?

- Que… murió de alguna enfermedad.

No quería incomodarlo o hacerlo sentir triste sin en cambio cuando hablaba de su infancia se le veía alegre, orgulloso de su hermana y los rumores sobre la muerte de ella la habían impactado. Cientos de veces se preguntó si el hecho de haber perdido un hijo seria el suficiente motivo como para sobreproteger a otro hijo. Tal vez su madre tenía miedo de perderlo.

- Si- sostuvo sus manos y las besó- tu eres la única que puede escucharme.

Cabizbajo caminó hacia fuera de la habitación. Miró la ciudad que se encontraba demasiada tranquila. Sin ningún ruido más que el sonido del aire. La luna los iluminaba, blanca y hermosa.

Posó sus manos sobre las rejas que protegía la cima y comenzó a contar.

- Mi hermana me llevaba seis años, era la mayor y por ende siempre me cuidaba. Era alguien demasiado noble, dulce y buena con todos. Obediente, inteligente y capaz de realizar cualquier hazaña. A pesar de su humildad tenía un carácter fuerte, decidida, auto disciplinada, determinada y realista. Sabía lo que quería y lo que hacía. Muchas cosas que sé, me las inculcó ella. Fue mi ejemplo a seguir. Siempre obligados a realizar lo que mis padres dijeran, ser los más cultos, éramos la cara de la sociedad. Pero, si algo no me gustaba, ella se encargaba de que yo encontrara el gusto. Sus palabras siempre eran para mejorar, la primera que se enorgullecía por mí, la primera que me decía que no me rindiera, la primera en apoyarme a lo que quería. Ella me enseñó a jugar ajedrez, sin embargo… nunca llegué a ganarle. – sonrió nostálgico- yo la desafiaba, así como ella desafiaba a mi padre, creyendo que algún día algunos de los dos pudiéramos ganarle a nuestro oponente.

Él se volteó, miró hacia arriba con los ojos cerrados. Volvió a bajar su mirada y continuó.

 

- Fue gracias a ella que aprendí esgrima, la lectura se volvió mi pasión y demás deportes y actividades. Sobre todo, ella me enseñaba los valores. Su ideología y sus pensamientos. Éramos cómplices. Yo acudía a ella, y a veces ella a mí. Sin en cambio ella… se enamoró. Era un hombre inmigrante dos años mayor que ella que trabajaba en construcción. Recuerdo que por un año ocultó su amor. Su felicidad siempre desbordaba en la casa y por ese año fue que menos la pude ver. Sabía que nuestros padres nunca aceptarían esa relación, sin en cambio quiso intentarlo. Tenía esperanzas que su deseo fuera aceptado por su padre. Era la niña de sus ojos, su querida hija consentida. Pero… ellos no lo aceptaron. El deseo de casarse con él y así ofrecerle la nacionalidad y una vida fascinante al lado de mi hermana les era inaceptable. Él provenía de Colombia, un hombre de escasos recursos que se atrevió a venir a un nuevo país para mejorar la calidad de su vida. El hombre que arruinó a mi hermana. – las primeras lágrimas comenzaron a descender- desde el instante que la escucharon le prohibieron volver a verlo. Después de eso la casa se llenó de gritos, tristeza y dolor. Dejé de conocerla- su tono se volvía cada vez más triste. - se la pasaba llorando en el cuarto, decidía no comer y dejar de ir a la escuela y realizar todas aquellas actividades que le gustaban y que le eran impuestas. Ella me dijo que enamorarme de alguien es lo más hermoso que nos puede pasar en este cruel mundo. Enamorarnos y encontrar a una persona que nos transforme es lo único que podríamos desear con tantas fuerzas. Saber que esa persona estará con nosotros es de lo más sublime. Pero, así como es de maravilloso puede llegar a ser tan cruel y despiadado. Lloraba entre mis brazos y no podía hacer nada para aliviar su dolor. Verla de esa manera me dolía tanto.

Me contó que a veces él venía a buscarla y desde lejos lo observaba. Una vez logró entrar gracias a una de nuestras sirvientas. Su dolor se había apaciguado por unos instantes y después de eso no lo volvió a ver. Pasados unos días cuando regresaba de la escuela ella se encontraba gritando desde su cuarto. Toda la servidumbre se encontraba triste, nada podía hacer contra mis padres. Ni mucho menos yo. Llegué corriendo a su habitación, se encontraba en el suelo llorando tan desesperada, su cuarto estaba hecho un desastre, todas las cosas fuera de su lugar como si un ladrón hubiera entrado. Desarreglada y desesperada. Sus gritos y llanto no se detenían. Me acerqué a ella y comenzó a ahogar su llanto en mí. Tenía una carta en sus manos. Se la quité y en ella decía… - sus lágrimas dejaron de ser controladas- decía que no la amaba, que en verdad no quería luchar por ella, que nuestros padres eran demasiados peligrosos y no estaría dispuesto a dar su vida para luchar por un amor que en verdad era imposible. Mi padre anteriormente lo había mandado a golpear creyendo que así se separaría, después le ofreció dinero y al parecer fue eso que compró el amor que decía por mi hermana. Aquella carta le destrozó su vida. Fue la última noche que compartí un momento.




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