En la Colonia El Retiro, donde las calles adoquinadas de Guadalajara guardan secretos más antiguos que sus cimientos, el Panteón de Belén susurra al caer la noche. No es solo un cementerio: es un umbral, un lugar donde los muertos no descansan y las leyendas se niegan a ser olvidadas. Idalia llegó a la casa de la calle Mezquitán buscando refugio, sin saber que sus muros eran una extensión del panteón, un laberinto vivo que respira con los ecos de quienes yacen bajo tierra. Cada crujido, cada sombra, cada puerta que se abre a lo desconocido lleva el peso de historias rotas: amantes condenados, niños atrapados en la oscuridad, monjas sin rostro y árboles que sangran. La casa no es un hogar. Es un pacto, e Idalia, sin quererlo, es su guardiana. Pero los muertos no piden permiso, y el panteón siempre reclama lo que le pertenece.