Suya

Ataques sorpresa

Johnny se sabía afortunado. Comprendía que dentro de aquel escenario que era la vida, el destino decidió sonreírle hacía ya diez años. Lo hizo en el momento más oscuro, justo después de perder a sus padres y quedarse, junto a sus hermanos, completamente solo en este mundo donde los adultos parecían no querer saber nada de tres niños desamparados. Él llegó entonces, con sus cabellos pelirrojos y sus ojos amables, y les dio un hogar. Dave les salvó, y Johnny nunca tendría vida suficiente para agradecérselo.

También comprendió a temprana edad que tener dos padres no era normal. O al menos no lo era de puertas para afuera. Ellos no parecían comprender que allí donde el mundo les dio la espalda, Dave y Greg les ofrecieron un hogar y su cariño incondicionado. Les devolvieron al seno de una enorme familia que los acogió bajo su ala protectora. Johnny sabía que estaba en deuda con el destino, y también sabía que nunca podría pagarlo.

Con Dave y Greg también llegaron otros. Llegó Keith, que en un principio se llamó Michelle, y llegó Chris. Llegó Alex, quien sufrió un terrible accidente que lo dejó atado a una silla de ruedas durante años, y llegó ella, Isabella. Johnny la adoraba, porque como única mujer en una casa de locos, ella era la luz de la cordura cuando todos los demás fallaban. Siempre fue más seria que su hermano, o eso decían, porque tras el accidente Alexander se convirtió en una presencia taciturna por momentos. Ella era hermosa, por fuera, con aquellos cabellos casi albinos y sus ojos oscuros, y también por dentro. Lo había abrazado muchas noches, cuando la buscaba en sustitución de la figura materna que perdió. Ella siempre estuvo allí, junto a ellos, hasta que se marchó con su gemelo a vivir en otro hogar.

Incluso después de eso, ella formó parte de su vida más cotidiana, viéndolo crecer y sonriéndole cada vez que hacía algo bien. Era alentador tener a alguien como ella a tu lado. Alguien que parecía ver el lado bueno de las personas a pesar de que estas quisieran ocultarlo. Quizás por eso nunca abandonó, a pesar de que Chris fuese un capullo y de que su madre la criticase por juntarse con quién no debía. Ella nunca los abandonó, pensó con nostalgia.

Quizás era por eso por lo que lo comprendía. Comprendía por qué, a pesar de estar aparentemente saliendo con Marc, su atención volvía una y otra vez hacia Samuel. Johnny tenía 18 años, y era joven, sí, pero también tenía ojos en la cara. Samuel era, seguramente, una de aquellas ovejas descarriadas que a ella tanto le gustaban. Suponía un reto para su carácter, y eso siempre le había gustado. Isabella, Johnny pensó, estaba fascinada por aquella persona que ella llamó erizo, y Johnny no pudo sino darle la razón. Porque Samuel le invitó a su casa. Jugó con él y le llevó al cine. Incluso le llevó a ver un partido de beisbol. Y a pesar de todo eso, él se escudaba en un caparazón mucho más frágil de lo que alguien pudiera pensar, porque Johnny, que siempre se tuvo por alguien observador, pronto vio que allí, bajo aquella capa de hostilidad hacía un mundo extraño,  se encontraba alguien realmente amable.

Issy siempre le preguntaba qué hacían, y Johnny contestó con evasivas. Porque de alguna forma se sentía como una traición hacía él. Si Samuel quería aparentar ser alguien diferente, que así fuera. Mal que le pesase, su tía ya lo sabía.

-¿Qué tal este? -preguntó mientras se miraba en un espejo de cuerpo entero.

-Pareces un pingüino.

-Gracias, Issy. Eres todo amor.

Ella se rio, colocándose junto a él para ajustar bien la corbata.

-Estás muy guapo.

Era un traje carísimo, pero entre aquellos dones que el destino tuvo a bien regalarle, estuvo la abundancia del dinero familiar.

-Quizás si se compra algo en otro color, menos formal, pueda usarlo para otros eventos.

Se volvió hacia Samuel, quien le observaba con ojo crítico. Aquel día apareció con el pelo mucho más corto, y su tía se quejó por la pérdida de aquellos locos cabellos ondulados.

-Puede que tengas razón -dijo él, mirándose de nuevo en el espejo. El negro quedaba perfectamente bien, pero parecía demasiado formal.

Issy le entregó otro modelo, esta vez en un tono azulado. Era bonito, y Johnny cerró la puerta para probárselo.

-Definitivamente ese está mejor -dijo después su tía, contemplándolo desde atrás.

-Pues ya está, entonces. ¿Nadie más va a comprar nada?

-No, solo era eso.

Johnny asintió, y se resguardó para cambiarse. Quizás era una tontería, estando con ellos dos, pero aun así sentía vergüenza de que le viesen en ropa interior. Se sabía delgado y paliducho, con un cuerpo aún de formas juveniles y alargadas.

-¿Dónde queréis ir a almorzar? ¿Os apetece algo en particular?

Issy negó con la cabeza y Johnny lo pensó por un momento.

-¿Conoces algún restaurante de comida china? Hace meses que no la pruebo.

Comieron en el que resultó ser uno de los restaurantes preferidos de Samuel. La mujer que regentaba el local lo saludó como si lo conociese de toda la vida, y los acompañó hasta una mesa junto a la ventana. La conversación fue fluida y entretenida, y para cuando se dio cuenta, ya estaban de regreso en Little Italy. Fue al llegar al portal que los tres se quedaron congelados sobre sus pies.




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