Tan efímero como un beso

Capítulo 6

El restaurante, La Lumière, se alzaba con una fachada de piedra pulida y ventanales que dejaban entrever el resplandor cálido de su interior. No era un lugar ostentoso, sino íntimo, como un secreto bien guardado. Ana, con su sudadera gris y sus tenis gastados, sintió un nudo en el estómago al bajar del auto. La puerta de madera tallada, con un discreto letrero dorado, parecía juzgarla, como si supiera que no pertenecía a ese mundo de refinamiento.

Alberto, en cambio, parecía en su elemento. Bajó del coche con una desenvoltura natural, su chaqueta de cuero ajustándose a sus hombros anchos mientras entregaba las llaves al valet con un guiño amistoso. Al cruzar la puerta del restaurante, el aire se llenó de aromas que envolvían como un abrazo: pan recién horneado, hierbas frescas, un toque de cítricos y el dulzor cálido de un reducción de vino tinto. El murmullo suave de las conversaciones se mezclaba con el tintineo de copas de cristal y el crepitar de una chimenea al fondo. Un grupo de comensales en una mesa esquinada alzó la vista, y sus rostros se iluminaron al verlo.

—¡Alberto! —exclamó un hombre de traje elegante, levantando una copa de vino tinto con una sonrisa—. ¡El mago de los fogones! ¿Ya vienes a salvarnos el paladar?

Otros se unieron, algunos con palmadas en la espalda, otros con abrazos efusivos. Ana se quedó atrás, sus manos hundidas en los bolsillos de su sudadera, observando ese mundo que giraba en torno a Alberto. Los comensales, vestidos con una elegancia casual pero impecable, las mesas adornadas con manteles de lino y centros de flores silvestres, el brillo suave de las lámparas de araña: todo era un universo ajeno.

“Wow,” pensó Ana, su mirada saltando de los platos meticulosamente emplatados a los camareros que se movían con la precisión de una coreografía. “Me siento como si estuviera en otro planeta. Un planeta donde los aromas te envuelven y cada sabor cuenta una historia.” Su incomodidad crecía con cada paso, consciente de cómo su ropa desentonaba en ese espacio de sofisticación contenida. Cada mirada casual de los presentes parecía evaluarla, aunque nadie decía nada.

Alberto, ajeno a su inquietud, se giró hacia ella con una chispa en los ojos.

—Ven, sígueme —dijo, extendiendo una mano con esa confianza que parecía inquebrantable.

Ana dudó, sus pies clavados en el suelo de madera pulida.

—¿Qué es este lugar? ¿A dónde me trajiste? —preguntó, su voz apenas audible sobre el murmullo del restaurante.

Alberto miró a su alrededor, como si viera el lugar por primera vez. El brillo de las velas, el aroma de un risotto de trufa que flotaba desde la cocina, el sonido suave de un violín en la distancia. Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios.

—Este es mi mundo —respondió, su voz cargada de una mezcla de orgullo y melancolía—. Donde la comida no solo se come, se vive.

Ana lo miró, y por un instante, el bullicio del restaurante se desvaneció. Sus brazos fuertes, su mirada atenta, eran lo único que la anclaba a la realidad. “Solo él me trae de vuelta,” pensó, extendiendo su mano hacia la de él, sus dedos rozándose con una calidez que la hizo estremecer.

Mientras avanzaban entre las mesas, una figura captó la atención de Ana. Una mujer rubia, deslumbrante en un vestido negro que abrazaba cada curva de su cuerpo, observaba a Alberto desde una mesa apartada. Sus ojos, afilados como diamantes, no se apartaban de él, aunque no decía nada. Ana frunció el ceño, un pinchazo de curiosidad —o tal vez celos— atravesándola. La mujer, con un movimiento grácil, se levantó y se dirigió hacia ellos, sus tacones resonando contra la madera con una cadencia deliberada.

“Alberto…” murmuró Ana para sí misma, su voz un susurro cargado de inquietud.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, el rostro de la mujer se iluminó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—¡Al fin llegaste, bebé! Te extrañé —dijo, su voz cortando el aire como un cristal roto.

Sin previo aviso, Marina —porque ese era su nombre, Ana lo sabría después— jaló a Alberto por el brazo, obligándolo a girarse hacia ella. Antes de que él pudiera reaccionar, le plantó un beso en los labios, un gesto audaz y posesivo que hizo que Ana se quedara helada. El restaurante pareció detenerse por un instante, el murmullo convirtiéndose en un zumbido lejano. Ana, con el corazón latiendo desbocado, observó la escena, atrapada entre la sorpresa y una punzada de confusión.

Alberto, con un movimiento firme pero calmado, se apartó de Marina, rompiendo el beso. Sus ojos se endurecieron, y una sombra de desdén cruzó su rostro.

—También te extrañé —dijo, pero su voz era fría, desprovista de emoción, como si las palabras fueran un trámite.

Se giró hacia Ana, cuyos ojos lo miraban con una mezcla de expectación y desconcierto.

Marina, sin inmutarse, ladeó la cabeza, evaluando a Ana por primera vez. Sus labios se curvaron en una sonrisa que destilaba condescendencia.

—Hmmm, dejemos esta charla para después —dijo Alberto, su tono áspero, los ojos fijos en un punto indefinido entre las mesas, como si quisiera borrar la presencia de Marina con la pura fuerza de su voluntad.

Marina se quedó inmóvil, sus labios entreabiertos, atrapada entre la furia y una extraña resignación. Sus ojos, brillantes bajo la luz de las velas, lo estudiaron como si hubiera cometido un delito imperdonable, pero también como si reconociera que ella misma había cruzado una línea. Ana, observándola desde el rabillo del ojo, captó el destello de dolor en su rostro, un eco de algo roto entre ella y Alberto. “¿Es ella la razón por la que él se emborrachó anoche?” pensó Ana, el recuerdo del olor a whisky en el aliento de Alberto en el auto golpeándola como una ola. La imagen de él, tambaleante pero decidido a salvarla, se mezcló con la figura de Marina, elegante y magnética, pero claramente una sombra en su pasado.

Marina, recomponiéndose, alzó la barbilla con una dignidad que parecía ensayada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.