Ahora
Abrí mis ojos y la luz de la mañana, la cual entraba por la ventana, me cegó y tuve que parpadear un par de veces para acostumbrarme a ella. Resoplé y me senté contra las almohadas que descansaban en el respaldar de la cama. Hoy se cumplía un año más de ese fatídico día donde mi vida cambió para siempre y los dos seres que más amaba se fueron de mi lado. Una lágrima resbaló por mi mejilla y la limpié antes de que alguien la pudiera ver. Todavía tenía pesadillas de lo poco que recodaba de ese día, pues mi cerebro había hecho un buen trabajo en bloquear la mayoría de lo sucedido y eso me tranquilizaba.
Cerré mis ojos y pasé mis manos por mi vientre plano, el cual nunca pude ver grande ni tampoco sentir a mi bebé moviéndose dentro de mí, ya que apenas era una semilla cuando la vida me lo arranco de las entrañas. Mi pequeño angelito fue sepultado junto a su padre y, aunque era demasiado pronto para saber su sexo. para mí siempre fue un él. Un niño que tal vez se hubiera llamado como su padre.
Estuve convaleciente y sedada cuando los padres de Ashton decidieron celebrar el funeral, me robaron la oportunidad de despedirme de ellos. Cuando me desperté de mi sueño inducido por los fármacos, solo lloraba por lo sucedido, por lo que había perdido por culpa de un conductor imprudente, quien nunca fueron capaz de hallar. Después de dos años de investigación, cerraron el caso por falta de evidencia, aunque luché con uñas y dientes para que se abriera, pero fue en vano.
Una infinidad de veces pensé en suicidarme, pues no podía soportar vivir sin ellos y el dolor que estaba sintiendo no me dejaba pensar con claridad. Traté acabar con mi vida y casi lo consigo, si no fuera porque una vecina llamó a mi puerta en el momento que el filo de la navaja tocó mi piel, yo hubiera muerto desangrada en el piso del baño. Ella fue un ángel que me salvó de cometer el peor error y es que la desesperación no era la mejor consejera de uno.
―Buenos días, preciosa ―dijo una voz que me hizo estremecer de pies a cabeza.
Abrí mis ojos y me encontré a Gareth caminando hacia nuestra cama. Él era mi salvavidas personal, pues me había salvado de mi propia destrucción luego de mi intento de suicidio. Después de recuperarme de mis heridas físicas, pasé llorando en el departamento donde viví con Ashton. Mi prometido había dejado todas sus pertenencias a mi nombre y un fideicomiso que sus abuelos maternos tenían para él cuando contrajera matrimonio. El seguro de vida y el del automóvil también me fueron entregados para que hiciera uso de ese dinero a mi antojo. Sus padres no estuvieron contentos e intentaron apelar esa decisión, pero no sirvió de nada ya que Ashton hizo su testamento cuando me había pedido matrimonio, meses antes del accidente que acabo con su vida.
―¿Cómo estás? ―pregunté y volví al presente. Me dio una taza de café mientras besaba mi frente, se sentó a mi lado y me observó fijamente.
―Bien ―sonreí de manera falsa.
Gareth pensaba que había superado todo lo sucedido y que mi amor por Ashton ya no existía, pero todo era una vil mentira que había creado para él. No podía olvidar de la noche a la mañana a las dos personas que amé con todo mi corazón y mi ser, que me hicieron feliz con solo su presencia. Era difícil no pensar en ellos y en lo que había perdido, en todo lo que fue arrancado de mí. El futuro que cree a su alrededor de evaporó. Intenté con todas mis fuerzas olvidar a Ashton, sin embargo, no podía borrarlo de mi corazón ni de mi mente. Tuve que deshacerme del departamento que compartimos, por mucho tiempo, porque no podía estar entre esas paredes sin recordar todo lo que habíamos vivido juntos. Las noches de pasión desenfrenada o las cenas tardía. Debía seguir adelante, pero seguía estancada en el dolor que había en mi interior.
―¿Desayuno? ―preguntó, esperanzado de que pudiera comer algo en ese día.
―No ―negué, sacudiendo mi cabeza―. Solo café está bien.
―De acuerdo ―murmuró y besó mi frente.
Se irguió de la cama para salir de nuestra habitación, seguramente para ir por su desayuno o por su taza de café. Gareth y yo nos habíamos conocido en un bar hace unos años atrás. Después de llorar todo lo que podía, decidí que el alcohol podía servir como la segunda mejor opción para apagar mis sentimientos y mi dolor. Pasaba todo el día borracha, ya que me encantaba sentirme entumecida. Una noche, Gareth se acercó a mí cuando notó lo poco lúcida que estaba y que no podía dar dos pasos sin caerme de bruces al suelo. Tuvimos una pequeña discusión, pues no quería dejarme seguir tomando y me cargó en brazos para llevarme a su casa y ponerme a dormir. En el momento en que mis ojos se engancharon con los suyos, algo se empezó a construir en mi interior y desde ese preciso instante dejé el alcohol, me alejé de esa vida de exceso que solo me lastimaba más y más.
Tuve el tonto pensamiento de que salir con otra persona sería un paso en la dirección correcta, pero no fue así pues tenía heridas profundas en mi ser que debía ser sanadas. Llevábamos dos años de relación y uno viviendo juntos en la casa que compré para mí. No existía el mismo sentimiento que hubo entre Ashton y yo, extrañaba esa conexión que tenía con él, lo extrañaba a él y sus bromas sin sentido, a sus debates legales cuando estudiaba o me hacía querer cambiar de opinión. El amor que sentía hacia Gareth era pequeño comparado a lo que había sentido por Ashton.
Me levanté de la cama y coloqué la taza de café en mi mesita de noche para poder desnudarme, pues tenía que empezar con mi día, aunque no quisiera. Me dirigí al baño para entrar debajo de la mampara y dejar que el agua cayera sobre mí, que se llevara el dolor que sentía, pero eso nunca sucedía. Ese era el único momento de mi día donde mis lágrimas podían salir sin que me preguntaran que estaba mal, sin preocuparme que Gareth me viera en ese estado; tan rota y desolada. Escuché la puerta abrirse, seguido de pasos acercándose a donde me encontraba, giré mi cabeza y mis ojos se engancharon a los azules de Gareth.