Gareth no había vuelto a casa después de varios días y sabía que no era por turnos extras en el trabajo. Me dolía su abandono, pero era lo que yo misma sembrado y ahora cosechado. Suspiré y me levanté de la cama, un mareo me invadió y me agarré de la mesita de noche, a mi lado, para no caerme al suelo. Últimamente estaba sintiendo muchos mareos y náuseas a cualquier hora del día, así que estaba segura de que no era nada normal.
Esperé unos minutos en esa posición, esperando sentirme mejor antes de erguirme recta, aunque mis piernas estaban demasiado débiles para soportar mi peso, el cual no era mucho pues apenas había estado comiendo esa semana. Me encontraba harta de esa situación, así que era momento de ir al médico y saber qué era lo que tenía, que me mandara algo para mi feo malestar. Tomé una respiración y arrastré mis pies hacia el baño, ya que necesitaba darme una ducha y prepararme para salir. «Espero poder desayunar», supliqué.
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Una hora después, me encontraba sentada en una sala de espera leyendo una revista de farándula, en la cual salían personas que ni conocían y tampoco quería conocer. Pasé las hojas rápidamente y resoplé ya que estaba aburrida de tanta espera, pues necesitaba saber qué era lo que había mal en mí. Dejé la revista encima de la mesita que estaba a mi lado para poder sacar mi móvil de mi cartera y revisar mi correo electrónico, en el cual tenía varios emails de pedidos de algunas obras que se habían hecho famosas con el paso del tiempo, pero siempre me negaba a hacer duplicados.
El primer lienzo era el que valía, pues era en el que plasmaba todo mi dolor y sufrimiento. Mis obras eran únicas en existencia, solo una copia y listo. Era suerte si podías comprar de la que te habías enamorado antes de que alguien con más dinero decidiera a serla de su propiedad.
―¿Señora Jones? ―preguntó una voz dulce y alcé mi cabeza para ver a una enfermera detrás del cubículo.
―Soy yo. ―Me levanté de la silla mientras guardaba el teléfono en mi bolso.
―Sígame, por favor.
Asentí y la seguí a través de varios pasillos, en los cuales había carteles variados sobre la salud en general. Llegamos al consultorio y abrió la puerta, le agradecí y entre a la habitación, no me gustaban esas paredes blancas porque traían malos recuerdos a mi mente, memorias que hacían que el aire me faltara y las manos me temblaran. Era la primera vez que ponía un pie desde mi alta hace cinco años atrás, así que fue como una avalancha de sensaciones y emociones.
»La doctora Johnson estará con usted en unos minutos ―informó la enfermera―. Puede tomar asiento y esperar, por favor.
―Gracias.
Ella me sonrió antes de cerrar la puerta dejándome sola en la habitación y tomé asiento mientras respiraba lentamente por la nariz para calmar los nervios. Saqué un cuaderno de dibujo para empezar un boceto, ya que tenía una idea taladrándome para que la plasmara y si no le hacía caso, sería peor. Hice unas líneas en la hoja en blanco y poco a poco el dibujo cobró vida, permitiéndome plasmar lo que sentía y pensaba. Después de varios trazos, unos ojos azules me saludaron y di un pequeño grito dejando caer todo lo que había en mis manos justo cuando la puerta se abría para revelar a una doctora.
―Soy la doctora Johnson ―anunció, ingresando a la habitación. Se acercó a mí y estiró su mano para que yo la estrechara―. Señorita Jones, ¿qué la trae por aquí el día de hoy?
―Llevó unos días con mareos y nauseas ―murmuré, recogiendo mis cosas antes de erguirme para sacudir su mano.
―Tome asiento, por favor. ―Señaló la silla delante de su escritorio mientras ella se sentaba.
―Gracias
―¿Cuándo fue su último periodo menstrual? ―preguntó.
―El mes pasado, creo ―vacilé, pues había tantas cosas en mi cabeza que no tenía idea de cuando había sido la última vez que tuve mi periodo o si realmente lo había tenido.
―¿Regular o irregular?
―Regular, doctor ―balbuceé.
―¿Ha sido activa sexualmente los últimos tres meses?
―Sí ―asentí, recordando que llevaba un mes sin tener intimidad con Gareth.
―Bueno, señora Jones ―dijo, juntando sus manos frene a ella encima del escritorio―. Lo primero que haremos es una prueba de embarazo, esta en edad fértil y ha tenido sexo en los últimos meses. ¿Sospecha de que esta encinta?
―No ―negué―. Siendo sincera, no sé qué pensar, doctora.
―¿Por cuánto tiempo ha tenido estos síntomas? ―Enarqué una ceja.
―Por casi una semana.
―Bien. ¿Utiliza algún método anticonceptivo?
―Sí, condón.
―Esta bien, haremos el examen de embarazo y más análisis para descartar anemia, colitis, diabetes entre otras enfermedades.
―De acuerdo ―titubeé, pues no creía estar embarazada.
La doctora empezó a teclear y mi expediente médico apareció ante ella, pues la enfermera me había pedido mi número de seguridad social cuando me registré para una consulta. La mujer frente a mí frunció el ceño mientras leía y me puse inquieta. «¿Había encontrado algo raro?».