Te atreves a amarme

Capítulo 04

CAPÍTULO 4

 

Leah miraba por las ventanas del taxi las calles transitadas de New York deseando por un momento que la aguja del reloj dejara de avanzar, iba tarde, muy tarde. Antes de bajar del auto aplicó un poco de brillo en sus labios. Se miró en el espejo, al menos se veía decente. Al entrar al lujoso edificio que apreciaba el día anterior desde la cafetería se sintió opaca, definitivamente aquel lugar no encajaba con ella. Todo estaba perfectamente ordenado, limpio, el suelo alfombrado en rojo, las paredes de un color blanco lleno de muchos adornos y reconocimientos, todo era de vidrio con hermosas lámparas cayendo estilo lluvia del techo.

—Último piso —dijo la recepcionista apenas se acercó, como si supiera a lo que iba, extendiéndole un pase estilo carnet de visitante. Un hombre uniformado la guio a los ascensores deseándole suerte con una sonrisa.

Si quizás eso necesitaba.

Llegó al piso 40, alrededor de 100 chicas se encontraban en el pasillo, perfectamente vestidas y maquilladas, algunas un poco excesiva. ¿Qué diablos era esto? ¿Un prostíbulo?

Soltó un suspiro observando la larga fila que superaban sus ganas de trabajar algún día en ese hermoso lugar. ¿De verdad Daniel pensaba que lograría trabajar en ese lugar? ¿Esto era una especie de burla?

Leah solo pensaba en que nunca la aceptarían, pero, valía la pena intentarlo. Luego de una hora y largos minutos de aburrimiento escuchando el cuchicheo de cada una acerca de sus anteriores trabajos y experiencias al fin se le acercó una hermosa rubia embarazada muy bien vestida, observando un poco a cada chica —Leah Ferrer —dijo e inmediatamente se levantó y la siguió.

 

—El jefe la espera —mencionó abriendo una de las puertas dejándola pasar.

Al entrar, la oficina era inmensa. Todo el edificio parecía tener la misma decoración a diferencia de que esta oficina era un poco más lujosa y con una gran vista de la ciudad.

Leah levantó la vista y observó al hombre que la miraba con gracia sin poder creer que fuera él. Si, definitivamente la vida le estaba jugando una broma. El joven rubio le dedicó una sonrisa y escudriño de pies a cabeza. En su identificación se podía leer muy bien Maciel Herworth.

Y a Leah casi le da un paro cardiaco. Era él.

—Tomé asiento por favor —dijo, señalando un pequeño sillón beige que estaba en frente de él al otro lado del escritorio. Tomó lugar y levantó la mirada con velocidad.

—¿Usted es la protegida de el Ángel Guardián? —enarcó una ceja haciéndola fruncir el entrecejo.

¡Joder!, se acordaba perfectamente. «Ya valiste verga Leah », pensó la chica.

—Ja.ja que gracioso Sr Herworth

—Usted y yo estamos conectados Señorita Ferrer.

—¿Se encuentra bien? ¿No tuvo ningún órgano afectado? —preguntó con educación.

—Sí, si todo está perfecto —a la mierda su vida, el tipo levantó la mirada y rio.

Entonces comenzó a realizar las típicas preguntas, su vida, su profesión, su experiencia y una última que siempre la hacía reflexionar. ¿Por qué necesitas el trabajo?

Ríndete Leah, ya no tienes empleo. Entonces recordó, el taxi haciéndola esperar, sus hermanos pidiéndole comida y su accidente con el vehículo de don perfección y ella preguntándole si era un ángel —era obvio que ella no sería la candidata ideal para el puesto que buscaban, así que decidió ser lo más sincera.

—Realmente no hay una razón para que me elijan, pero mi vida es un completo desastre, un caos, un tormento, que espero realmente superar con un poco de esfuerzo, quizás no este lo suficientemente preparada o tenga la experiencia requerida pero estoy dispuesta a aprender todo lo que sea necesario… 

Dicho esto respiró profundamente pensando en que otro lugar podría buscar trabajo. El rubio se quedó mirándola con sorpresa, luego de unos segundos habló.

—Gracias por venir señorita Ferrer la estaremos llamando.

¿La estaremos llamando?

Al menos lo había intentado.

Leah salió de aquel lugar con las ilusiones hechas pedazos, cruzó la calle en dirección a la cafetería. Horas después cuando el local estaba por cerrar y ella por regresar a casa para encontrarse con sus hermanos Maciel entró al café siendo ella la única que quedaba sirviendo a los pocos clientes que pasaban por el café.

—Un expreso doble —ordenó serio perdiendo su atención en las pocas personas que lo rodeaban.

La paciencia no era una de sus virtudes y unos minutos después comenzaba a perderla. Observó el reloj y levantó al notar que ya no podía esperar, Ricardo lo estaba esperando en un bar para hablar. Al hacerlo impacto con Leah, y observó la maraña de pelo castaño claro obstaculizar su vista. Tropezó y enseguida visualizó a la chica quemarse con la bebida antes de caer al suelo.

Bajó la vista y la vio, estaba asustada, tenía unos asombrosos ojos verdes que lo eclipsaban con pestañas oscuras, largas y bien rizadas, la mata de pelo castaño cayendo a lo largo de su cintura, sus rasgos finos. De inmediato supo que ella llevaba su café.




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