Te cuidaré de mi

5. Demasiado cerca.

DOMINIQUE

El depósito queda en el piso de abajo, cruzando ese pasillo que siempre está demasiado frío, como si el aire acondicionado hubiese decidido rendirse a la muerte. Camino rápido, el bastón resuena, y aprieto los dientes. Estoy tan tenso que siento los hombros duros, la mandíbula rígida y las ideas… un caos.

Jennifer.
La voy a matar.
La voy a enterrar debajo de las carpetas vencidas del 2018.

Este lugar está peor de lo que recordaba. Huele a polvo mezclado con ese olor húmedo de papeles viejos que debería estar prohibido por salud pública. Enciendo la luz: parpadea dos veces antes de decidir si quiere existir o no. Al final prende. Qué generosa.

—Perfecto —murmuro, arrastrando una caja hacia el centro—. Inventario trimestral. Con Leon. Maravilloso. Ideal. Exactamente lo que quería.

Tiro la carpeta encima de la mesa auxiliar con más fuerza de la necesaria. El golpe resuena entre las estanterías metálicas. Estoy enojado. Frustrado. Humillado. Y lo peor es que sé por qué Jennifer lo hizo.
Porque vio todo.
Vio mis orejas, mi cara, mi… maldita reacción al susurro de un mocoso al que debería poder manejar sin que se me derrita la estabilidad.

Respiro hondo. No sirve de nada.

Empiezo a abrir cajas y a anotar números con rabia. La lapicera casi se me parte entre los dedos. Me aplasto el dedo con una tapa y suelto un insulto.

—¡Carajo! Genial. Maravilloso. Ya estoy delirando solo en un depósito oscuro. Gracias, Jennifer.

Estoy metido hasta el codo en una caja cuando escucho pasos en el pasillo.

No. No. NO.
Por favor que sea cualquiera menos—

La puerta se abre sin previo aviso.

—¿Dominique?

Su voz.
Mi nombre.
Otra vez.

Me quedo quieto, la espalda tensa, congelado en plena arqueología de papeles. Cierro los ojos un segundo. Jennifer. Te odio.

Me incorporo despacio, ajustándome la camisa, limpiándome las manos del polvo inexistente. Todo para ganar tiempo. Para recuperar algo de dignidad.

Me doy vuelta.

Ahí está Leon, apoyado en el marco de la puerta, con una carpeta bajo el brazo, una expresión relajada, curiosa… y esa sonrisa suave que no es sonrisa, pero igual me desequilibra.

—Jennifer me dijo que necesitabas ayuda —dice, entrando como si el depósito fuera suyo.

Aprieto los dientes tan fuerte que me duele.

—No necesito ayuda —respondo, más frío de lo que pretendía—. Estoy trabajando, tengo todo bajo control.

Él mira alrededor, evaluando todo el desastre.

—Sí, sí. Se nota mucho —dice, dejando la carpeta sobre la mesa—. ¿Querés que empecemos por logística o por archivo muerto?

—Quiero que te vayas —respondo sin pensar.

Leon se queda quieto un segundo. No ofendido. No sorprendido. Como si entendiera. Como si siempre entendiera demasiado.

—Jennifer fue muy insistente —dice finalmente—. Literalmente me arrastró hasta el ascensor. Me dijo que era obligatorio . Vos sabés cómo es.

—Lo sé —gruño.

Leon da un paso más. Yo retrocedo apenas. Casi imperceptible. Casi.
Él lo nota. Por supuesto que lo nota. Tiene ese don irritante.

—Dominique… —dice suave, con esa calma que usa cuando quiere cacarme la paciencia y no se lo voy a permitir—. Solo vine a ayudar.

—No te pedí ayuda.

—No —admite—. Pero es una orden.

Aprieto los labios. Eso lo empeora todo.

Leon se acerca a una caja, la abre, revisa documentos, los ordena con habilidad, como si hubiera nacido sabiendo dónde va cada carpeta.

Yo intento concentrarme… pero es inútil.
Su presencia llena el depósito.
Su perfume suave.
Su respiración.
El sonido de sus dedos pasando hojas.

Cada pequeño ruido suyo me recuerda demasiado lo que pasó hace unos minutos en mi oficina. Su voz en mi oído. Mi nombre. Esa sensación todavía quemándome bajo la piel.

Y él está acá como si nada. Como si no hubiera dejado mi sistema nervioso en emergencia.

—Dominique —dice de pronto.

Lo miro.
Error.

Su mirada se cruza con la mía y por un segundo siento que no hay aire en ese maldito depósito.

—¿Por qué estás tan tenso?

Me río, sarcástico.

—¿En serio?

Él frunce apenas las cejas.

—Sí. En serio.

Me paso una mano por el pelo, frustrado, agotado, irritado, todo junto.

—Porque no tendría que estar acá. Porque esto no es mi trabajo. Porque Jennifer está encantada arruinándome el día. Porque tengo cosas más importantes que… cajas.

—Ajá —dice Leon, apoyando los codos en la mesa, inclinándose hacia mí—. ¿Y eso es todo?

Me quedo mudo un segundo.
Un segundo demasiado largo.
Él lo nota.
Por supuesto que lo nota.

—¿Segurísimo que es todo? —insiste con voz baja.

El depósito es demasiado chico.
Él está demasiado cerca.
Y yo estoy demasiado… vulnerable.

—Leon —digo apenas, un hilo de voz que no controlo—. No empieces.

Él inclina la cabeza. Desafiante y curioso.

—¿Quién dijo que empecé?

La temperatura sube varios grados.

Necesito aire.
Necesito silencio.
Necesito no sentir que el piso se me achica alrededor de él.

—Voy a buscar el archivo 7B —digo sin mirarlo.

—¿Querés que vaya yo?

—No.

Camino por el pasillo estrecho. Las luces parpadean. El olor a papel viejo es más intenso acá, encerrado. Me calma un poco. Me recuerda que estoy en terreno seguro.

Al menos por diez segundos.

Llego al estante alto. Estiro el brazo… genial, está más arriba de lo que pensé. Me pongo de puntas, tiro un poco más…

Crack.

—No. No, no, no…

El lomo se abre y el contenido explota hacia afuera. Cientos de hojas caen como una nevada desafortunada.

Me agacho para agarrarlas.

Error.
Un latigazo helado me atraviesa la pierna.

—¡Mierda!.

Me arrodillo sin pensarlo. Mal. Muy mal. El frío del piso me corta la respiración. No voy a poder levantarme fácil. Lo sé.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.