Te estaba esperando

Prólogo

Alberto y Mayra estaban felices con el nacimiento de su hija Eva, su primogénita. Para ellos era el bebé más hermoso del mundo ¿Y cómo no? Si la pequeña Eva había sido esperada con tanta ilusión y tanto amor.

Alberto era médico, su esposa era enfermera, pero ya no ejercía su profesión, se dedicaba por completo al hogar

Javier, que también era médico y su esposa Celia, vecinos de enfrente y mejores amigos de la pareja, fueron a visitar a la familia para conocer a la bebé, acompañados de su único hijo Fernando, de tan sólo 6 añitos de edad.

Mientras los adultos conversaban, Fernandito observaba fijamente y sin moverse a la pequeña que dormía plácidamente en un bambineto color rosa que Mayra había colocado cuidadosamente sobre el sofá, junto a ella.

Javier fue el primero en darse cuenta

— ¿Le pasa algo a la bebé, Fer? — preguntó a su hijo. El pequeño sólo movió la cabeza negativamente y siguió mirando a la pequeña sin hacer caso de los adultos.

Mayra sonrió y sacó a la bebé de la cunita diciéndole. —¿Quieres cargarla?

Fernando abrió mucho los ojos en evidente sorpresa, y luego de dudar un momento, asintió vigorosamente provocando la risa de los demás.

—Siéntate aquí junto a mí.

El niño lo hizo, y Mayra colocó cuidadosamente a Eva en sus brazos. — Pon tu mano aquí, sostén su cabecita. — Le explicó paciente y cariñosamente.

Fernando obedeció cuidadosamente, y cuando tuvo por fin a la pequeña en brazos una amplia sonrisa iluminó su carita.

—¡Está muy chiquitita! — Dijo asombrado.

— Ya crecerá. — Le dijo Mayra con una sonrisa.

— Cuando sea grande, nos vamos a casar. — Dijo el pequeñín con una determinación inusual en alguien de su edad.

Los adultos rieron y celebraron planeando, en broma, la futura boda de los 2 niños.

— ¡Pues ya vamos a emparentar! — Le dijo Javier a Alberto.

— Mi niño no tiene mal gusto. — Comentó Celia. —Mi nuerita es preciosa.

— Pero nada de que “Me voy a casar con ella” y ya, primero gánatela. — Le dijo Javier a Fernandito. —Así que échale muchas ganas a la escuela, para que, cuando crezcas, le puedas comprar a mi hija una casa muy bonita y darle lo que se merece.

El niño sólo movió la cabeza afirmativamente sin dejar de mirar a la bebé.

— ¿Te imaginas Mayra? ¡Vamos a ser consuegras! — Dijo Celia a las risas.

Fernando no hacía caso de los adultos, él seguía mirando con adoración a esa pequeña criatura que tenía en brazos y que lo había cautivado.

 




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