Varios minutos después, mis amigos aparecieron a mí lado. El lugar estaba lleno así que iba a ser algo complicado ubicarnos. Sin embargo, tampoco íbamos a perder más tiempo.
Con decisión, avancé entre la gente. Chocabamos con algunos, nos empujaban otros, pero terminamos encontrando un lugar en el medio de la pista.
—No pensé que habría mucha gente —dice una chica, sino recordaba mal, era hermana menor de Héctor. La había visto un par de veces en la escuela.
—Sí, son demasiados —murmuré por lo bajo, manteniendo distancia con ambos hermanos. Aunque la chica no me cayó mal.
Mis amigas se acercaron a mí, preguntándome si las acompañaba a la cantina. Al parecer, las dos necesitaban alcohol.
—No lo puedo creer —gritó Malena para que podamos escucharla.
—¿Qué pasó? —pregunté confundida. No estaba entendiendo nada de nada.
—Vos te diste cuenta, ¿No? —Su pregunta me hace parecer una estúpida. Mis neuronas no podían formular una respuesta correcta sin que me hiciera parecer boba.
—No entiendo —dije—, ¿De qué tuve que darme cuenta?
—Héctor no te quita la mirada.
Mí rostro pasa por muchas emociones juntas, porque esa confesión debería ser una pelotudez. O sea, ni siquiera era posible.
No me malentiendan, solía ser interesante recibir un poco de atención. Solo no esperaba que fuera por parte de él.
—Male, creo que estás exagerando un poco —comenté mientras me iba acercando al paredón que estaba a unos metros de nosotras.
—Tengo ojos, Nai.
—No lo niego —murmuro sentándome—. Solo digo que estás viendo cosas donde no las hay; además, recién lo acabamos de conocer.
—Vos sos la única que lo acaba de conocer.
—¿En serio?
—Sí, Ailu y yo ya hemos entablado conversación con él en la escuela.
—Tiene sentido —digo sintiendo un pequeño malestar—. Cambiemos de tema y decidamos que vamos a tomar.
Mis amigas asintieron, y dirigimos la vista hacia el pizarrón de las bebidas. Había desde agua mineral hasta un Fernandito con coca.
Yo me encontraba indecisa entre la cerveza y el fernet, sin embargo, sabía que iba a terminar tomando lo que las otras dos compraran.
—Yo voy a comprar un vino —dice Ailu.
—Un fernet tengo pensado tomar —contesta Male.
—Yo quizás vaya por la cerveza, no sé. Sin embargo, ambas saben que voy a tomar de sus vasos.
—Lo sabemos, amiga —afirma Ailu con diversión.
Las tres esperamos que la cola se achicara un poco, no queríamos perder más minutos.
Conversamos sobre muchas cosas en ese pequeño tramo, exámenes, compañeros, los ex 's de Ailu y más. Cuando vimos que no había casi nadie, mis amigas se acercaron y yo me quedé a esperarlas en el paredón. Estaba demasiado cómoda como para levantarme.
Sin embargo, y para mí desastre, Sebastián con compañía aparecieron.
—Con que acá estaban —dice Sebastián acercándose a mí—. Pensé que se habían ido.
—Ganas no me faltan —comenté—, pero recién acabo de llegar. —Mi mirada por breves segundos se detiene en Héctor, sin embargo, la saco rápidamente. Sebastián parece darse cuenta de eso y niega riéndose.
Decido ignorarlo, fingir demencia y esperar mí cerveza. No quería tener a Sebastián rompiendo las bolas con preguntas que no sería capaz de responder. No obstante, estaba esperando demasiado por parte de él.
—Entonces… —comienza a decir y no dudo en interrumpirlo.
—No abras la boca, no es lo que estás pensando.
—Seguro que sí, Nai —murmura entre risas—. Solo digo que quizás…
—No digas, no hables, no comentes —dije encarando—, simplemente mantén la boca cerrada.
Sebastián levanta las manos en forma de rendición, lo cual agradecí profundamente. Había momentos donde Seb sabía cuándo detenerse, lo que hacía todo más llevadero.
A veces, lograba entender su preocupación, aunque él no fuera un gran ejemplo en las relaciones. Era fácil quererlo, más no estar con él. Y eso lo descubrí cuando conocí a su ex.
«Deberían pagarme por cada ex que voy conociendo» mí pensamiento me provocó una pequeña risa, lo que causó que mí grupo me mirara con rareza.
—Cagamos, ya está loca —comenta Sebastián con fingida preocupación.
—Loca mí madre —digo mostrándole el dedo medio.
—No te atrevas —me señala indignado—, la pobre Vero no debería ser una burla en nuestras discusiones.
—Ay, por favor —murmuro—. Mí mamá ya sabe cómo soy.
—Sí, una maleducada.
—¡Oye!, yo no soy ninguna maleducada, y ustedes no se rían. —Mis amigas me miran y se acercan, Malena me pasa la cerveza para que la tome y Ailu acaricia mí cabeza como si en verdad estuviera loca—. ¡Que no estoy loca!
Suspiré, agarré la cerveza y le di un largo trago. Me gustaba la sensación del alcohol bajando por mí garganta, el sabor amargo que quedaba en mí paladar. Pero también, amaba la cerveza en sí.
Male y Ailu me acompañaron, junto con Seb y los demás. Hablamos de todo, mientras compartimos las bebidas.
En un momento, Héctor se sentó a mí lado con su vaso de vino.
Ambos nos quedamos en silencio mientras cada uno miraba su bebida. Una parte de mí quería hablarle de manera mordaz, hacerlo alejarse. La otra, en cambio, quería disculparse con él. No sabía que hacer, me sentía atrapada de alguna forma, pero no dejaría que el ambiente se tornara más incómodo.
—Quería disculparme —dije girando mí cuerpo hacia él—. No debí hablarte como lo hice, estuvo bastante mal.
—No tenés que preocuparte, Sebastián mintió un poco sobre mí situación.
—Presentí que algo así pasaría —reí con suavidad—, le gusta volvernos loca de algún modo. Sin embargo, Male y Ailu son las que más se enojan por eso.
—Me di cuenta de eso cuando lo asaltaron cómo desquiciadas.
—Lo normal de todos los días.
Héctor me sonríe, y puedo decir que tiene la sonrisa más hermosa del mundo.
—Sebastián se sacó la lotería con ustedes —dice sin dejar de mirarme—. Me hace sentir un poco de envidia.