Te Recordaré Siempre

Capítulo 7

Comenzar con lo planeado fue un golpe a mi corazón, pero sabía que no debía retractarme. Alejar a Héctor de mi vida, sería un tanto complicado, demasiado para mi propio gusto.

No obstante, necesitaba entender qué era lo mejor, aunque una decisión completamente precipitada. 

Una parte de mí sentía un profundo pesar, pero la otra, estaba aliviada por mantener mi corazón al margen. Era complicado, tener que romper mi círculo de amistad por mero egoísmo, pero sabía que ellos lo tomarían bien. Que se sentirían aliviados de ya no tenerme más.

Mi cabeza comenzaba a explotar por el tema, así que decidí que lo mejor era enfocarme en otras cosas. Me levanté del inodoro, salí del baño, lavé mi cara para que no se notara tanto mis ojos rojos, sabía que me llevaría algún tipo de castigo o sanción, pero no me importaba demasiado.

Caminé con pesadez hasta mi salón, pensando en no arrepentirme por mi decisión, temiendo que si lo llegaba a ver a Héctor todo acabaría desmoronándose.

Al llegar a mi salón, Roberto, nuestro profesor de matemáticas, estaba ahí explicando sobre números y más cosas matemáticas que a mí podían interesarme menos. Cuando entré, me miró lo suficientemente molesto, dándome a entender que esto no lo volvería a dejar pasar. Aunque, si lo pensaba bien, todavía no llegaba al límite de retrasos que él me había impuesto. 

—Señorita Martínez, que honor recibirla en mi clase 25 minutos tarde. —La voz del profesor, salió bastante irónica para mi gusto, sin embargo, decidí pasarla por alto. No necesitaba otra excusa para firmar el cuaderno.

—Perdón, profesor, me he sentido tan mal que fui corriendo hasta el baño. No pensé que se había hecho tan largo mi tiempo. —Sabía que no iba a creerme con semejante estupidez, lo pude ver por la cara que puso y su ceja levantada. Sentía que me estaba tratando como una estúpida, con justa razón.

—¿Y eso implicaría los ojos rojos por el llanto? —pregunta, llevando su mano hacia la cabeza, pareciendo irritado.

—Posiblemente —respondí, caminando a mí lugar—. Quizás unos pequeños detalles.

—Solo siéntese, Martínez. 

Hice lo indicado, sentándome junto a Ailén, quien me observaba de manera interrogante a pesar de nuestro pequeño distanciamiento. No le presté demasiada atención, creyendo que en cualquier momento se cansaría y me dejaría de ver. Era una pérdida de tiempo, y tampoco estaba lo suficientemente bien como para andar respondiendo a sus preguntas.

Intenté, a duras penas, mantener mi concentración en la clase, buscando apagar un poco mis pensamientos de cosas que no necesitaba. No obstante, no estaba ayudando como creía, porque en cada punto, siempre aparecía Héctor.

Suspiré, sintiendo un peso sobre mis hombros y demasiado estrés, tenía que calmarme y no llorar; pero no podía hacerlo. Precisaba sacar todo eso que estaba sintiendo, aquello que empezaba a ahogarme.

A mi lado, Ailén pareció notar lo que me pasaba, o lo que creía que me estaba pasando. Me golpeó con el codo para que la mirara, pero yo seguía mirando al frente, manteniendo mis emociones a flote, para que no ocurriera algo demasiado grande.

Sentía que poco a poco los minutos se hacían eternos, tampoco ayudaba tener demasiadas miradas encima. Creí que sí les restaba importancia se detendrían en algún momento, pero resultaba algo imposible.

Era como sí quisieran penetrar mi cerebro y buscar en lo más recóndito del lugar cualquier indicio de mi malestar; comenzaba a sentirme nerviosa, más de lo normal, esperando que el timbre sonara para poder escapar.

¿Actuaba como una maldita cobarde? Tal vez lo hacía, pero no estaba lo suficientemente bien como responder preguntas en un interrogatorio. Ya tenía demasiado con el tema de Héctor, por lo que no necesitaba otra cosa para aumentar mi estrés emocional.

Cuando la clase terminó suspiré aliviada, sintiéndome un poco en paz. Me estiré sobre la silla, cerrando los ojos y procesando varias cosas; ignorando todo a mi alrededor, me levanté.

Volví a abrir mis ojos, y observé a mis compañeros de clases quienes parecían un poco confundidos con verme; levanté una ceja incapaz de entender por qué me miraban tanto, pero decidí no malgastar tanto mi tiempo en eso.

Un suspiro volvió a escaparse de mis labios, comenzaba a sentirme demasiado cansada a pesar de que nos quedaba bastante para irnos. Negué, y empecé a caminar hacia la puerta, respiré profundo, tomé el picaporte, y no llegué muy lejos con mis pasos.

Delante de mí había aparecido Héctor, sonriéndome con una pequeña sonrisa y algo nervioso. Lo miré, y pasé por su lado, sabía que esto le haría tener un par de interrogantes, pero era lo correcto, y completamente necesario. En algunos días, él también se alejaría y, quizás, terminaría siendo más fácil.

Solo olvidé que con él iban más las palabras.

—¿Qué pasa con vos? —pregunta, agarrando mi muñeca con algo de fuerza, impidiendo que siguiera avanzando.

—Nada —respondí, sujetando la mano que no parecía querer soltarme.

—¿En serio? —dice con burla—. ¿Tengo que fingir que no estabas por ignorarme?

—No tiene nada que ver con vos, Héctor. —El apretón en mi muñeca se hizo más fuerte, lo que dejaría marcas para mañana, y una explicación a mis padres que no tenía ganas de dar.

—¡Claro que tiene que ver conmigo! —Su grito me hizo sobresaltar, aún así, seguí permaneciendo firme.

—No, esto no se trata de vos.

Me solté de su agarre con fuerza, importando poco los comentarios de los demás, y los reclamos de Sebastián.

Corrí escaleras abajo, necesitando desesperadamente llegar al baño y llorar. No obstante, una mano en mi ĥombro me hizo detener abruptamente.

—Hey, calma. —La voz de Lucas me hizo girar a verlo.

—Lucas —susurré con voz quebrada, y me lancé a abrazarlo. Él rodeó mi cuerpo con sus brazos, mientras dejaba que las lágrimas mojaran su pecho.

Estaba mal hacer esto, tener contacto físico con un compañero que no tenía ningún lazo sanguíneo; sin embargo, necesitaba con bastante urgencia esto. Sentir que tenía a alguien con quien podría liberar todo mi dolor.




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