1.
≫ ──── ≪•◦ NOAH ◦•≫ ──── ≪
Sentía que al fin todo se había ubicado en su lugar, al fin podía compartir el tiempo que deseara con mi madre, había encontrado a mi hermana, y ahora, mi mejor amigo casi hermano, se había convertido en mi cuñado.
Pocos meses luego de que Melissa llegará a nuestras vidas, me convertí en el líder de la Cosa Nostra, mafia antes liderada por Alessandro Bianchini, ahora Il Capo di Tutti Capi, él dejo en mis manos lo que anteriormente le pertenecía.
Llevaba con orgullo el nuevo puesto que había ganado a pulso al ser la mano derecha de Alessandro desde niños, nunca defraudaría su confianza y él sabia que en mi tenia su mejor aliado y compañero.
Mi mente trabajaba perfectamente, nunca me salía de mis estándares, todo se hacia como lo ordenaba, todo fríamente calculado, perfectamente organizado, todo mi ser me manejaba de esa forma, no había cabida para las debilidades o las impulsividades, todo era perfecto.
— ¡Loca! — grité mientras esquivaba la engrapadora que casi golpea mi cabeza.
Amaba a mi hermana y disfrutaba jugar con sus emociones, no había nada mejor que molestarla hasta hacer que se enojara, su nariz se arrugaba y se ponía roja al igual que sus orejas, y maldecía como si fuera camionero.
— Le diré a Deisy que dejé pasar a las candidatas, hay mujeres hermosas — cerré la puerta mientras escuchaba algo impactar con ella y el grito de Melissa desde el interior.
Mire a las candidatas que esperaban fuera de la oficina, estaba seguro que eran cinco, aunque en ese momento solo había cuatro en el lugar, y estaba más que seguro que Melissa las iba a echar a la mierda cuando las viera.
— Dei, que pasen las chicas, y mientras, ¿Porque no vamos tú y yo al archivo?
— Me encantaría guapo, pero, debo estar pendiente de esto, tal vez más tarde — sonreí mientras le guiñaba el ojo y fui en busca de cigarrillos.
A mis treinta años no me consideraba un hombre sexualmente activo, sin embargo, esporádicamente tenía encuentros con las secretarias de Alessandro, o con las chicas con las que traficábamos antes, todo con su consentimiento, nunca me agrado tomar a ninguna contra su voluntad, ya tenían suficiente con lo que les esperaba luego del intercambio.
Ahora, gracias a Melissa, ese era un negocio muy lejano para nosotros, y debía conformarme con las secretarias del inversionista, algo muy esporádico teniendo en cuenta las pocas veces que veníamos a la ciudad.
Odiaba venir a las oficinas, parecer hombres de negocios no era lo mío, odiaba usar trajes y camisas, lo mío eran los pantalones cargo, camisetas, botas, y mis armas en mis piernas, sentir un ser peligroso, infundir miedo, no ser un ejecutivo.
Justo saliendo del edificio choqué bruscamente con una chica que entraba como rayo, sentí ardor en mi abdomen y la escuché quejarse también.
— Eres un idiota — se quejó, la mire de arriba abajo mientras movía mi camisa para quitar algo de ardor.
Era una chica bajita, con unos ojos verdes como esmeraldas y un cabello rojo como el fuego, se veía hermosa, estiré mi mano para ayudar a levantarla, pero ella la golpeó con la suya.
— No necesito tu ayuda idiota, no puedo creerlo, justo hoy — rodé los ojos y salí del edificio enojado.
Chiquilla desagradecida, esperaba no volvérmela a encontrar nunca más, el abuelo tenía razón, las pelirrojas solo traen mala suerte, y el ardor en mi abdomen me lo confirmaba.
Caminé un rato por las calles de la ciudad, llegando a una esquina encontré un negocio muy pintoresco, tenía una gran vitrina llena de postres y recordé a mi muy embarazada hermana que ahora parecía una ballena, aunque tenía mellizos en su interior comía como si fuera a tener veinte.
Compré varias cajas llenas de postres, y me gané el número telefónico de una linda chica, tal vez la llamara en algún momento, se veía agradable.
El camino de regreso a las oficinas fue más rápido, estaba ansioso por ver a Melissa enloquecer con las bellezas que se estaban presentando, ambos eran unos locos posesivos.
Había que admitirlo, mi hermana estaba completamente enamorada de Alessandro, y para su buena suerte él la amaba con cada fibra de su ser, era lo mejor que había hecho por ellos.
Abrí la puerta del despacho encontrándome con Melissa quejándose por el dolor, no había reparado en nadie más hasta que mis ojos conectaron con las esmeraldas de la pelirroja.
— ¡Tu! — dijimos al unísono.
— Arruinaste mi camisa — rodé los ojos al escucharla quejarse, ¿Acaso no estaba viendo mi hermosa camisa Armani mucho más llena de café que la suya?
— ¿Yo? Tu fuiste quien derramo su café sobre mí, deberías pagarme mi camisa.
— Eres un imbécil, tu debes pagar la mía.