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— ¿Que jodida mierda es esa? — me encontraba a las afueras del hospital mirando una jodida casa rodante gigante.
— La compré anoche, es una caravana — contesto Alessandro como si nada.
— ¿Para qué mierda compraste esto?
— Tiene una habitación principal con una cama doble, aparte tiene un camarote, amplios sofás, una pequeña cocina y un comedor — contesto ignorando mi pregunta.
— Alessandro, esto es exagerado, solo estamos a tres horas de casa.
— No podemos viajar ni en avión ni en helicóptero, viajar en las camionetas será incómodo, los bebés van a estar inquietos, Thomas tiene fisura de costillas para ir sentado todo el camino y Melissa está adolorida aun por el parto, lo mejor es esto, tendrán suficiente espacio y comodidad — lo mire sorprendido, no me quedaba mas que darle la razón, si pelos de zanahoria tenía donde descansar su viaje seria menos doloroso, además, Melissa y los bebes irían super cómodos en el lugar, que era lo mas importante.
— Tienes razón — suspire resignado, después de todo ya la había comprado.
— Siempre la tengo, y estás raro estos días, ¿Algo que contar?
— Nada, todo en orden.
— Perfecto, que todo esté en orden en tres horas, Melissa ya quiere largarse de aquí y yo igual — se quejo haciendo muecas, sabia cuanto odiaba estar en lugares públicos donde era blanco fácil de cualquiera.
— Tendré todo listo, tu encárgate de mi hermana y mis sobrinos, tengo algunas cosas que hacer.
— No tienes ni que pedirlo, ellos cuatro son mi vida.
Caminé hasta la habitación de Thomas, le había comprado la consola igual a la que encontraron rota en su casa y todos los juegos que tenía, adicional había comprado unos cincuenta juegos más, así tenía con que distraerse, también llevaba el postre de la Demonio de fuego en la caja y había comprado un par de postres helados para compartir con Thomas mientras todo estaba listo.
— ¡Suéltame! — escuche la voz familiar de la Demonio.
— Que planeas hacer con esa gente, ¿volverte su puta?
— No te importa lo que haga Máximo, nosotros ya no tenemos nada, déjame en paz, no quiero seguir contigo, me das asco — debia admitir que la mujer tenia coraje, eran muy pocas las mujeres que sufrían de violencia domestica y eran capaces de enfrentar a sus abusadores, al menos sabiendo que siempre las cosas terminaban mal.
— Tú eres mi propiedad Isabella, ¿Quieres que te muestre los papeles que firmaste? — deje las cosas que traía en el suelo y me quede escuchando un poco más.
¿Qué papeles? ¿Había firmado papeles? Pues cualquier cosa que hubiese firmado iba a ser invalida en el momento que le volará los sesos.
— ¡Nunca he firmado nada! — exclamó con voz temblorosa.
— Eres una estúpida, no solo me vendiste tu casa Isabella, me vendiste tu cuerpo, y no sabes cómo lo hemos disfrutado, todos. Tu vida me pertenece mi dulce conejita roja, toda tu me perteneces y puedo hacer contigo lo que quiera — me causo asco escucharlo decir aquellas palabras.
Salí de dónde estaba escondido y lo agarré de cuello tirándolo al suelo, golpeé su rostro repetidas veces y hasta que él devolvió varios golpes, su fuerza me sobrepasaba por mucho, al igual que su masa corporal, era difícil llevar el ritmo de la pelea.
Por un momento quedé bajo su cuerpo, mientras su brazo hacia fuerza a mi cuello, estaba asfixiándome.
En un intento de ayudarme, Isabella salto a tu espalda haciendo que su cuerpo se desestabilizara un poco, y aligerando la presión que ejercía permitiéndome respirar.
— ¡Déjalo, basta ya, déjalo! — él se giró golpeándola con fuerza en su costado haciendo que cayera al suelo y golpeara su cabeza con la pared.
— ¡Maldito! — lo empujé y golpeé su rostro antes de ir a socorrer a Isabella, — ¿Estás bien? — se encontraba llorando, gire el rostro viendo como el malnacido corría por el pasillo hasta perderse de mi vista.
— Estoy bien, yo lo lamento — pase mi mano por su rostro limpiando sus lágrimas.
— No tienes que disculparte por nada, tu no hiciste nada — se abrazó a mi torso llorando impidiendo que pudiera salir a buscar al desgraciado, que para mí mala suerte, había escapado.
— ¿De qué papeles hablaba ese hombre? — pregunte queriendo saber la verdad, no me confiaba mucho de esta situación,
— No tengo idea — dijo aún aferrada a mí, pase mi mano un par de veces por su cabello de fuego.
— ¿Quién es ese hombre? — se tensó entre mis brazos y sus uñas se clavaron en mi espalda.
— El hombre que creí amar — fue lo único que contesto, luego de eso duramos unos minutos más en ese abrazo hasta que se calmó por completo.
— Necesito que confíes en mí para poder ayudarte — susurre tratando de calmarla.