Fue una noche de Octubre, tenía ocho años...
Oí unos ruiditos en el comedor y me levanté para ver de que se trataba; era bastante valiente.
Me asomé por la puerta que estaba entreabierta. Vi a mamá y papá abrazados.
Mamá me miró de reojo y se froto los ojos con celeridad.
Lágrimas.
Salí corriendo a la cama y me quedé allí un buen rato.
La puerta de mi cuarto se abrió .Escuché unos pasos; me hice la dormida.
— Sally, despierta — dijo una voz, la voz de mamá.
Me giré hacia ella y haciendo una muy mala actuación, estiré los brazos mientras bostezaba.
Mamá tenía en sus manos un cofre.
— Tengo algo para ti, toma.
Agarre el cofre y lo inspeccione mejor. Estaba cerrado con un candado y tenía un agujero pequeño pero lo suficientemente grande para que entrara una moneda, incluso la de mayor tamaño.
Levanté la mirada, mamá me regalo una vaga sonrisa.
— Voy a colaborar con este tesoro, cariño— me dijo — pero lo podrás abrir cuando papá te dé permiso.
Hizo una pausa y continuó. —Mamá tendrá que irse por un largo tiempo.
No entendí por qué me estaba diciendo eso. Le pregunté donde se iría, y por cuanto tiempo.
Solo respondió:
— No te preocupes, no pasará todavía, aún falta mucho. Cuando tenga que irme, ¡podrás abrir tu tesoro! — intentó cambiarme el ánimo —, ¿es un trato?
Yo estaba con el ceño fruncido y algunas lágrimas estancadas en los ojos, no quería que se fuera, pero acepté. De todas maneras faltaba mucho tiempo...
...No pasó mucho. Mamá se fue apenas dos meses después de aquella promesa sin cumplir; aunque colaboró cada día con el tesoro.
El 12 de diciembre, papá no vino a casa, me quedé con mi tía, Bety. Supuse que el dia habia llegado; mama tampoco estaba en casa.
Papá no regresó hasta la tarde del 13. Me dió permiso de abrir el cofre y eso confirmó mi teoria.
No sabia cuando volveria mamá. Una mezcla de bronca y tristeza recorria mis mejillas, pero la típica curiosidad de una niña de ocho años pudo alivianar el momento:
¿Monedas?, ¿billetes?, ¿dulces?.
Saqué el candado con la llave que me dio papá, y encontré lo inimaginable:
Trozos de papel, cada uno con fechas y mensajes.
Leí varios, algunos hablaban de lo orgullosa que estaba ella de mí, otros eran consejos para la vida. Mucho no entendí.
Coloqué en mi habitación un cartel luminoso que yo misma fabriqué, bueno... con ayuda de papá, y sobre él pegué todos los papelitos que mamá me había dejado, para que brillarán.
El ultimo papel que escribió. Rezaba:
"Este es tu tesoro, disfrútalo. El mío siempre serás tú”.
Y el primero:
"Los tesoros más preciados nunca se miden en peniques"
Mamá no había roto del todo su promesa al decir que faltaría mucho para que se vaya, de hecho , nunca se fue, y su cálida voz me abrigó con el pasar de los años .Desde entonces, siempre que un problema se presentó, consulté en aquel cartel repleto de soluciones, mi guía de la vida, mi tesoro; mamá.