– Alina, ¿Estas aquí, querida? - llama el abuelo a la puerta de su nieta con el desayuno en
ambas manos.
— Si abuelito -contesta Alina sonandose la nariz.
– ¿Estás bien? -entra- ¿Por qué lloras?
– No es nada... solo que...-se tira a los brazos de su abuelo a llorar- Nadie te quiere por quien realmente eres. Tobías, el chico que me gusta rechazó mi invitación al baile escolar porque una chica más linda que yo se lo pidió antes. ¿Como pude ser tan tonta? El amor no existe.
Se sopla y le entrega al anciano el pañuelo. Este lo mira asqueado dejándolo sobre la mesita de noche.
– Te equivocas, Alina -replica el abuelo- El amor no solo es el de pareja, también existen tantos tipos de amores casi imposibles de contar.
– Claro, porque están extintos.
– No lo están, las personas que los sienten cada día son menos pero eso no significa que no existan. Yo conocí una historia llena de amor...–le da la bandeja con el desayuno- Y estoy dispuesto a contártela solo si te comes todo el desayuno y dejas de llorar ¿De acuerdo?
– Si -acepta tomando una galleta- Abuelito habla ya. Quiero saber de que se trata.
– Esta bien, esta bien...
Había una vez, en una islita llamada "Saetia", una "chica". Si, debo acentuar la palabra "chica" porque era la única mujer de todo el pelotón, y
no por eso dejaba de ser la más importante. Ya
que era una experta en la lucha armada y en la
de cuerpo a cuerpo, incluso se podía decir que
la mejor. Su nombre era Gladis. Tenía una hermosa piel morena, parecía delicada mas era todo lo contrario. Poseía unos brazos llenos de fuerza, un ojo tuerto y tantas cicatrices como
venas en el cuerpo. Era temida por los habitantes de la isla pero respetada por cada soldado, apodándola cariñosamente "Gladiadora". Su padre adoptivo era el general del Ejército Rojo, el hombre más valiente y atrevido del que alguna vez se pudo hablar por aquellos parajes.
Si, era un gran general, pero no se podía decir que un gran padre. Había criado a esa niña como a uno de sus hombres. Así que la muchacha recibía órdenes, en vez de caricias ; misiones, en lugar de paseos ; y armas, en lugar de muñecas. Ella esperaba que ese hombre al que llamaba "general" en vez de "papá",la tratara con algo de amor paternal, y no como el respeto que utilizaba con su ejército. Se acostumbró a ser un hombre igual que los demás, y así fue hasta aquel día tan especial
que cambiaría su vida para siempre.
– ¡General! ¡General! ¡Barco a la vista! -gritaba
Halcón, el irritante hombrecito de vigilancia-¿General? -se asoma a la planta baja casi cayéndose.
– Si, ya veo -el general mira atentamente a través de los binoculares- Es un barco con la bandera española.
– ¿Son enemigos, general Hernández?
– ¿Y yo como voy a saber eso? -le pega con el
binocular en la cabeza- Toma, ponte a vigilar.
Si son amigos o no lo sabremos muy pronto.
Gladis miraba sin parar aquella nave de proa a popa, desde su manzano no hacía más que pensar si podría ser lo que estaba pensando. Su esperanza nunca menguaba si se trataba
de encontrar a su verdadera familia. A cada
paso inconsciente, iba acercándose cada vez
más con sus pies descalzos hasta la costa. El
viento golpeaba su rostro y la esperanza aumentaba sin perder por un solo segundo al extraño navío.
Al llegar a la arena, vio a todos los soldados
armados. A ella le lanzaron una espada, y la
atrapó sin problema. Comprendió que al tratarse de un barco desconocido, lo más lógico era ponerse en guardia.
El barco encalló en la playa, el ancla fue echada a la arena, y de la nave salió un anciano que caminó imperturbable junto a un joven hasta ponerse delante de aquellos hombres armados. Se atizó el bigote haciendo luego una reverencia.
– Buenos días, caballeros -saluda con la mano-
Venimos en son de paz.
– No queremos saber si vienen en son o chachacha ,solo di que hacen aquí y porque -responde Puño de Roca sin dejar de apretar la mano con furia.
– Veréis, tenemos órdenes del rey Andrés IV de
llevar a su hermana, la señorita Andressa De La
Fiore, con su familia en el palacio.
– Jajaja, se volvió loco, viejo. Ahora quitense
de aquí y regresen a su tierra o no les daré más
opción que un lindo funeral -exclama el general
Hernández con firmeza.
– Si va a haber flores, pongas margaritas,
soy alérgico a las rosas -pregunta el joven.
– Callaos, por favor, sir Tress. -el anciano vuelve a dirigirse a los soldados- Señores, tengo una carta autorizándonos especialmente a nosotros de que trajera a la princesa que vive con el Ejército Rojo -les muestra el documento- Mirad, es el sello real de mi rey.
– ¡Oh! ¡Es un sello real! -exclaman todos maravillados.
– Viejo, aquí no hay más mujer que yo- contesta Gladis apoyada en la entrada de una caverna- Pero no creo que sea una princesa.
– Poneos a la luz, bella dama. Dejadme ver su
rostro -suplica el anciano.
– ¿Oíste como le ha dicho? -se burla un soldado.
– Le ha dicho "bella dama"- se ríe otro.
– ¿De que os burláis, caballeros? ¿Acaso la
princesa no es el ser más delicado y hermoso
de la Tier...?
No pudo terminar la frase el anciano al ver
a la princesa expuesta bajo los rayos del sol.
Ambos españoles dieron un pequeño grito, pero al ver la cara de ella, ambos lo apagaron y el anciano se acercó. La miró de pies a cabeza.
Tomándola por la barbilla, observó sus rasgos
faciales, que aunque un poco maltratados, eran
iguales a los de sus hermanos.
– Si, si -el anciano exclama feliz mientras compara un retrato de sus altezas reales con ella- Es la misma cara. No puedo creerlo, vos sois realmente la princesa Andressa.
Todos se quedaron asombrados al notar el
gran parecido de aquellas personas de la fotografía con Gladis. Hasta ella misma se impresionó y creyó que era esa princesa perdida que tanto buscaban.
– ¡No! -grita el general- No tienes permitido
moverte de aquí, Gladiadora.
– Pero mi general, iré con mi verdadera familia.
Permitame, por lo que más quiera -ruega.
– ¿Y si este viejo te está engañando? No correré el riesgo de perder a uno de mis hombres.
– Usted me dijo que me había encontrado en
una expedición al Norte de la isla. ¿No cree que
ahora mi familia me pudo haber hallado?
– Mi respuesta no cambia. Sigue siendo no.
Eres menor de edad, aún no te gobiernas por
ti sola... ¡No te irás!
– Usted solo piensa en lo que es mejor para
usted -lo empuja con el dedo meñique- Me
quiere atar a este pedazo de isla, a sus reglas y a una guerra. Quiero vivir. ¿Acaso me ha preguntado alguna vez lo que yo realmente quería?
– ¿Y que realmente quieres, Gladis?...
– Yo...
– ¿Irte a vivir a un palacio donde nadie te
va a aceptar? ¿Un lugar al que no perteneces?
Gladis estaba enojada pero a la vez sentía un
dolor tan fuerte en su corazón. ¿Como podría
decir algo así? Su padre adoptivo le decía fea. Lo empujó y salió quitando a todos de su camino. El general la miraba con firmeza, pero por dentro se desmoronaba al ver así a su hija, todo por culpa de aquel anciano. Ordenó que lo trajeran para que recibiera el castigo que se merecía por haberse metido en temas delicados.
En la habitación, Gladis miraba por la ventana
aquel horizonte oscuro repleto de estrellas. ¿Y
si era cierto? ¿Como podría ser princesa una
persona como ella? Seguramente la confundirían con un príncipe. Pensando en esto, escupió por la ventana, y oyó un quejido. Se asomó encontrando a sir Tress subiendo la escalerita maltratada.
– ¿Sir Tress? ¿Que haces aquí? Y perdón, no fue mi intensión escupirle en la cabeza.
– No hay problema -entra por la ventana- Eschuchame, no vinimos desde tan lejos para irnos con las manos vacías. Ayudame a rescatar a Rodri, y te llevaremos con tu familia.
– ¿Le hicieron algo al viejo? -Gladis pregunta
conociendo que todo era obra de su padre- ¡No
importa! Te ayudaré a rescatarlo, pero no me
iré de aquí. Al fin y al cabo mi padre si tiene razón. ¿Quien podría querer a este adefesio en un lugar tan prestigioso?
– Si, lo mismo me pregunto yo... -se mira las
uñas- ...si fueras un adefesio, claro. Pero mirate. Eres muy hermosa, simplemente no lo ves. Te concentras mucho en tus defectos y no puedes ver la realidad. Dentro de tu corazón está lo que realmente es belleza. No importa si por fuera eres...bueno...tu. Lo que si importa es quien eres, y tu eres la princesa Andressa ¿Entonces? ¿Que dices?
– Bueno, ese viejo no se va a rescatar solo.¡Vamos! -se arroja de la ventana hacia abajo.
– ¡Vamos a regresar a la princesa! -se tira igual
pero cae de cara en la arena- Estoy bien.
En la oscura noche, el anciano gritaba por
auxilio amarrado a una palmera. De repente, sintió como los arbustos se movían. Sus ojos se pusieron alerta por si algún depredador quería merendarselo. Sudaba al oír aquel ruido incesante. Y ¡saf!
– ¡No me comas, por favor! Confieso que no
soy español, soy colombiano. Y este ni siquiera
es mi pelo, mi mujer me regaló una de sus pelucas y todavía tengo que pagarle a mi suegra porque le robé sus rolos -lloriquea el anciano.
– Vaya, y yo pensaba que estabas en problemas, pero veo que estas peor -Gladis lo desata- ¡Andando!
– Princesa Andressa, sir Tress -aclara garganta- Lo que oyó no es real.
– No importa si es real o no, viejo. Llámame Gladis, eso de Andressa no me gusta -camina mirando atenta a todos lados.
– Pues a mi tampoco me gusta que me llamen
viejo. Mi nombre es Rodrigo Martinez.
– Pues bien, viejo Rodrigo, tu me llevarás con mi verdadera familia esta noche, en ese enorme barco.
– ¿Su general sabe de esto?
– No, y no debe enterarse hasta que... ¡¿Puedes
dejar de jugar con las hojas secas, Tress?!... Como decía, no debe enterarse hasta que estemos en alta mar. Aunque no creo que note mi ausencia, ni siquiera le importo. Tengo esperanza de que la familia real me quiera tal y como soy.