The Lost Princess

Capítulo II

En el barco, el señor Rodrigo le contaba a Gladis acerca de su familia. La reina, antes de su muerte, suspiró al sentirse aliviada por la muerte de un prisionero, que hasta él mismo desconocía, sabiendo que iba a soltar su último aliento, pidió que trajeran a Andressa, su hija perdida que vivía con el Ejército Rojo. Después de decir estas palabras con las fuerzas que le quedaban, partió a un mundo mejor sonriendo, con la esperanza de ver a su muy amada hija.

Gladis se secó las lágrimas ante tal historia, y decidió más que nunca que encontraría a su familia. Entonces, el señor Rodrigo llamó a las señoritas que estaban allí sentadas. Estas sonrieron al oír la voz del caballero, y tomaron a Gladis hasta llevarla a una habitación. Esta no sabía lo que hacían, y las miraba desconcertada.

– Este lente fue creado con el cristal más fino de la localidad. Tiene un tono marrón para que combine con tu otro ojo -la señorita le pone el lente.

– Pero aún sigo ciega de ese ojo -se mira en el espejo- ¿Entonces para que sirve?

Las muchachas ni se molestaron en responder, pues se concentraban en vestir, peinar, maquillar y perfumar a la chica mientras tarareaban alegres. Al terminar, le dieron un espejo. Ella se levantó de su silla realmente asombrada. La habían cambiado por completo.

– ¿Realmente esta soy yo? -se toca la cara- Estoy...

– Muy hermosa, princesa -un hombre enmascarado hace una reverencia burlona.

– ¿Quien es usted? -pregunta Gladis con firmeza.

– Pronto lo sabrá -chasquea el dedo.

Muchos hombres salieron de su escondite atrapando a las doncellas. Algunas hasta se desmayaron, pero Gladis no tenía miedo. No se iba a dejar intimidar por un hombre con más posibilidades de ganar que ella sola.

Traqueó su cuello preparándose para luchar, y sin perder tiempo fue hacia él con el puño cerrado. Este detuvo el golpe sin ningún esfuerzo. Pero ella le dio una patada provocando que se cayera. Este la sujetó de una pierna y cayó también. Peleaban, al igual que el señor Rodrigo y sir Tress. Se enfrentaban con valentía, blandiendo su espada contra aquellos extraños enemigos.

– ¡No vas a vencerme jamás! -grita Gladis quitándose las manos de aquel hombre de encima- Y ahora...-toma una lanza.

– Y ahora... -chifla.

Un dardo se le encajó en el cuello, obligándola a dormirse. Sir Tress intentó defenderla, pero muchos hombres lo rodearon contándole el paso.

Aquel extraño personaje con máscara se colocó con dificultad a la mujer sobre el hombro, y fue con sus hombres. Estos jugaban con el moribundo dúo de amigos. Pero este los mandó a parar.

– ¡Basta! -ordenó- ¿Que creen que hacen?

– Señor, si los dejamos ir, irán a España y avisarán al rey -dice uno de los bárbaros.

– Eso es justo lo que quiero -el hombre toma a sir Tress por la camisa- Es bueno vernos, lástima que sea en estas condiciones, Tress.

– Pagarás por lo que haces, Tristán -responde.

– Entregale esto al rey -le da una carta- Estoy seguro de que no querrá perderse el evento.

El hombre enmascarado y sus hombres suben a su barco y se alejan. El señor Rodrigo y sir Tress habían fracasado, pero se la quitarían a ese villano. Entonces se oyó una voz conocida. Se asoman para ver de quién se trata.

– ¡Viejo rollero! Déjame subir antes de que yo mismo lo haga y no será muy divertido -advierte el general Hernández desde su barquito.

– Ahora si estamos en serios problemas -el señor Rodrigo se ríe nervioso.

El general Hernández sube y conversa con el anciano. Este palidece al escuchar que su hija a sido secuestrada. Se sienta impactado al suelo. Sus hombres se agachan junto a él. Corresponde con agradecimiento.

– General, ¿conoceis algo de este hombre? -pregunta el señor Rodrigo limpiando su monoclo.

– ¿Que aspecto tenía?

El anciano le explica que era una persona de cabello marrón promedio, su cara estaba tapada con una máscara y lo acompañaban muchos maleantes. Se veía que era joven, más o menos de unos veintitantos. El general se notó algo confundido. Solo se levantó y tomó el timón, dando un brusco giro al barco.

– ¿Que hace, general? -pregunta Tiburón, uno de sus hombres.

– Iremos al castillo del rey Andrés, con la familia contaré para investigar esto. No me daré por vencido. Voy a encontrar a Gladis -suspira- Tengo algo que quiero decirle, y no se quedará inconclusa nuestra conversación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.