The Lost Princess

Capítulo III

Gladis se despertó gracias a la las risas de muchos niños. Recobrando la vista, miró a su alrededor, aunque veía todo borroso pudo reconocer que estaba en una especie de habitación. Una mujer la atendía colocándole toallas mojadas en la frente. Rápidamente la señora, al ver que la muchacha se había despertado, mandó que le trajeran comida a la pobre.

– ¿Donde estoy? ¿Que pasó? ¿Quienes son? y ¿Que quieren conmigo? -pregunta Gladis frunciendo el ceño.

– Bueno...

– No te preocupes en responder, señora Gándara. Yo tengo la respuesta para todas sus preguntas -interrumpe el hombre enmascarado.

– ¡Señor Tristán! -exclaman todos sorprendidos.

– Tú...

La muchacha color canela se levanta de la cama caminando hasta ponerse de frente a él, pero cae al intentar ir más allá, pues tiene un grillete en su tobillo.

– ¿Que es lo que quieres?

– Vamos por partes... -se sienta en una silla- Si quieres puedes sentarte también, aunque seré breve. Estás en la Fortaleza del León, te traje después de que uno de mis hombres te tirara un dardo. Ellos son Elnor, Elena, Eleanor, Elisa, Eren, la señora Eliana Gándara y yo soy Tristán, pero tu puedes llamarme "esposo".

– ¿Esposo? -se ríe a carcajadas- Obligame...si puedes.

– Te daré tiempo, un mes, tal vez, para que lo pienses -se levanta acercándose a la puerta- No es una opción, es una orden.

Cuando ve que le traen una bandeja con una comida apetitosa para ella, intenta tirarla, pero la mano le falla y se da el mismo en el ojo. Furioso, camina hacia atrás para tirarla con ambas manos. Entre todos recogen el alimento para ayudar a la cocinera.

– Es una persona horrible. Me da asco...

Aquel hombre que aún se encontraba arrecostado a la puerta, miraba su mano temblorosa. Realmente no le gustaba hacer cosas malas, y ese era uno de sus defectos. Una de las causas por las que siempre su padre lo había apartado y preferido a su hermano. Su hermano tan malvado, engañoso y perfecto de rostro, no como él... Corrió a su habitación para recostarse un momento y olvidar todo.

En el barco, los cuatro hombres tocaban tambores muy animados, mientras Tiburón hablaba más de lo que debía. El general que intentaba concentrarse, estaba a punto de explotar ante tanto ruido.

– ¿Como creen que será España? -pregunta Tiburón- He visitado tantos lugares que quiero añadirlo a mi álbum de viajes -se los muestra.

– Si, si, como si no te conociéramos, Tiburón -le dice Parcho- Esas fotos son detrás de tu casa.

– Por cierto, ¿como está tu abuela? -se burla 05 dándole codazos a su amigo.

– Ya les he dicho miles de veces que es mi esposa, ineptos -arquea una ceja divertido- A lo mejor dicen esas cosas porque tienen celos de mi.

– ¿Celos de tí? A ti no se te acerca ni el dengue.

– ¡Ya basta! -el general deja el timón molesto- Estamos aquí para salvar a mi hija, no para burlarse el uno del otro. Sean serios, porque...-se sienta en el suelo cabizbajo.

– Señor, ¿está usted bien?

– No, tengo miedo.

– ¿Usted tiene miedo? ¿El general del Ejército más bravo que existe? ¿La furia roja? ¿El capitán de acero? ¿El...-dice Halcón.

– Si, yo -suspira- ¿Y si algo le llega a pasar a Gladis? No la cuidé lo suficientemente como le prometí a su madre, la ofendí y para colmo nunca le di el amor que necesitaba. Soy un mal padre.

Entre sus hombres se miran apenados, y luego se sientan junto a él.

– General, puede que haya errado mucho en el pasado, pero eso no dice que lo vaya a ser en el futuro. Usted no comprendió que cuidaba a una niña, debió ser más cuidadoso con ella, eso es todo -Tiburon le pone la mano en el hombro.

– Lo sé... pero no podría vivir una vida tranquila si la perdiera.

– No le pasará nada, ya lo verá. Ella es una dama, pero ¡uf!, hay que verla cuando se enoja, es una Gladiadora.

– Si, es muy fuerte -suspira y sonríe- Gracias chicos, ustedes son de mis mejores hombres. Sabía que no me equivocaba al escogerlos para esta misión.

– Puede contar conmigo para esto, señor -dice Parcho.

– ¿Y conmigo?... ¿Oigan, como creen que sean las mujeres de España? - pregunta O5 moviendo las cejas.

– ¡Idiota! ¿Que lo único que piensas es en mujeres? -lo golpean.

– Oigan, si el general Hernández está aquí... ¿Quien maneja el barco? -pregunta Parcho de la nada.

– ¡Ahhh! -se abrazan todos gritando.

Gladis intentaba por todos los medios safarse de ese grillete que la apresaba a la cama. Le dió con una maceta que había en la ventana, pero solo consiguió que su pie se llenara de tierra. No se iba a dar por vencida, nunca lo había hecho, ni cuando le intentaron quitar su oso de felpa de pequeña. Se sentó para pensar, y recordó que cuando le pusieron el vestido, se les olvidó quitarle la daga que tenía puesta en su muslo. Sacándola, forzó la cerradura y su tobillo quedó libre. Su enemigo la había subestimado, ahora escaparía de allí. Abrió la puerta y fue caminando con sigilo por los pasillos. Pasó delante de una puerta que decía "Tristán", de seguro era su habitación. La puerta estaba abierta un poco, y decidió que sería mejor sedarlo para poder escapar con más calma. Entró sin hacer ruido y se escondió en el armario. Él acababa de salir de un pequeño cuartito a la derecha, y ahora se colocaba delante de un espejo. Suspiró quitándose la máscara. Gladis se dio un susto tan grande que podía jurar que la había oído. Tristán tenía la mitad de la cara deforme.

– ¿Que es esto? -se tapa la cara con la mano- Soy un horrible engendro... -golpea el espejo partiéndolo en mil pedazos.

– Esa marca en su mano... Es idéntica a la que tengo yo -Gladis se mira su marca- ¿Pero por que? ¡Ah! -se abre la puerta del armario.

– Tú... -se pone rápido la máscara- ¿Que haces aquí? ¿Como te quitaste el grillete?

– Hace falta más de un grillete para detener a una mujer como yo... Esa marca en tu mano... Es igual a la mía... ¿Sabes algo acerca de eso?




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