Capítulo 4:
El legado
Lorenzo Fernández
Mi papá está preparando mi equipaje, pero entro en la habitación y lo miro con seriedad. No comprendo lo que está haciendo en mi cuarto.
—Enzo —murmura él.
—¿Qué haces aquí?
—Estoy empacando, te vas de regreso a Mataderos. —Tarto de detenerlo.
Sé que él es mi padre, pero no me puede obligar a hacer algo que no quiero. ¿Por qué volvería a Mataderos? Allí no tengo nada, ya no hay nada para mí.
—Entonces, ¿pensaste que matarías a todos tus vampiros malvados y luego te irías de la ciudad? —Alzo ambas cejas—. ¿Crees que no sé lo que está pasando allí? Es evidente que… —Me quedo callado por un instante, ya que recuerdo la muerte de Soledad y las apariciones de chicos nuevos—. Mataderos ha tenido muchos cambios. Los habitantes son otros y se comportan mal… —Niego—. No pienso regresar a ese lugar y menos sabiendo que te dejaré solo aquí. El tío y Valen se han portado bien, pero yo soy tu hijo.
—No todos, pero los suficientes. Por ahora. Voy a decirle a Beto y a Valen que te despediste. —Mi padre se queda callado y procesando todo lo que le acabo de decir—. Enzo, tienes que regresar. Mataderos es tu lugar, tu ciudad, es tu deber. —Niega con la cabeza más de una vez—. Tu mamá está sola, tus amigos… Enzo, tienes que cuidar de todos ellos.
—¿Por qué me dices esto ahora? —Impido que papá siga guardando cosas en mi maleta—. Yo no sé acabar con vampiros y menos cuidar a toda una cuidad. Ya no tengo amigos en Mataderos. —Bajo la mirada y me siento sobre la cama—. El amor de mi vida me abandonó por un tipo con acento inglés y… —Me quedo pensando un instante en los vampiros—. ¿Por qué debemos matar a los vampiros? ¿Por qué yo, papá?
—Sabes, hijo, a mí me enseñaron a odiarlos, a los vampiros. Eso es lo que yo sé; eso es lo que sabe tu madre.
—Mi madre habría visto las cosas de otra manera. Ella es buena y se preocupa por los demás —digo con seriedad—. Tú eres el diferente, papá. Tú siempre ves el mundo con otros ojos.
Me duele decirle estas cosas, pero son la verdad.
—No, puede que ella haya hecho las cosas de manera diferente, pero no hay otra forma de verlo —confiesa él sentándose a mi lado.
—Ese anillo en tu dedo, el que se supone que te protege, era el de tus ancestros, ¿no?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué no protegió a mi mamá, por qué sigue muerta? Ella no merecía morir —le comento—. No me mal entiendas, pero… tú te casaste de nuevo y después nos abandonaste por el alcohol. —Lo miro a los ojos—. ¿Por qué se supone que yo ahora tenga que volverme una clase de héroe?
Mi padre se queda callado ante mis palabras, mejor dicho, ante mi reclamo.
—Lo que le pasó a tu madre no fue sobrenatural, fue un accidente. No hay nada que pueda salvarnos de eso.
—¿Cuántos anillos hay?
—Los suficientes. La creación fue realizada por los Gilbert, en Virginia.
Mi ceño se frunce al momento en que escucho el apellido.
—La mamá de Mía y su tío tienen ese apellido —le comento a mi padre—. ¿Qué es lo que ellos tienen que ver?
—Esa es otra historia, Enzo. No hay tiempo para explicarla.
Siempre me pregunté lo que mi madre biológica pensaría ante los sucesos que están pasando en mi vida.
—Me pregunto qué pensaría ella de todo esto, de mí.
—Pensaría que aún eres joven. Todavía te estás encontrando a ti mismo, pero eres un Fernández y has estado expuesto al secreto más oscuro de esa ciudad y con esto viene la responsabilidad.
—Definitivamente no creo en esas cosas del legado familiar.
—Tarde o temprano tendrás que hacerlo —confiesa mi madre.
—¿Para qué? Los vampiros no existen, eso solo está en los programas de televisión, papá —le explico—. Dijiste que dejarías de beber.
—Lo hice, pero... —Se queda callado—. Tienes la responsabilidad. Lo viste con tus propios ojos, Enzo. —Me mira con seriedad—. Sabes que los vampiros existen. Tienes que aceptar que son reales. He visto la manera en la que te quedaste cuando conociste a Valentín —sentencia él.
—¿Por qué yo? —pregunto y luego niego—. Tienes razón… Valentín es igual a un chico que me presentó Mía… son idénticos.
—¿Quieres saber la razón? —cuestiona alzando ambas cejas—. Mía tiene mucho que ver con todo esto.
—¿A qué te refieres? —La curiosidad me carcome.
—No puedo hablar de eso ahora, pero la razón es simple. Eres mi hijo —me responde con una pequeña sonrisa—. Debemos regresar a Buenos Aires.
—Estoy bien aquí, papá. Beto nos está ayudando y...
—Yo no volveré, solo tú. Eres un guardián, este es tu deber —me informa.
—¿Debo cuidar... Según tú, a Buenos Aires de los vampiros?
—No, solo a Mataderos —dice como si nada—. Tienes que tener cuidado de todos. No confíes ni en tu propia sombra, hijo.
—Papá... —me quedo callado—. Me estás asustando.
¿Será verdad? Quizás, tal vez, tenga que hacerlo.
—Iré, pero no te prometo nada…
Él se pone de pie con una sonrisa amplia, luego se va de la habitación y, en unos segundos, regresa para darme una caja.
—Ten, esto te cuidará. Es el de tu madre.
Abro la caja y veo el anillo. Sonrío amplio y me lo pongo.
Me alegra tener algo de mi mamá.
No pude protegerla a ella, pero lo mejor será proteger a mi madrastra y a Mataderos.