The Vampire Diaries: Love Sucks [2]

CAPÍTULO 6

 

 

 

 

 

 

Capítulo 6:

La maldición

 

 

 

 

Gonzalo Larreta

 

 

Me encuentro en la oficina de mi padre. Tomo una foto con mis padres y la miro. De repente, lo estrello contra el escritorio. Procedo a romper todas las demás cosas del escritorio. Mi madre entra en la habitación en estado de shock por los ruidos que se han escuchado.

Enterarme de la maldición que acecha a mi familia no era algo que pensaba posible. Es más, creía que esas cosas eran imposibles. ¿De qué se trata esa maldita maldición de la que todos hablan y no sé?

Mi tío, Martín, vino aquí solo por eso: para explicarme un poco sobre la maldición, pero... ¿Por qué lo hizo?

Estoy asustado, ya que no quiero seguir siendo una persona tan explosiva.

¿Cómo se supone que voy a lograr mi objetivo?

Quizás la maldición no es tan mala como pienso.

—¡Lautaro! ¿Qué estás haciendo?

—Lo odio —chillo mirándola a los ojos—. Lo único que me ha dejado... Es una estúpida maldición.

—Oh, no digas eso, cariño.

Ella me toca suavemente el hombro para intentar calmarme, pero no me siento nada calmado. No tengo otra acción más que empujarla hacia el sofá.

—¡Suéltame!

Martín entra en la habitación y corre hacia mí. Él me empuja al suelo y me fulmina con la mirada.

Mi madre observa todo lo que está sucediendo, pero nada sale de sus labios. Se queda callada, recordando algo del pasado.

—¡Aléjate de mí!

—¡Oye, Lauta! ¡Oye, oye!

Lucho contra Martín. Lo quiero lejos, lo sigo empujando y no funciona, no se mueve. No le interesa lo que le estoy pidiendo.

—¡Dije que te quites de encima!

—¡Laucha!

—¡Suéltame!

—Mírame. Mírame. Cálmate. Establécete.

Escucho lo que sale de los labios de Martín, así que dejo de luchar contra él. Mi mamá se levanta, pero todavía está en estado de shock. Ella no entiende nada de lo que está pasando y puedo culparla.

—Oh, Dios.

Cuando por fin me calmo, decido sentarme en el sofá, Martín entra en la habitación y se sienta frente a mí.

—Tu mamá está fuera. Creo que hizo estallar un par de productos farmacéuticos.

—No quise asustarla. No sé por qué me pongo así.

—Es la maldición de ser un Larreta.

—Entonces, ¿cómo obtuviste el gen del escalofrío?

—No lo hice. Acabo de aprender a manejarlo.

—Ya no quiero ser así.

—Ninguno de nosotros lo quiere. Por eso es una maldición, sobrino.

Lo miro a los ojos con preocupación.

—¿Mi papá también era así? Él se veía calmado, digo... —Alza ambas cejas—. Él sabía controlar ese sentimiento de furia.

—¿Eso es lo que piensas? —me pregunta.

Asiento.

—Él era bueno con nosotros, al menos, era bueno conmigo —le respondo—. No solía estar en mi vida, pero... —Alzo mis hombros—. Nadie estaba en mi vida. Mi madre siempre estorba, pero no está para mí.

—Ella intentó estar contigo hoy, ¿viste cómo la trataste? —cuestiona con seriedad en su mirada—. Casi la matas, no puedes matar a nadie.

La seguridad de las palabras que me dice Martín me hace pensar. ¿Cuál es la razón por la que no puedo matar a nadie? Sé que es inmoral y está mal, pero ¿es solo por eso?

¿De eso se tratan los legados? ¿Sobre maldiciones que se heredan al pasar los años?

—¿Por qué? Digo, sé que no es correcto, pero ¿si tengo que matar a alguien para sobrevivir, no puedo hacerlo?

La mirada de mi tío me deja en claro que la respuesta a mi interrogante es negativa.

—No puedes matar a nadie, no quieres activar esto —me responde con seguridad—. Sin embargo, siempre estaré aquí para ti.

—Eres muy importante para mí —confieso observando los ojos de Martín—. No soportaría que otra persona me abandone una vez más.

—No sucederá, te lo prometo, sobrino —responde él con seriedad.

Escucharlo hablar de ese modo me deja en claro que está hablando con la verdad.

—Iré a disculparme con mamá. —Me pongo de pie y lo miro—. Creo que eso es lo mejor, ella intentó hablar conmigo y yo la mandé a volar.

Él asiente.

—Es lo correcto.

Ya no abro la boca y comienzo a caminar en la búsqueda de mi madre.

Al verla llorar en el jardín me acerco con cuidado. Entiendo, no solo yo he perdido a un ser querido, ella también. Ella perdió a un marido, Martín a un hermano y yo a un padre. Es doloroso para los tres, pero estando juntos podremos superar lo que viene.

—Mamá —anuncio mi entrada.

Ella se limpia los ojos y me mira con una pequeña sonrisa sobre sus labios.

—Cariño, ¿cómo te sientes? —pregunta palmeando un lugar libre en la banca—. Ven, siéntate.

Le hago caso y me siento.

—Me duele... —respondo con sinceridad—. Solo quería decirte que lamento mucho la manera en la que te traté hoy, no merecías ese trato asqueroso que te di. Tú solo querías estar cerca de mí y yo... yo te mandé a volar —le explico—. Quiero que sepas que realmente lo siento mucho, mamá.

Ella me abraza con fuerza y le correspondo.

—No tienes que pedir perdón, pero agradezco que lo hagas —susurra sobre mi oído.

A lo lejos, veo a mi tío reposado en un árbol mientras nos observa con detenimiento. 

 



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En el texto hay: vampiros, hombres lobo, dolor

Editado: 26.02.2022

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