Capítulo 7:
Renacida
Elizabeth García
Me encuentro en la cama, durmiendo pacíficamente. Siento que algo me despierta y veo a Mía.
Una sonrisa amplia se dibuja sobre mis labios. Me siento feliz por ver a mi mejor amiga aquí.
Debo confesar que ver a su amiga y no a ella me dolió, pero, al menos, ahora está aquí.
—¿Mía? —me atrevo a preguntar, aunque ya se la respuesta.
—Hola, Eli —murmura con una sonrisa amplia.
Analizo su atuendo y sé que ella nunca vestiría como una cualquiera.
—¿Qué haces aquí? —Alzo ambas cejas.
—¡Ayy! Sí que eres rápida. Me gusta —dice ella observando todo a mi alrededor—. Mi nombre es Katherine. Esperaba que pudieras darle un mensaje a la familia Salvatore y también a los Mikaelson, ya que Stephanie es novia de un original.
Ahora sí me siento perdida. No entiendo nada de lo que está ocurriendo.
¿Mía ahora de hace llamar Katherine? ¿Por qué haría tal cosa? No tiene sentido alguno.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué mensaje? —Hago una pausa y la miro—. ¿Mía, te sientes bien?
—Que empiece el juego.
—¿Qué? —cuestiono sin comprender.
Mía agarra una de las almohadas sobrantes y la empuja hacia abajo sobre mi cara y me sofoca. Comienzo a gritar y lucho hasta morir. Ya no siento nada, todo se ha vuelto negro.
Me despierto sobresaltada y salgo de la habitación. La enfermera es la única a la vista, así que me acerco casi corriendo hacia ella.
—¿Disculpe? ¿Dónde está todo el mundo? —me atrevo a preguntar mientras observo a los lados—. ¿No es un poco extraño que no haya nadie?
—Es la mitad de la noche, cariño.
—¿Lo es? Oh, eh... ¿has visto a mi mamá? Su nombre es Myriam y trabaja de... —Ella no me deja continuar con mis palabras.
—Se fue después de cenar con su novio y luego pasaron sus amigas.
—¿Ella lo hizo? Sí, lo hizo, pero dijo que se llamaba Katherine. ¿Puedo comer algo? Muero de hambre... —Hago una mueca con mis labios.
—El desayuno llega alrededor de las siete —me explica la mujer con tranquilidad.
—Pero tengo hambre. Tengo demasiada hambre.
—Debería volver a dormir, señorita García.
Voy hacia la habitación, pero luego me detengo.
—¿Qué es ese olor? —cuestiono mordiendo mi labio inferior.
—De regreso a la cama.
La enfermera se va, pero yo me quedo en el pasillo. Miro a todas partes y veo una bolsa de sangre en la habitación de un paciente. Voy hacia la bolsa y la toco, pero llega la enfermera.
¿Por qué estoy tocando esto? ¿Qué es lo que me está pasando?
—¿Qué estás haciendo aquí? Esta es la habitación de un paciente, García.
—No lo sé.
—Necesita volver a la cama.
La enfermera me lleva a mi habitación y luego se va. Me siento en mi cama y saco la bolsa de sangre oculta de mi bolsillo. Bebo, pero no me gusta y, disgustada, tiro la bolsa al suelo. Miro la bolsa que está en el suelo, me bajo de la cama y la recojo. Empiezo a beber de nuevo y aparecen mis colmillos.
Digo en mi habitación. Las cortinas están corridas a excepción de un pequeño rayo de luz que se filtra desde la ventana. Intento poner la mano en la luz, pero la retiro dolorosamente cuando me quema. Lautaro llega con una bandeja de comida.
—Tu mamá dijo que no estás comiendo. Tienes que alimentarte bien —me dice con una pequeña sonrisa sobre sus labios.
—Es asqueroso.
—Es comida de hospital; se supone que es asqueroso.
Lauta se acerca a mí para besarme, así que me acerco, pero me detengo cuando veo el rayo de sol entre nosotros. No quiero volver a sentir ese dolor.
—También dijo que te dejarán en libertad mañana por la mañana.
—¿Mañana por la mañana? Necesito salir está noche.
—No, el carnaval va a suceder sin ti, Elizabeth. Sé que es difícil de procesar para tu personalidad de obsesión por el control neurótico, pero Micaela y Mía lo tienen —me explica tratando de sonar realista.
—No soy neurótica.
—Sí, lo eres, pero es lindo, así que...
—Mira, no se trata del carnaval, ¿de acuerdo? Es solo que este lugar es realmente deprimente. Estoy sola, Lauta —comento con seriedad—. No quiero estar así, no me gusta.
—Es porque estás sentada en la oscuridad.
Empieza a abrir las cortinas.
—¡No, no lo hagas! Duele...
Laucha abre las cortinas. No lo dudo y corro hacia la pared opuesta y me aprieto contra esta para evitar la luz.
—¿Qué diablos? —pregunta él con preocupación.
—Solo ciérralo, por favor.
—¿Qué te pasa?
—¡Ciérrala! —grito con firmeza.
Cierra las cortinas.
—Regresaré más tarde, ¿de acuerdo?
Él se va.
Nuevamente estoy sola.
Cuando me estoy poniendo mis joyas, me detengo al ver el collar que me regaló Mía. Decido ponerme el collar que me dio Mía, pero me quema la piel y lo tiro al suelo. La enfermera llega y lo recoge.
—Eso es lindo. Deberías tenerlo para salir del hospital.
—Sí, mi amiga me lo dio.
La enfermera se va, comienzo a beber sangre de una bolsa que robé en la noche. Me miro en el espejo, mi rostro cambia y aparecen mis colmillos. Comienzo gritar, llega la enfermera.