Capítulo 20:
Una historia de Klaus
—Bien, deben entender que solo se lo que he escuchado a través de los años y no sé qué es verdad y qué no lo es —dice Penélope mientras camina de un lado a otro—. Ese es el problema con toda la basura que hay referente a los vampiros. Pero Klaus, sé que es real.
—¿Quién es? —pregunta Micaela.
—Uno de los originales. Es una leyenda —responde Kol.
—De la primera generación de vampiros —agrega Rebekah.
Ni Kol ni Rebekah dicen que ellos son parte de esa familia de originales. Quizás es para no asustar a Micaela.
—Como Elijah —digo, y Penélope niega.
—No. Elijah es el conejito de pascua comparado con Klaus. Él es solo un soldado, Klaus es el verdadero jefe.
—Klaus es conocido como el más antiguo —dice Rebekah—. Aunque... No es cierto.
—Está bien, entonces, ¿estás diciendo que el vampiro más antiguo de la historia viene por nosotras? —le pregunto a Penélope.
—Sí —responde.
—No —asegura Rebekah al mismo tiempo.
Los miro confundida y Kol se aclara la garganta antes de hablar.
—Lo que ellos están diciendo es, más bien, lo que ella está diciendo, ya que no sabemos si es verdad... No creo que Klaus se meta con nosotros.
—Lo es —asegura Penélope.
—Es que, tal vez, él venga por ustedes —dice Kol.
—Elijah está muerto, nadie más sabe que ustedes... tu madre y tú existen —nos tranquiliza Rebekah como si eso funcionaría.
—Eso no lo sabemos con certeza —dice Penélope.
—Eso no ayuda —le reprocha Kol.
Me levanto del sillón y camino hacia la estantería de libros.
—Tenemos que irnos, es tarde y tenemos que ir a la escuela. —Volteo y veo a Micaela tomar sus cosas.
—No pienso ir a la escuela hoy —le digo y ella me mira confundida.
—¿Por qué? —pregunta.
—Quiero ir a casa de Enzo —miento—. Necesito un tiempo a solas y quiero llevarme unas cosas para tenerlas conmigo.
Micaela asiente y se acerca a mí.
—¿Quieres que vaya contigo? —pregunta y yo niego rápidamente.
—Necesito estar sola —le pido.
—Está bien, nos vemos en tu casa más tarde —dice y yo asiento.
Tomo mis cosas y antes de irme volteo a ver a Rebekah.
—Adiós —me despido.
Miro a Kol y él me mira serio. Camino con Micaela hacia la salida y nos despedimos antes de que cada una suba a su auto.
—No puedo creer que esté de acuerdo con esto —dice Elizabeth mientras caminamos por el bosque hacia las ruinas de la iglesia—. Soy muy mala mintiendo.
—¿Puedes mantener a Mica ocupada? No quiero que vaya a buscarme a casa de Enzo y se de cuenta de que no estoy ahí —le pido con tranquilidad.
—Soy incluso peor con una doble tarea y lo sabes —se queja.
Llegamos a las ruinas y volteo a verla.
—Puedes con esto, enserio necesito hacerlo y tú eres la única que me puede ayudar.
—Está bien —acepta y yo sonrío.
Bajamos las escaleras para llegar a la tumba. Dejo la mochila en el suelo y Elizabeth camina hacia la gran puerta de piedra para abrirla.
—¿Estás segura? —pregunta antes de moverla.
—No puedo quedarme sentada sin saber lo que pasa.
—Está bien.
Elizabeth empuja la piedra a un lado dejando libre la entrada.
—Puedes irte, ella no puede lastimarme siempre y cuando esté de este lado —le aseguro y Eli asiente antes de irse.
Abro mi mochila y saco una manta y una lámpara. Ilumino la entrada de la tumba.
—Katherine —la llamo.
Por un momento, pienso que no va a acercarse hasta que escucho pasos. Después de unos segundos, ella aparece sucia y pálida. Camina arrastrando sus pies.
—Hola, Stephanie —murmura bajo.
Por un segundo, me da lastima, pero luego recuerdo lo que hizo y sé que se merece esto.
»¿Viniste a verme marchitar?
—Te traje algunas cosas. —Tiro la manta hasta ella y abro mi mochila para sacar las demás cosas.
—Viniste a sobornarme, ¿qué es lo que quieres?
—Quiero que me hables de Klaus. —La miro y ella me mira un poco sorprendida.
—Han estado ocupadas. —Sonríe sin humor—. Pensé que tu novio era un original, ¿por qué no se lo preguntas a él?
Saco el libro que se encontró en la oficina de Isobel sobre la familia de Katherine.
Ella se incorpora mientras mira el libro. Lo reconoció.
—Es la historia de tu familia y aquí dice que la línea familiar terminó contigo. Obviamente eso no es verdad.
—Pensaste que al traerme algunos recuerdos de mi familia, ¿me abriría? —gruñe y yo niego.
—También traje esto. —Saco la botella de sangre de la mochila.
Ella trata de acercarse, pero no puede por el hechizo.
»¿Cuánto tiempo pasa antes de que tú cuerpo se apague? ¿Diez, veinte años? —pregunto irónica—. Debe ser doloroso disecarse y momificarse.
Juego al mismo juego que ella. Esa es la única manera en la que ella hablará.
Ella gruñe antes de sentarse en el suelo.
Tomo un pequeño vaso de la mochila y me acerco a ella. Sirvo un poco de sangre en el vaso y lo pongo en el suelo. Tomo un pequeño palo de madera y empujo el vaso hasta ella.