1915- 5 años de edad
-¿Te gusta, Beth?- Dice mi madre, mientras sonríe de felicidad, su mirada iluminando todo el lugar, o quizás ocasionalmente las luces que adornan en cada recobeco del espacio.- Si no te sientes preparada, o que no es para ti , nos vamos y nos comemos un helado de camino.
Los helados de mamá no son tan ricos como los que me compra papá, quizás lo que dijo es más un castigo que un regalo, y sonrió por mi propio pensamiento; mamá siempre busca la comida más nutritiva y saludable (o eso es lo que dice siempre, aunque no entiendo a lo que se refiere), hasta los dulces que comemos delante de ella...eso no quiere decir que cuando en presencia de mi padre nada más, ese poder prevalece. Mi padre ama los dulces y la comida en general, que mi mamá nos priva, así que los dos disfrutamos y aprovechamos cuando mi madre no está cerca. Es gracioso como mamá siempre sabe lo que hicimos, y mira a mi padre con una mirada reprochadora pero con un deje de burla.
-Beth...-Llama ella, yo vuelvo la mirada a su rostro entusiasmado, para luego recorrer el espacio grande ante mis ojos. Es una escuela de baile, ballet específicamente, eso es lo que me contó mi mamá entre otras cosas que no entendí ni recuerdo. Ella siempre da giros en casa, parece en su mundo, feliz y bailando esos pasos que hace ver que son tan faciles: un día le pedí que me enseñara, y ella optó mejor por llevarme a una escuelita- ¿Qué dices?
Muerdo mi labio y sonrió enérgicamente, dice que cuando me gusta algo no paro hasta conseguirlo, así que le doy un super sí y empiezo a saltar en mi lugar (no como sus saltos sin ruidos, sino saltos de felicidad, golpeando el suelo de madera duro) mientras aplaudo silenciosamente para no atraer tanto la atención.
Veo como una mujer alta, con unas ropas especiales, se acerca a nosotras, y cuando estiro mi cuello para ver más allá, veo a un grupo de niños de mi edad (mayormente mujeres) saltando y haciendo giros (¡¡¡yo tendré esa misma ropa!!), no tan perfectos como mi madre, pero mejor que los míos. No me sentí pequeña ni intimidada, sino feliz de poder entrar a este nuevo mundo, poder bailar con mamá en la sala, cuando ella está sola y en silencio.
Beth
-Hoy iré al pueblo- Le informo a mi padre al entrar a la cocina nuevamente, pero ahora metiendo la cabeza en un suéter ancho- Pasaré por la biblioteca y el parque. ¿Necesitas que traiga algo?
El niega con la cabeza, sin mover su rostro del tejido que yace entre sus manos. La verdad es que voy al pueblo muchas veces a la semana, estar encerrada en una casa sobre una colina de Hallstatt, no es muy divertido para una persona de mi edad; aunque en mis salidas, si mi padre se encuentra merodeando, intento sacarle a la fuerza palabras vacías que me llenarían en el momento, pero nunca necesita nada.
Libero mi cabello rizado suelto, que segundos antes había quedado atrapado dentro del suéter, y me acerco al señor encorvado que permaneció en el taburete. Este ni siquiera levanta la vista cuando le propino un beso en la frente y le acomodo los lentes que se le resbalaron unos milímetros.
Le sonrío sabiendo que no recibiré el mismo gesto, sabiendo que quizás ni siquiera reparó en mi insistente presencia. De camino a la puerta de entrada, agarro mi abrigo largo que me llega hasta las rodillas, porque nos encontramos en esos días de otoño fríos, que hay que refugiarse en un abrigo al salir, más si debes caminar una hora para llegar a la civilización .
Lo bueno que puedo rescatar de mis caminatas diarias, si quiero ir a algún lugar con presencia de personas y recursos vitales que otorgan, es que el paisaje es bellísimo. Cuando uno atraviesa estos caminos de piedra tantas veces, es normal que se olvide el sentimiento de asombro, el cosquilleo en el pecho al ver un cuadro gigante ante tus ojos. Pero hay días que camino más lento de lo habitual, llevando mi vista a las montañas lejanas/no tan lejanas que se ciernen en el horizonte, el lago tan cerca de tus pies pero a metros de distancia, y aveces me siento entre maravillada e incompleta.
En ocasiones parece todo hecho a la medida, todo en su lugar, que no tardo en reparar mi caminata errante, mis manos rozandose entre si para calmar la soledad y nerviosismo, para luego dirigir mi dedo índice a la punta de mi nariz. Mi mirada dirigiéndose rápidamente al suelo, a veces pesandome, otras solo avergonzada de vivir rodeada de cosas, solo a la vista, hermosas.
Dean
El otoño llegó deprisa, y aunque mi estación favorita siempre será el invierno, esta estación es especial. Es la que trae más recuerdos, y te grita a la cara que todo lo que crece y es bonito, en algún momento se marchita, cae y vuela; dejando solo un pequeño rastro de lo que algún día fue, solo el tronco y ramas de los árboles sin adornos ni maquillaje.
Sigo caminando, viendo las hojas anaranjadas y quebradizas en el suelo, hasta que doy con una biblioteca que no sabía que existía hasta ese momento, aunque esta ciudad se recorre en tan solo 3 horas. Cuando estoy por seguir mi camino, una señora sale de allí y al verme mantiene la puerta abierta para mí, con una sonrisa que no veía hace mucho. Sin poder negar su gesto, doy pasos rápidos y entro.
A mi nunca me gustaron tanto los libros, no tanto como las películas, pero admitía que tenían ese algo especial, que hacía que las personas se sintieran seguras y acogidas, similar a una clase de fe en una iglesia. Así que quizás esa fue otra razón que me hizo entrar. Fui a poesía ¿es lo básico de la literatura, no? Benedetti, no sé quién es, no importa.
Con el libro en mano, me dirijo a una mesa alejada de las demás, un punto bueno de esta biblioteca es que no tiene música de fondo, cuál ascensor aburrido. Aquí se oyen los murmullos y si levantas la vista,visualizas los provenientes de ellos, adolescentes y adultos principalmente.
Editado: 18.02.2023