2011
Los Ángeles, California
–Puede que se haya quedado dormido –sugirió Biv con cautela, como si ambas no supieran a ciencia cierta que debía estar tirado entre un montón de botellas de alcohol vacías, ebrio hasta la médula y sin recordar su propio nombre.
Morgan se limitó a bufar como respuesta. Estaba llamándolo otra vez. Era el noveno intento del día. El teléfono la dirigió directamente al buzón de voz.
–Maldita sea, Toni –gruñó por lo bajo–, te dije que la reunión de hoy era importante. Te lo dije.
Biv detuvo el auto frente al semáforo en rojo y la miró frunciendo los labios mientras Morgan marcaba el número del teléfono fijo. Sin respuesta.
–Ya conoces a Toni –continuó Biv. Era probablemente la única persona que se atrevería a hablarle cuando estaba tan molesta–. No deberíamos sorprendernos de su ausencia.
Morgan soltó un gruñido y colgó la llamada. Cerró los puños sobre el regazo.
–Él no es así, Biv –masculló en voz baja, los ojos fijos en el teléfono, esperando inútilmente alguna respuesta–. Él no era así.
Biv le echó un vistazo rápido antes de arrancar el auto. Con un suspiro, atrapó uno de sus puños cerrados entre sus dedos, apretándole la mano con suavidad en un intento por calmarla.
–Ya casi estamos.
Pero Morgan no necesitaba indicaciones, estaba lista para saltar del auto en cuanto estuvieran frente a la casa de ese imbécil.
Y así lo hizo. Biv ni siquiera había llegado a apagar el motor cuando Morgan abrió la puerta y se abalanzó al exterior. Subió los peldaños del porche a la carrera y empezó a aporrear la puerta con todas sus fuerzas.
–¡Toni! ¡Toni, abre la maldita puerta! –Golpes, golpes, más golpes. Y ni un solo sonido en el interior de la casa–. ¡Toni, abre la puerta ahora mismo!
–¿Por qué no usas tu llave? –inquirió Biv cuando llegó a su lado, con toda la calma del mundo.
Morgan la miró con ojos frenéticos. Su llave, tenía razón. Se puso a rebuscar en su bolso mientras Biv tocaba el timbre plácidamente.
La llave tembló entre sus dedos. No sabía por qué, pero ya no era sólo ira. Toni debería haberla escuchado después de tanta insistencia. Después de todas las llamadas, los golpes y el timbre. ¿Estaría bien?
Lo primero que le chocó cuando abrió la puerta fue el olor. Intenso. A sudor, a alcohol, a cigarros. Todo condensado porque las ventanas estaban cerradas. Y cuando entraron, los ojos chispeantes de Morgan pasaron por cada una de las botellas vacías que adornaban la sala. En los muebles, en el piso, en las mesas, en las alfombras, sobre el piano. Había charcos de bebida en el suelo, la televisión estaba encendida pero sin volumen, los cojines estaban esparcidos por el suelo, y había restos de comida y vasos plásticos por todos lados.
–¡Toni! –volvió a llamar Morgan, pero lo vio inmediatamente. Estaba echado sobre el sofá, completamente desnudo y definitivamente inconsciente. Intercambió una mirada de desagrado con Biv antes de acercarse a él–. ¿Toni?
No recibió respuesta. Se agachó frente a él y le miró la cara. Ni siquiera dormido parecía en paz. Tenía el ceño fruncido, los ojos hinchados y los labios resecos. Su frente estaba sudorosa a pesar de que no hacía calor.
–¿Biv? –la llamó Morgan suavemente, sin levantar la mirada. No necesitó decir nada más, ésta asintió de inmediato, sacó el celular del bolsillo y marcó para cancelar la reunión.
Morgan suspiró.
–Toni, vamos, despierta –susurró, sacudiéndolo un poco más bruscamente de lo necesario. Tenía todo el cuerpo pegajoso. No reaccionaba–. Toni, por favor. ¿Cuánto bebiste?
El hombre se agitó levemente, abrió la boca y un tufo a alcohol escapó de ella. Morgan tuvo que contener las arcadas.
–Por Dios, Toni. –Le pasó una mano por la espalda y lo obligó a incorporarse. Ni siquiera pesaba tanto. Estaba tan delgado…
Él comenzó a murmurar algo apenas, demasiado bajo como para que Morgan pudiera distinguir qué era. Sospechaba que estaba delirando.
–Es la tercera reunión que tengo que cancelar por ti, Toni. Esto tiene que parar. –Pero él seguía con los ojos cerrados. Un peso muerto sobre ella. Morgan se acercó a sus labios para oír lo que decía.
–…Tus ojos se apagaron. Y oh, te perdí, sí, te perdí. –Morgan se apartó con un suspiro. Otra vez esa maldita canción, debió haberlo imaginado–. Te perdí en los tiempos de guerra.
Ella no tenía la menor idea de qué significaba o de dónde la había sacado, pero era evidente que era una canción importante para él. Hacía mucho que era incapaz de escribir ninguna para su próximo álbum, pero una y otra vez repetía esa para sí mismo. Delirante, casi febril, como si fuera lo único que tuviera para aferrarse.
Biv volvió entonces de la llamada y le ofreció un vaso con agua. Morgan lo aceptó en silencio y se lo puso a Toni contra los labios. Él reaccionó inmediatamente, como si hubiera intentado ahogarlo en lugar de simplemente hidratarlo un poco. Se levantó tan de repente que Morgan casi soltó el vaso.