1998
Naples, Florida
Ezra le arrancó un sonido chirriante a la guitarra que tenía en las manos y Toni se cubrió los oídos, haciendo una mueca. Tim se echó a reír a su lado, echado en la arena.
–Me encantan las modificaciones que les haces a las canciones –le dijo sarcásticamente. Ezra sonrió y comenzó a tocar de vuelta la canción, alterando notas al azar y transformándola en otra cosa por completo.
Se encontraban en Las Olas, en una playa en la que Toni no había estado jamás, y era un día soleado y ridículamente caluroso de mediados de mayo. Estaban sentados en círculo en la arena, comiendo papas fritas y ensayando las canciones de la lista que les había entregado Mariel.
Aunque en realidad no estaba siendo un buen ensayo en el sentido más estricto.
El calor le quitaba seriedad al asunto, a su alrededor había varias familias tomando el sol y chapoteando en el agua. No era precisamente el ambiente más adecuado para ensayar. Los chicos estaban allí hacía horas, cambiando las letras, los ritmos y las melodías de absolutamente todas las canciones que tenían. De hecho, Toni empezaba a temer que se aprendería las versiones incorrectas.
Pero era divertido. Incluso Toni tenía que admitirlo.
Siempre le había costado hacer amigos. Era más bien tímido, así que solía quedarse al margen de las reuniones sociales, simplemente mirando cómo florecían nuevas amistades sin participar mucho de ellas. Respondiendo cuando le hablaban, pero sin aportar nada que no le pidieran.
Además, tarde o temprano, la serpiente marina acababa convenciéndolo de que no los merecía, o que nunca lo aceptarían si lo conocieran de verdad. Y aunque sabía que la serpiente no solía decir la verdad, le costaba mucho no creerle cuando decía cosas tan lógicas. Toni acababa desapareciendo sin explicación, evitando a sus seres queridos indefinidamente, incapaz de plantarles cara mientras duraba el episodio. Y sintiéndose demasiado culpable después como para volver a hablarles.
La única persona que jamás había caído en aquella trampa era Tim. Incluso en sus peores momentos, en aquellos días en que Toni fingía que le dolía el estómago para que sus padres lo dejaran faltar a clases porque no creía que pudiera soportar levantarse de la cama, incluso entonces Tim lo entendía y esperaba. Ni siquiera tenía que decírselo en voz alta –Toni tampoco estaba seguro de ser capaz de decirle directamente que no quería hablarle–, Tim siempre comprendía cuándo era el momento adecuado y cuándo no. Bastaba una mirada para que Tim le dejara su espacio y se apartara, sólo por un rato. Sólo lo justo hasta que Toni consiguiera regresar de las profundidades oscuras de su mente, de aquel océano asfixiante que lo estrujaba de vez en cuando. Cada vez que salía a la superficie y tomaba una bocanada de aire, Tim estaba esperándolo en la orilla.
Era el mejor amigo que había tenido. El primero y el único. Tim había sido la primera persona con la que había compartido su música, lo cual para Toni era un asunto serio. Con los otros chicos del colegio charlaba de vez en cuando, pero no así. Sólo les importaban los videojuegos, los deportes y las chicas. Y no era que a Toni no le interesaran aquellos temas también –bueno, quizás los deportes no le interesaban demasiado–, pero la música era algo especial para él. Era su forma de relacionarse con el mundo, de interpretar y darle sentido a lo que pasaba en su vida, de expresarse.
Por eso se había llevado tan bien con Tim cuando éste ingresó a su colegio hacía cuatro años, desde aquel día en que lo halló en el salón de música y le dijo que él también cantaba.
Ahora no eran sólo ellos dos, componiendo hasta muy entrada la noche, jugando y experimentando con nuevos sonidos, suplicando a sus padres que les permitieran tocar en el restaurante de la tía de Tim los fines de semana. Ahora eran una banda real, con representantes, entrenadores vocales, coreógrafos, publicistas y estilistas. Ahora formaban parte de una de las disqueras más grandes del mundo.
Probablemente no deberían estar actuando de forma tan inmadura, arruinando las canciones en lugar de cantarlas como debían, pero en realidad Toni pensaba que el arte era siempre un juego. Explorar, probar, conocer, expresar. Destruir el arte viejo era otra forma de crear arte nuevo.
Mariel no tenía por qué enterarse de eso, de todas maneras.
–Quizás deberíamos estudiarlas en serio –dijo Tim entonces, como si le hubiera leído la mente. Tenía puestas unas enormes gafas de sol, así que Toni apenas podía distinguir su rostro–. Mariel nos va a matar si no nos las sabemos para el próximo ensayo.
Chris soltó una carcajada burlona. Estaba acostado boca arriba, así que el sol le bañaba toda la cara y los brazos. Llevaba puesta una camiseta sin mangas que dejaba a la vista gran parte de su torso y unos shorts oscuros. Se incorporó y los miró a todos con una sonrisa traviesa.
–Mejor deberíamos ir un rato al mar, traje una pelota –dijo, y levantó la pelota de colores que descansaba junto a él para que los demás la vieran–. Hace calor, no quiero practicar más.
Y así sin más, se puso en pie de un salto y se quitó la camiseta tan rápido que a Toni no le dio tiempo para procesar la situación. Un segundo estaba vestido y al siguiente le faltaba la mitad de la ropa. Se lo quedó mirando con ojos enormes, quieto en su sitio, tratando de que su vista no bajara de la cara de Chris.