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¡Buenas! Este es su recordatorio semanal de que esta historia tiene final feliz y de que no se preocupen demasiado. Ya sé que no estamos en un punto muy agradable (vamos por la mitad del libro, así que es el momento del drama), pero ya verán que todo se terminará solucionando.
También hay que tomar en cuenta que el personaje de Toni está planteado como un pesimista desde el principio. No es precisamente objetivo con lo que pasa, él siempre se fija en lo peor, así que en realidad las cosas tal vez no están tan mal como él piensa. Nada, sólo eso. ¡Disfruten!
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2011
Los Ángeles, California
Quizás era producto de la impresión, quizás era una simple coincidencia –eso era lo que él quería pensar, al menos–, pero después de la impactante noticia de Andrew, la salud de Toni había empeorado considerablemente.
Hacía algunos días que no le bajaba la fiebre. Se la había pasado en cama, delirante y aterrado, repitiéndose incansablemente que todo esto no era prueba de nada. La gente sufría fiebres todo el tiempo y eso no quería decir que… bueno, que fuera algo más grave que eso: una simple fiebre.
Hacía algunos días que no salía de casa. De hecho, apenas se había movido de su propio dormitorio. Había llamado a Morgan para disculparse por no poder asistir a las reuniones que había arreglado con la disquera, y aunque al principio ella reaccionó con escepticismo ante su supuesta enfermedad, muy pronto comprobó que era absolutamente real. Ahora iba a visitarlo todos los días, se aseguraba de que comía algo, de que estaba hidratado y de que seguía vivo. Seguía insistiendo en que debía ir a ver al médico, pero Toni se negaba rotundamente.
No podía. Aún no.
No podía enfrentarse a la posibilidad de que…
No podía soportar tener que admitirlo en voz alta. No estaba listo.
Morgan le había prohibido el alcohol, lo que sólo empeoraba la situación. Se sentía constantemente agitado y ansioso, vacío de algo. La abstinencia lo estaba matando. Pero cada vez que le rogaba que le consiguiera algo de whisky –sólo un trago, un trago y nada más–, ella bajaba la mirada hacia él con severidad y le decía que el whisky no iba a hacer que se sintiera mejor.
Qué equivocada estaba.
No había hablado con Andrew desde aquella última llamada, pero tampoco tenía ninguna urgencia de hacerlo. Tampoco lo culpaba de nada. Todo lo que estaba pasando era culpa de Toni al cien por ciento. Tarde o temprano, el imprudente estilo de vida que llevaba iba a acabar por cobrarle factura.
Había sido temprano.
No le había dicho nada a Morgan aún. Ni a nadie, en realidad. Ni siquiera podía decírselo a sí mismo. Siempre que trataba de formar las palabras, se le hacía un nudo en la garganta y los ojos se le llenaban de lágrimas.
Morgan, por supuesto, sabía que algo iba mal. Es decir, además de la fiebre y el malestar general. Había cancelado todas sus próximas actividades y se pasaba casi todo el día haciéndole compañía, sentada junto a su cama con labios tensos y bolsas bajo los ojos. Vigilándolo, velándolo, preocupándose sin parar.
Cuando ella no estaba, era Biv quien iba a visitarlo. Toni tenía que admitir que prefería su compañía, mucho más tranquila y pacífica. Biv solía sentarse a su lado a leer o a dibujar nuevos diseños. Rara vez le hablaba, no era del tipo de hacer conversación sólo para llenar el vacío, lo cual Toni agradecía profundamente. Cuando abría la boca, era sólo para preguntarle si necesitaba algo (más agua, alguna pastilla, un poco más de sopa, correr las cortinas). Sus ojos siempre estaban atentos, de todas formas, era una guardiana silenciosa pero eficaz.
Morgan no lo era. Trataba de mantener la calma, y lo había conseguido los dos primeros días, pero ya habían pasado cuatro y Toni no estaba mejor. Sentía el cuerpo como si le hubiera pasado un camión por encima, como si le hubieran triturado todos los huesos. Estaba perpetuamente hundido en su cama, débil y dolorido, incapaz de levantarse para hacer nada. Dormía mucho. Era lo único que lo reconfortaba por un rato.
Le seguía molestando bastante el estómago. Había vomitado un par de veces, y siempre que se esforzaba por levantarse de su agujero en el colchón lo inundaban unos mareos insoportables. Sentía la boca seca todo el tiempo, pero el agua nunca era suficiente.
Necesitaba urgentemente un vaso de whisky, maldición.
Toni le había rogado a Morgan que no le dijera nada a sus padres. No hacía falta, ellos estaban demasiado lejos y no podrían hacer nada, no tenían por qué angustiarlos por una fiebre pasajera. Toni suponía que había cumplido su promesa, porque habían pasado varios días y aún no había recibido ninguna llamada desesperada desde Miami.
Toni también sabía que Morgan no mantendría su silencio por mucho más tiempo.
De cierta forma, casi la odiaba. Cada vez que la oía abrir la puerta de su casa con su propia llave, cada vez que entraba a su habitación con su mirada preocupada y un tazón de sopa en la mano, cada vez que le repetía que tenía que ir al médico. No quería, pero la odiaba.