2011
Los Ángeles, California
Morgan había llegado a su límite. Había pasado una semana entera y Toni aún no tenía fuerzas para levantarse de la cama. En realidad, el dolor físico había comenzado a menguar hacía ya algunos días, pero se sentía emocionalmente destrozado.
Le costaba dormir. Casi todas las noches despertaba bañado en sudor y lágrimas, agobiado por pesadillas que a veces ni siquiera recordaba, pero que lo dejaban temblando por horas. Aún le dolía la espalda, aunque Toni suponía que era por la cantidad de tiempo que llevaba en la misma posición, echado en la cama como si estuviera muerto.
Tenía náuseas. Todo el tiempo tenía náuseas y migraña. Biv había desistido de obligarlo a comer hacía dos días, habían hecho un pacto silencioso de deshacerse de la sopa que siempre le llevaba Morgan sin decirle una palabra. A veces, en cambio, le compraba helado. Biv siempre había sido su favorita.
Hacía dos semanas que Toni no daba señales de vida al público. En todo ese tiempo, ni una sola de las personas que solía ir a sus fiestas había preguntado por él. No que le sorprendiera, en lo más mínimo, pero aun así era un poco triste que pudiera morirse sin que a nadie le importara.
Estaba solo con sus pensamientos. A veces tenía muchas ganas de acabar con todo rápido, a veces la voz murmuraba en su cabeza que no valía la pena seguir sufriendo, que podría ahorrarse toda la agonía con una sola decisión.
Pero entonces Toni se levantaba bruscamente, gritando y llorando que lo dejaran en paz, como poseído por una pesadilla terrible. Jadeaba y se revolvía en la cama, apretando los dientes de la frustración. Estaba en guerra con su mente. Y estaba perdiendo.
En aquellos momentos, Morgan entraba corriendo a su habitación, aterrada. Lo miraba y se sentaba a su lado, esperando hasta que se calmase para ofrecerle agua. Toni deseaba que no lo hiciera. Era bastante humillante, la verdad. Y no quería preocuparla más de lo que ya estaba.
Ella seguía insistiendo con que debía ir al hospital. Se lo repetía a diario, y Toni estaba demasiado débil como para discutir, así que se limitaba a fruncir el ceño y negar con la cabeza. Pero Morgan insistía, Morgan nunca se daba por vencida. Debía hacerse exámenes. Debía llamar a sus padres. Debía moverse de esa maldita cama.
Llegó a su límite el día en que encontró a Toni vomitando en el baño, sujetándose el estómago y con la cabeza apoyada sobre la taza del retrete. Había conseguido una botella de vodka y se la había tragado entera antes de que Morgan llegara y la confiscara. No había sido una buena idea, evidentemente, y Morgan lo miró con los brazos cruzados desde la puerta, asqueada y triste.
–Es suficiente, Toni. –Le dijo, y aunque lo dijo con voz tan suave como pudo, Toni reconocía su firmeza–. Ya tuve suficiente.
Tenía que llamar a alguien, le dijo, y le tendió el teléfono. Ella y Biv no eran sus niñeras y no tenían por qué tolerar su comportamiento autodestructivo por más tiempo. Le repitió que tenía que ir al hospital, y aquella vez sonó como una amenaza.
Toni estaba ebrio y hecho pedazos, y le contestó llorando, atragantándose con sus propias palabras, pidiendo que le diera sólo unos días más. Necesitaba sólo unos días más para prepararse.
No podía explicarle. No podía decirle que la serpiente lo tenía sujeto por el cuello, y que hacía falta sólo una última mala noticia para que diera su golpe mortal. Toni perdería el juicio, se perdería a sí mismo.
No podía ir así al hospital.
Morgan se lo quedó mirando por bastante tiempo, con las cejas fruncidas. Toni casi podía ver su hilo de pensamiento, podía ver sus engranajes yendo a toda velocidad. Morgan, por supuesto, pensaba que era una mala idea. Podía ver sus dudas y las ganas que tenía de arrastrarlo ella misma al hospital más cercano, aún en contra de su voluntad. Pero al final, algo en los ojos rotos de Toni debió convencerla de esperar.
Morgan suspiró y agitó el teléfono para que lo tomase. Le dijo que de acuerdo, pero que necesitaba ver otra cara además de la suya. Ese era el trato, si no ella misma acabaría estrangulándolo. O llamando a una ambulancia sin decirle nada.
Toni trató de protestar, pero vio la severidad impasible de su rostro y supo que no había manera de hacerla cambiar de opinión, así que tomó el teléfono con fuerza y suspiró.
–¿A quién se supone que voy a llamar? –musitó, tenía la voz ronca de tanto vomitar–. No tengo amigos. No le importo a nadie.
Morgan lo contempló como si no pudiera creer lo estúpido que era. Luego se encogió de hombros.
–Alguien se te ocurrirá.
***
Fue así como Tim, Ezra y Courtney habían acabado en su sala de estar. En realidad, Toni había llamado solamente a Courtney, pero como era un imbécil con muy mala suerte, Tim estaba con ella cuando lo hizo. Ahora ya no había vuelta atrás.
No les había contado el verdadero problema, por supuesto. Sólo mencionó que no se había estado sintiendo bien últimamente. De hecho, se sentía fatal. Y que… bueno, que no le vendría mal algo de compañía.