2003
Los Ángeles, California
–Vas a tener que confirmarlo –dijo su voz en medio de la oscuridad, apenas una silueta vaga entre las sombras.
Chris trastabilló en la puerta, repentinamente consciente de lo que había hecho.
Mierda.
Mierda mierda mierda.
Atisbó el interior de la sala, tratando de distinguir los rasgos de Toni a pesar de la falta de luz. Allí estaba, con los brazos cruzados sobre el pecho con firmeza, aunque a Chris no se le escapó el leve temblor de sus hombros. No podía verle los ojos.
–Y-yo… –comenzó, pero se le había formado un nudo en la garganta. No sabía qué decirle, de repente le costaba respirar–. Yo no…
Yo no quiero confirmarlo. Yo no soy tan valiente como tú. No sé qué hacer. No quiero decepcionarte otra vez.
Toni negó con la cabeza, se le escapó un suspiro irregular.
–Ya lo sabía. –Y en esa única frase Chris oyó la resignación, el dolor cristalizado y solidificado. La impotencia fría de algo a lo que ambos estaban acostumbrados.
Hacía meses, hacía años que venían luchando. Habían tenido que sacrificar una parte esencial de ellos mismos para mantener a flote su carrera, para tener toda la fama y reconocimiento que ahora ni siquiera les interesaba. Los habían convencido de que jamás podrían tener ambas cosas, de que si eran honestos perderían todo lo que habían construido en los últimos años, y ahora la carga finalmente era insoportable.
Habían terminado de romperse.
Chris se había esforzado. Sí, era cierto que no siempre lo hizo bien. Era cierto que tal vez no debería haberle mentido a Toni sobre Sam, o sobre algunas de las reuniones que había tenido con Carolina, o sobre lo preocupado que estaba realmente por él; pero no quería sobrecargarlo con más de lo que podría llevar a la espalda.
Hacía algún tiempo que lo veía y apenas lo reconocía. Se movía por la vida como un amasijo de piezas que no calzaban y que habían sido ensambladas a la fuerza, con la tirantez de un conjunto de partes que fuera a desarmarse en cualquier momento. Los ojos apagados y sombríos, la espalda encorvada, la línea seca de sus labios, sus manos siempre tensas.
Todo él se estaba derrumbando.
–Toni… –susurró Chris, porque eso era lo único que tenía sentido para él en aquel momento. Él era lo único que tenía sentido en aquel momento. Dio otro paso hacia el interior de la casa–. Toni.
Toni se estaba abrazando a sí mismo, encogido, aferrado a sus propias costillas como si temiera que si se soltaba se caería en trocitos.
Chris se detuvo.
–Lo intenté. –Dijo entonces, desesperado–. Te prometo que lo intenté. Pero lo hubieran hecho igual. Ni siquiera necesitan de mí para confirmarlo.
No soy tan fuerte como tú. No sé cómo plantarles cara.
Toni asintió, pero no parecía estar escuchando.
–¿Puedes…? –musitó con la voz rota–. Sólo… ven aquí, por favor.
Chris se adelantó rápidamente y posó las manos sobre los brazos cruzados de Toni, rozando su piel con tanta delicadeza como pudo. Buscó sus ojos, pero en medio de la oscuridad eran tan negros que apenas podía distinguirlos.
Parecía infinitamente cansado. Parecía que no podría sostenerse a sí mismo mucho más tiempo.
–¿No estás enojado? –le preguntó, porque su silencio lo asustaba todavía más. Se había preparado para los gritos y el llanto, para que se enfureciera y se encerrara en el salón de música. Pero ahí frente a él… lucía tan indefenso, tan frágil.
Toni se encogió de hombros débilmente.
–Ya lo sabía. –Repitió en un susurro flojo. Apretó los puños, enterrándose las uñas en las palmas–. Estoy harto de pelear.
Chris abrió la boca, pero no consiguió que saliera nada de ella. Toni alzó la mirada hasta él.
–¿Puedes sólo… abrazarme? –le pidió suavemente–. Sosténme.
Y Chris lo hizo. Lo sujetó con fuerza, tirando de Toni hacía sí hasta que prácticamente eran uno solo. Se aferró a él con todo lo que le quedaba, aplastándolo contra su propio pecho, hundiendo el rostro en su cabello y aspirando el olor de su shampoo. Lo abrazó hasta que le dolieron los brazos, hasta que olvidó cómo respirar si no era en sintonía con él, hasta que olvidó que sus corazones no habían nacido para latir el uno contra el otro, que sus cuerpos no habían nacido para fundirse en el otro.
Toni estaba llorando. Sentía sus hombros temblando y las lágrimas heladas que le bajaban por el cuello. Chris lo apretó con más fuerza, tratando de mantenerse tranquilo, pero su vista también se estaba emborronando.
–N-no sé qué se supone que debo sentir –farfulló Toni, sus palabras apenas eran comprensibles en medio del llanto. Sus uñas se enterraron en la piel de Chris con desesperación, pero Chris sólo lo necesitaba más cerca, con más intensidad, quería sentirlo en todos lados, quería que doliera–. Estoy harto de esto, Chris. Ya no sé qué más hacer.