2011
Los Ángeles, California
Hacía poco que había anochecido, pero Toni se sentía lo suficientemente exhausto para acostarse temprano. Se preparó un té de manzanilla con miel y se acurrucó en el sofá, calentándose las manos con la taza y pensando qué película poner. Tenía ganas de algo que ya hubiera visto antes y que no le exigiera mucha concentración.
Se arremangó el abrigo y tomó el control remoto, pero antes de que pudiera encender la televisión, lo sobresaltaron una serie de golpes bruscos en la puerta. Toni frunció el ceño y se levantó con cautela. ¿Quién podría ser? Morgan tenía su propia llave; Tim, Courtney y Ezra siempre llamaban antes de aparecer por su casa… Y la verdad era que Toni no mantenía contacto con nadie más.
Los golpes se repitieron, pero nadie habló desde el exterior.
Toni dejó la taza en la mesita de noche y fue hasta la puerta. Echó un vistazo por la mirilla, y cuando lo hizo se quedó completamente pasmado en su sitio.
Retrocedió un paso.
Christopher Hughes estaba en su casa.
Chris Hughes estaba en su casa y estaba tocando su puerta con insistencia.
¿Por qué?
Toni consideró –de verdad lo consideró– fingir que no había oído nada y encerrarse en su habitación hasta que se largara. Pero la curiosidad pudo más. La curiosidad y el anhelo.
Abrió la puerta, conteniendo el aliento, y lo contempló con ojos desorbitados.
No podía creerlo. De verdad era él.
Era él, y estaba llorando.
Toni retrocedió otro paso, anonadado.
Y entonces Chris alzó la vista y sus ojos se encontraron.
–T-Toni –balbuceó. Entró a la casa tropezando y lo agarró de un brazo–. Tenemos que ir al hospital.
Pero Toni ni siquiera estaba prestando atención a sus palabras. El brazo le ardió allí donde los dedos de Chris se posaron, como si le hubiera prendido fuego. Se lo quedó mirando como un estúpido, con la mente en blanco.
Hacía siete años que no se tocaban. Desde aquel día fatídico en los premios.
Chris pareció notar entonces que lo había tocado sin permiso y lo soltó de inmediato, temiendo quizás que Toni reaccionara como había hecho la última vez. Dio un paso atrás y sacudió la cabeza. Sus ojos estaban rojos.
–Imbécil –masculló, y se le escapó un sollozo–. No puedo creer que tú… que de verdad… ¿Cómo puedes ser tan irresponsable? –Toni solo se lo quedó mirando, incapaz de reaccionar–. Tenemos que ir al hospital ahora.
Se calló, haciendo un esfuerzo por calmarse, y en esos segundos Toni tuvo tiempo para completar el rompecabezas.
–Tim te contó –dijo, incrédulo. Retrocedió otro paso–. Mierda.
Pero Chris lo siguió.
–Debiste decírmelo tú –espetó, y se le escaparon nuevas lágrimas–. No me importa cuánto me odies, no voy a permit…
–No te odio –lo cortó Toni sin pararse a pensar. Luego–: No es necesario.
–¡Claro que sí! –chilló Chris, fuera de sí–. ¡Tienes que hacerte los exámenes! ¡Tienes que…! No puedes… ¡Tienes que estar bien!
–Chris, calma.
–¡Es mortal sin el tratamiento!
–Ya lo sé –le aseguró Toni, conteniendo las ganas que tenía de secarle él mismo las lágrimas. Suspiró–. Me dieron negativo.
Chris se quedó quieto.
–¿Qué?
Toni tragó saliva.
–Fui al hospital después de la última visita de Tim –admitió, sin mirarlo a los ojos–. No se lo dije por si… En fin, me armé de valor y fui, y resulta que no tengo el virus. Me dijeron que probablemente el estrés por la posibilidad de tenerlo me jugó en contra. Y además, Morgan me estuvo matando de abstinencia los últimos días, así que eso seguramente también… –Se detuvo de golpe al darse cuenta de lo que había dicho, pero le echó una mirada avergonzada a Chris y explicó–. Yo… eh, tengo algunos problemas con el alcohol.
Se quedaron en silencio. Toni le dio la espalda mientras Chris digería sus palabras. Respiró hondo y se dispuso a recuperar su té, que seguramente ya se había enfriado. No quería tener que ver cuando se fuera.
Porque era inevitable. Ahora que había comprobado que el único problema en la vida de Toni era él mismo, se iría. Y Toni tendría que fingir que nada de aquello había pasado. Se iría, y Toni asesinaría a Tim por su traición.
Pero cuando finalmente se dio la vuelta, Chris seguía exactamente donde lo había dejado, abrazándose a sí mismo con la expresión más desdichada del mundo.
Toni dudó. Hacía ocho años hubiera corrido a abrazarlo. Hacia ocho años le hubiera limpiado el rostro con sus labios y le hubiera cantado hasta que se tranquilizase. Pero ahora no tenía la menor idea de qué hacer, ni siquiera sabía si tenía permitido tocarlo.
–¿…Chris?
Él negó con la cabeza. Se frotó los ojos bruscamente y lo miró.
–Estabas dispuesto a morirte sin volver a hablarme –dijo sin más–. Hablas con el resto, pero conmigo no.