2011
Los Ángeles, California
A Toni lo despertó el rugido de su propio estómago. Parpadeó, totalmente confundido, y se dio cuenta de que se hallaba en el sofá de la sala. Se incorporó, y sus ojos se posaron de inmediato en los dos vasos vacíos de tequila.
Y entonces lo recordó todo. Por un momento pensó que había sido solo un sueño, pero no. Chris Hughes realmente había estado en su casa. Habían dormido juntos en aquel mismo sofá. Chris Hughes le había dicho que lo extrañaba.
Algo mareado por la conmoción, Toni se levantó y se dirigió a la cocina, pero se detuvo a medio camino.
El aire olía extrañamente a… Pero no podía ser.
¿Y eso era música?
La garganta se le secó. Sus rodillas se tambalearon, pero Toni se obligó a respirar hondo. A mantener la calma.
Seguía allí.
Por algún motivo, había esperado que Chris se fuera sin decir nada más. Después del momento de debilidad de anoche, las cosas serían demasiado incómodas hoy. No tenían ningún tipo de vínculo, hacía años que no intercambiaban una palabra. Lo de ayer había sido un error, un desliz que Toni estaba dispuesto a pasar por alto.
Pero parecía que Chris no.
¿Qué está pasando? Se preguntó Toni, al borde de la histeria. Chris sabía que estaba bien, era el único motivo por el que había ido a su casa en primer lugar. Ahora podía largarse y fingir que no había pasado nada. Podían seguir actuando como si estuvieran felices sin el otro.
¿Por qué se había quedado?
Había pensado que Chris sería como Andrew, como Alice Miller. Como la misma Diana Jiménez. Había pensado que podría distraerse con él un rato y luego volvería a sumergirse en su miseria.
Chris nunca había sido como ellos. Y Toni había sido un completo estúpido solamente por pensarlo.
Soltó el aire de sus pulmones lentamente, obligándose a ser valiente, y entró a la cocina.
Lo asaltó de inmediato el olor a tortillas de verde friéndose en la sartén, inundando el ambiente con su calor y aroma a queso derretido. Born this way, de Lady Gaga, sonaba a todo volumen desde el ipod que descansaba junto al microondas.
Toni no entendía nada.
Y debía de seguir soñando, porque Chris Hughes estaba en su cocina, de espaldas a él. Llevaba puesto un delantal (su madre se lo había regalado hacía mucho, pero Toni jamás lo había usado) y estaba bailando alegremente mientras daba vuelta a las tortillas.
Y era una escena tan cotidiana y al mismo tiempo tan desubicada, tan ridícula y anacrónica; Toni no sabía cómo lidiar con algo así.
Carraspeó, pero la voz de Lady Gaga opacó el sonido y Chris no se dio por aludido.
Volvió a intentarlo, dando otro paso hacia el interior de la estancia y arrastrando una silla a su paso, esforzándose por ser escuchado. Chris se dio la vuelta, espátula en mano, y su baile improvisado se detuvo súbitamente.
Se miraron. Los recuerdos de la noche anterior perfectamente presentes entre ellos.
–Buenos días –saludó Chris con cautela–. Preparé el desayuno.
Toni lo había notado. Sabía además que tuvo que haber salido a comprar los ingredientes, pues su nevera estaba vacía. Había salido, y había decidido volver.
Y de entre todas las cosas, había decidido preparar tortillas de verde.
Un mensaje claro: no lo he olvidado.
–Gracias –contestó. Le picaba la garganta–. Se ve delicioso.
Chris se permitió una sonrisita débil, luego se dio la vuelta y apagó la hornilla. Lo único que oía mientras Chris servía las tortillas, era la insólita voz de Gaga cantando don’t be a drag, just be a queen.
Era demasiado absurdo para ser real.
Chris depositó un plato humeante frente a él, y sólo el aroma de las tortillas de verde lo hizo sentir mejor. Lo devolvió a su infancia en Miami, cuando las cosas eran sencillas, cuando todo aquello era un juego y un sueño imposible, cuando no estaba roto. Cuando tenía esperanzas.
Alzó la vista con timidez, a tiempo de ver que Chris tomaba el ipod de su base y pausaba la música. A continuación se sentó frente a él. Esperando.
Porque ambos sabían que le correspondía hablar a Toni.
Chris había dejado sus fichas al descubierto. Había sido honesto. Maldita sea, sí que lo había sido.
Toni lo contempló con fascinación, con incredulidad. Este chico realmente había aparecido en su puerta después de ocho años, llorando desconsolado ante la idea de que pudiera ocurrirle algo malo. Le había confesado que lo extrañaba, le había preparado su desayuno favorito.
Toni bajó la mirada. Había sido terriblemente estúpido al pensar que acabaría ahí. Chris jamás se iría después de lo que le había dicho, después de haber comprobado realmente la situación.