1998
Chicago, Illinois
La puerta de los sanitarios se abrió de golpe, y Toni alzó la mirada, parpadeando para apartar el agua que le había entrado a los ojos. Chris se había detenido justo a la entrada, tenía los brazos cruzados y lo observaba en silencio. En sus ojos claros, Toni vio el mismo pesar y frustración que él sentía.
Por una vez, no estaba sonriendo.
Se miraron sin decir nada. Toni, con el rostro húmedo por el agua del grifo, las manos apoyadas sobre el lavamanos y la mandíbula tensa. Chris, con pose inquieta y expresión indecisa.
No hacía mucho que habían empezado salir, poco menos de tres meses, pero las circunstancias especiales que rodeaban toda su relación los habían transformado a ambos. Permanecer juntos se había convertido en una decisión consciente, en algo que elegían todos los días, aún cuando ambos sabían que lo más sensato sería dejarlo. La mayoría de las parejas se permitían un tiempo para explorar, para tontear y conocerse mejor sin comprometerse demasiado el uno con el otro; pero Toni y Chris no podían tener eso. No podían, porque cualquier error podría arruinarlo todo.
Ambos sabían lo que estaban apostando, ambos sabían lo que estaban sacrificando. Ambos sabían que aquello podía terminar muy mal.
Pero lo habían elegido de todas formas.
Lo habían elegido, y lo seguían eligiendo. Y eso decía mucho de los dos.
Toni tragó saliva. Todavía tenía la cara bastante mojada, y esperaba que no parecieran lágrimas. No quería parecer débil. No quería que Chris pensara que no estaba a la altura de la situación. No quería que pensara que podría echarse para atrás.
En el mismo instante en que Toni alargó la mano para tomar una toalla desechable, Chris dio un único paso hacia él. Ambos volvieron a quedarse quietos.
Toni suspiró.
–Lo siento –murmuró, secándose la cara con algo de brusquedad–. No quería ser tan agresivo. Simplemente… Esto de las entrevistas no se me da muy bien.
Chris desdeñó sus disculpas con un gesto vago.
–Lo hiciste genial. –Dijo, y sonaba sincero–. Lo que dijiste sobre Courtney… fue muy valiente. Ella lo apreciará.
–Ya, pero luego fui demasiado cortante cuando preguntó por nosotros. –Apartó la mirada y halló su rostro cansado en el espejo–. Él sólo estaba bromeando.
Chris se encogió de hombros.
–Fue un poco idiota de su parte. –Repuso con lentitud–. Tú también lo sabes. No te culpes por eso.
Se quedaron en silencio otra vez. Chris se había detenido en el centro de la estancia, a medio camino entre la puerta y Toni. Toni lo observaba de reojo desde su lugar frente al espejo, mientras fingía acomodarse el cabello.
–Fue horrible. –Admitió Chris al fin, con los hombros hundidos–. Nadie tiene derecho a preguntar algo así. Nadie tiene derecho a obligar a alguien a… a confesar algo para lo que no está preparado. Ni siquiera como broma.
Toni cerró los ojos un instante.
La situación era espantosa, pero al menos era un alivio no ser el único al que le afectaba.
–Lo sé –murmuró, y se giró hacia él–. No dejo de pensar…
Pero se quedó callado.
Ahí estaba su mente otra vez, dándole vueltas a ideas absurdas y contraproducentes. Tenía que dejar de pensar tanto.
–¿Qué? –preguntó Chris, mirándolo con curiosidad.
Toni suspiró y apoyó la espalda contra el lavamanos, enfrentando a su novio.
–No es justo. –Dijo–. Si fuéramos una pareja heterosexual, a nadie le importaría. Esto no sería un problema. Nada de lo que nos ha estado comiendo la cabeza estaría allí en primer lugar.
Chris se rascó la nuca, apartando los ojos de él. Y entonces Toni recordó lo que le había dicho hacía un par de semanas: Sería más fácil. Tú odias mentir.
Soltó un bufido exasperado.
–No me refiero a eso –siguió, aunque Chris no había dicho nada–. Tú no eres el problema. ¡Es el mundo! ¿No lo ves? Sólo tenemos que escondernos porque otros lo dicen. Es absurdo.
–Toni…
–¡Es absurdo! Una persona heterosexual jamás tendría que preocuparse de hundir su carrera sólo por tener pareja. Una persona heterosexual puede salir con cualquiera que le apetezca y gritarlo a los cuatro vientos y nadie va a decir nada.
Se dio cuenta de que estaba temblando, pero no supo cuándo había comenzado. Chris se le acercó con ojos preocupados. Le posó las manos sobre los brazos, tratando de tranquilizarlo con caricias.
–Lo sé, Toni –susurró, juntando su frente con la de él–. Es injusto. Pero es que no podemos hacer nada.
–¿Por qué no? –replicó Toni, con más furia de la que pretendía–. ¿Por qué? ¿Por qué hay que dejarlos ganar?
Chris se mordió el labio. Tenía el ceño fruncido. Por una vez, parecía tener problemas para encontrar las palabras.