Tierra de prodigios

DOS

Aquel niño pasaba las tardes sentado en el patio mirando a las palomas, y hasta ahí le llegaban los gritos revueltos con risas, de los niñoshombre y de los niñosburro cargados de leña, que todos los días jugaban afuera, y con cuánto entusiasmo, a la vida, a que andaban en el monte, a que cortaban árboles, a que iban por los pueblos vendiendo mercancía... pero él prefería quedarse en donde estaba, y seguir intuyendo que algún día le crecerían alas.

Siempre pensó que de seguro habría otras cosas en el mundo, algo que él pudiera hacer en el futuro y que fuera, si no más agradable, al menos diferente a lo que hacían todos los hombres de su pueblo, pero no sabía qué, y aunque en algún momento de su infancia su mente se rozó con una idea, no pudo contrariar a su destino.

Entonces no tenía todavía la suficiente edad para entender que, gracias a ese oficio, durante varias generaciones su familia había logrado sobrevivir e incluso, ya tenía consolidada una cierta medianía, en ese lugar tan lejos de todo y perdido en la nada, en el que lo más difícil era, precisamente, sobrevivir. Como tampoco para saber que en Santanita de la montaña, desde los tiempos de su abuelo, a los Laya se les reconocía como a los mejores burreros y, más recientemente, al difunto Hipólito Laya, su padre, de quien aún se recordaban insólitas historias que le dieron fama por toda la región, aunque algunas de ellas, muy a su pesar y con su propia piel, Fortino las conoció. Desde niño le tocó acompañarlo, innumerables veces, en su largo caminar por esos montes, y fue testigo atento de muchas ocasiones, en las cuales su padre se tuvo que enfrentar a lo negro de la noche, al aullido del lobo, al trueno desgarrando el cielo, con aquellos imponentes y estruendosos rugidos de luz que desgajaban árboles, que cimbraban por debajo de sus pies el pedazo de universo por el que iban caminando, para luego convertirse casi siempre y de golpe en fortísimos chubascos que dolían por despiadados, en aquellas interminables tormentas que hacían que se sintiera con mayor intensidad y como un sólo sentimiento, el frío que ya traían metido hasta los huesos y la inmensa y dolorosa soledad que cubría toda la sierra. Así fue aprendiendo los secretos de la montaña, esa fue su preparación.

Y fue a ese hombre rígido y callado, llamado Hipólito Laya, al único a quien alguna vez Fortino le confesó, lo que después nunca a nadie más le confiaría: que él no quería ser arriero, que aspiraba a hacer algo distinto con su vida.

-¿Y qué, si no?, le preguntó entonces su padre, dejando de hacer súbitamente lo que estaba haciendo, lo cual no era muy común en él, y encarándolo con toda su hosquedad.

-Tal vez... yerbero, le expuso Fortino, titubeando, y no sólo por su característica timidez, la que invariablemente tendía a magnificarse cuando estaba junto a él, sino por un miedo instintivo a la respuesta que ya estaban teniendo sus palabras, pues recién habían empezado a hablar, y ya estaba sintiendo esa dureza en la mirada de su padre que le intimidaba tanto. Así que ya no terminó de decirle que a él le gustaría, no sólo ser yerbero, sino ser en todo como el viejo Cirilo, aquel medio pariente de su madre.

-¿Como Cirilo?, le respondió muy enojado su papá, quien ya empezaba a adivinarle el pensamiento, y lo miraba ahora sí tan duramente como lo percibió Fortino, para luego remarcar esa dureza, con un dejo de rechazo e ironía en sus palabras, ¿como ese viejo holgazán que es capaz de todo con tal de no trabajar?

Y desde ese momento, ya no hubo manera de que llegaran a ningún entendimiento puesto que, cuando de Cirilo se trataba, su padre solía ver todo con los otros ojos, con los de ver las cosas diferente. Para él, Cirilo no era sino un charlatán, un engaña tontos quien por miedo al trabajo duro había inventado que sabía curar.

-Pero él sabe curar, trató de insistirle Fortino, su trabajo es bueno, es como la yerba que cura a la gente.

-¿La gente?, le contestó entonces su padre en una explosión, ¡burros debería de curar!

Por eso lo detestaba Hipólito. Porque un día en el pasado Cirilo se negó a curarle a su burra, la Nopalona, la que después se le murió, y dos años tuvieron que pasar para que él pudiera terminar de pagársela a don Nicolás. Desde entonces, la sola mención de la palabra yerbas le traía el recuerdo de Cirilo y, Cirilo para él, estaba descalificado. Siempre midió la hombría de todos los hombres, con una vara que servía para medirles el sudor.

-Antes, la medicina era el trabajo, continuó diciéndole, aunque cada vez más alterado, ¡antes, qué médicos ni qué nada, el trabajo era lo que había para no enfermarse!, y la voz se le fue endureciendo paulatinamente, hasta volvérsele como una piedra, y con ella golpeó con fuerza los sueños de Fortino.

El niño solamente había tratado de exponerle, tal vez con débiles razones, la poderosa inquietud que él sentía. Y sería que no fue claro en su planteamiento o que lo hizo en mala hora, o quizás que su destino no estaba contemplado para tener plasticidad, pero lo cierto fue que Hipólito no tuvo la paciencia ni la capacidad para comprender qué era lo que él necesitaba.

El sólo hecho de pensar que Fortino, su único hijo, era un haragán, lo había puesto furioso. Eso nunca había pasado con un Laya. Pero su rabia fue aumentando y perdió la proporción al saber que el niño, además de estar pensando en la holgazanería, quería dedicar toda su vida a la inútil profesión de curandero, exactamente como ese Cirilo a quien él tanto detestaba. Y como Fortino siguiera insistiendo, argumentando inocentemente que a él no le interesaban ni la sierra, ni los burros, ni el estar pensando todo el tiempo en términos de leña, Hipólito llegó a una fatal conclusión que ya no pudo soportar: que la razón del niño, por la que estaba tratando de cambiar su porvenir, se llamaba miedo. Y eso, ¡que su hijo tuviera miedo a la montaña, él no lo podía aceptar! Fue el día cuando le dio aquella terrible paliza, con la que logró no únicamente que el niño se alejara de sus sueños, sino que los borrara para siempre de su mente y que nunca más los volviera a mencionar.



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En el texto hay: viaje, drama, amor

Editado: 23.11.2023

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