Tierra de prodigios

DIECINUEVE

Una vez pasada la incómoda tensión que provocó el malentendido de los sueldos, con todo y que María autorizó el pago completo que los santanitenses reclamaban, durante las semanas que siguieron, tanto en la obra como en el pueblo, en el aire quedó como flotando, muy sutilmente, la materia intangible del resentimiento, misma que algunos de ellos continuaron incubando en su mente y en su pecho, para luego verterla sin mucha discreción en contra de Fortino, lo que vino a empeorar algo que por entonces él ya estaba percibiendo: que cada vez sentía más grande el tamaño de sus días. Y eso se le magnificaba con el paso de las horas aunque éstas, al igual que antes, bajaban ligeras resbalando por la montaña, una seguida de la otra, y entraban como siempre a merodear por Santanita, siguiendo la rutina de costumbre y sin detener su marcha sobre el mismo derrotero, el que después las llevaría hacia otros pueblos más abajo y luego más allá, pero al pasar por el sitio donde estaba Fortino, súbitamente perdían velocidad y para él, sólo para él, pasaban con lentitud. Aunque esa situación no era tan grave o algo que Fortino no pudiera soportar, porque aparte de aquel tiempo, aparentemente inmóvil, que a veces parecía que se negaba a transcurrir, aún tenía la construcción de su casa nueva y ésta le ocupaba casi todo el pensamiento. Y no era la obra, por la obra en sí, con sus muchas complicaciones diarias, sus pequeños logros o sus muy escasas alegrías, la que lo obligaba a pensar constantemente en ella. Como tampoco lo era el hecho de ser el propietario de un proyecto, que se había convertido en un tiempo muy corto en el eje de su pueblo, no obstante que esa casa, con todo lo inexistente que era todavía, al ser el centro de la atención colectiva, a él lo transformaba en una especie de imán de las miradas, de los comentarios, de la envidia y de la burla de todos los demás. Más bien, lo que ataba su mente a esa construcción informe era otra cosa: para él pensar en su casa, con todo y que ésta aún no estaba bien definida en el espacio, significaba pensar más en María, hablar más con María, estar con ella.

Sin embargo, había ya otros motivos que frecuentemente lo enfrentaban con el mundo, con su realidad.

Uno de ellos, el más terrestre e inmediato, era que no le gustaban los cambios que empezaron a operarse en todo el pueblo. Nunca se imaginó que con la llegada de toda esa gente que vino de fuera, también iban a llegar otro tipo de ideas y menos, que una vez que éstas fueran sembradas en Santanita, se iban a multiplicar. Así, ante la gente nueva y sus necesidades, nacieron muy pronto en el pueblo dos o tres lugares de venta de comida, otro de renta de techo y un lugar para dormir, y uno más de lugar para dormir con compañía, y con los sueldos que corrían en esos tiempos, a nadie parecía importarle pagar por ese servicio un razonable sobreprecio. Al menos eso fue lo que le dijeron que pasaba por las noches en la casa de Ataola y de Eufrasia, las dos únicas hijas de Camilo Aniversario, el afilador. Ellas dos, tras la reciente muerte de su padre se habían quedado solas, completamente aisladas allí en su casuchita que era la última del pueblo, bastante más allá de la barranca, y además en la miseria. Porque los siete pesos con ochenta y seis centavos, que fue lo que reunieron con la venta de toda la herramienta y las cosas del difunto, se les redujo mucho con los gastos del entierro y lo poco que quedó, con el paso de los meses ya lo habían agotado. Así que para ellas, la llegada de esa gente que vino de fuera y de tanto dinero como el que ahora circulaba libremente por el pueblo, había sido como hallarle una salida a un problema que no tenía solución. Pero Fortino no quiso ir a verificarlo. Le dijeron cómo y cuánto y por qué servicios cobraban e incluso, cuáles otras mujeres del lugar también iban por las noches a esa casa, y sencillamente lo tuvo que creer:

-El mundo se va a acabar, María, le informó con un poco de vergüenza, a su mujer, después de que lo supo, lo bueno es que ya no estás aquí y ya no te tocó ver éstas cosas, pero ahora, en Santanita, María, se compra y se vende la carne de mujer.

Otro motivo que lo inquietaba y que por lo regular le causaba un malestar muy parecido a la tristeza, además de que le lastimaba llegaba siempre sin avisar, en cualquiera de los raros momentos en los que no estaba pensando en María o en su casa, y no lograba identificarlo. Sólo sabía que tenía la consistencia de un vacío, como la de un pequeño hueco que de pronto le nacía entre el corazón y la garganta, y que lo obligaba a separarse de los demás cuando intuía su presencia, cuando sentía que sus ojos comenzaban a brillar. Y esa sensación que tanto le molestaba, más que nada porque no la comprendía, carecía también de un nombre que le permitiera definirla, para así poder buscar alguna planta que le diera algún consuelo contra aquel padecimiento, porque cada día que pasaba, le pesaba mucho más. Pero entonces, cuando esto le sucedía, se llevaba su nostalgia hasta una orilla del terreno o un poco más allá y ahí, unas veces debajo de un árbol y otras veces sentado en una piedra, se ponía a pensar en sus recuerdos hasta que reencontraba su niñez y en ese sitio, por lo general se tropezaba con Cirilo, con el viejo Cirilo, su amigo, y siempre sin notarlo en él hallaba el alivio que necesitaba.

 



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En el texto hay: viaje, drama, amor

Editado: 23.11.2023

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