Tierra de prodigios

VEINTIÚNO

Los ruidos abrían las mañanas y ya no cesaban de brincar la barranca todo el día, y también todo el día regresaban, como si los muertos de enfrente respondieran, melancólicos, quebrando en ecos los sonidos de su voz. Entonces los meses habían roto la pendiente, sobre la tierra crecían adobes de la misma tierra y el pozo estaba ya por estrenar cubeta nueva sobre el brocal. Terminaba mayo, pero igual que en los primeros días, cuando Fortino pidió veinte mulas para que trajeran de los pueblos de abajo, tierra tepetatosa y paja para el adobe, ahora llegaban a diario las treinta y dos que fueron necesarias, según los cálculos de Gumaro, para transportar toda la madera que se había ido ocupando, en esa maraña de andamios que rodeaba por todos lados la casa, y la que paulatinamente se iba convirtiendo en vigas y en duelas, en puertas y ventanas. Y fue por ese tiempo cuando empezaron a notarse los defectos de la obra, los que solo Álvaro Zorrilla conocía, y aunque estos se debían más que nada a Gumaro, a su inmadurez como constructor, en algo influyó también aquel deseo de última hora de Fortino, de cambiar la orientación de la fachada, nada más para que el frente de su casa se pudiera ver desde el panteón:

-Y que su sola vista sirva, como le dijo entonces a Gumaro, señalando con la mano al cementerio, para alegrarles un poquito la mirada a los de allá.

Porque Gumaro decidió, a raíz de aquella orden, comenzar la construcción por la fachada es decir, justo en el punto del terreno donde éste era más bajo y de ese lado, una vez pasado el tiempo, la casa quedó de dos plantas como la quería Fortino pero, pendiente arriba, donde el lote colindaba con la calle, lo que tendría que haber sido la parte trasera del segundo piso, no sólo dejó de ser planta alta sino que además quedó levemente hundida. Y todo porque a Gumaro nunca se le ocurrió pensar que, si empezaba a edificar por la parte más baja del terreno, conforme fueran avanzando hacia la zona elevada, la casa conservaría todo el tiempo su horizontalidad y, en aquel extremo, quedó prácticamente incrustada en el suelo. Por eso ya no hubo dónde hacerle una entrada razonable de ése lado, que era el único que unía la casa con la calle, pero una vez que descubrieron el defecto, lo arreglaron fácilmente colocando una pequeña puerta que quedó medio escondida, bajando varios escalones desde el nivel de la calle, en el muro de una de las habitaciones de aquella presunta segunda planta, que ahí había quedado como engarzada en la tierra. Y en contrapartida, del otro lado, en la vista que daba a la barranca, Fortino mandó a instalar el portón más grande y hermoso de todo Santanita, aún sabiendo que nunca lo usaría o si acaso, solamente en aquel día en que la muerte lo viniera a buscar. Y aunque ese asunto de la puerta hacia el panteón era del todo previsible, con las ventanas exteriores fue más bien un accidente que al final quedaran todas mirando hacia ése lado. En cambio, el que no se hubiera hecho, en su momento, la fuente de los sueños de Fortino en el centro de su patio, no fue visto ni quedó como un defecto, pues Gumaro logró convencer a su patrón de que las fuentes sólo lucen en los terrenos planos y que ahí, hicieran lo que hicieran, siempre estaría inclinado. Pero además hubo otro error muy importante y éste fue sencillamente por olvido: tanto a Gumaro como a Fortino se les olvidó señalar en dónde iban las escaleras que unirían ambas plantas y, naturalmente, no se hicieron, y si nadie se percató de su ausencia, fue porque ésta quedó perdida bajo lo intrincado del andamiaje. Luego sería Álvaro Zorrilla el encargado de corregir esa falta y gracias a su pericia, y a que mando derribar parte de un muro y un tramo del techo de uno de los corredores, quedó una escalinata tan perfectamente instalada que más que un parche, parecía como si siempre hubiera estado ahí. Y así fueron surgiendo nuevas fallas, día a día brotaban desperfectos, pero el mejor de todos a los ojos de Fortino, porque secretamente lo dejó muy complacido, fue el error del pozo, ya que lo perforaron en el primer lugar que les indicó Domingo, sin haberlo confrontado con aquellos garabatos que tenían en el papel, y al final quedó con una mitad adosada a la pared en uno de los pasillos y con la otra asomando para siempre hacia una de las habitaciones, y cuando Fortino trató de reclamarle a Gumaro por aquel descomunal descuido, cuando ya estaban construyendo el muro que dividió el brocal, éste hábilmente le explicó que aquello aunque parecía un error, era un defecto calculado, porque él sabía por oídas que era así como lo usaban las personas en las mejores casas de otros pueblos e incluso, y sin saberlo dijo entonces las palabras adecuadas:

-Porque yo he oído, patrón, que así los hacen también en las ciudades, en esas que dicen que existen más allá, ¿no ve que así pueden lavarse sus partes y sus cuerpos sin que nadie los vea?

Y a partir de ese momento perdió toda la fuerza aquel reclamo pues Fortino, realmente entusiasmado con aquella explicación, se puso a admirar su pozo mientras que por su mente circulaban otra serie de recuerdos:

-¿Y si así es en las ciudades, se preguntó curioso, allá en la capital, cómo será el progreso?



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En el texto hay: viaje, drama, amor

Editado: 23.11.2023

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