Camino hacia el albergue de Juneau bajo un chaparrón que vierte torrentes de agua. En la capital de Alaska llueve 223 días al año, y hoy seguro que está lloviendo la cantidad de cuatro días enteros. Llego al albergue empapado y, cuando quiero cambiarme en la habitación, veo que el agua ha entrado en la mochila y no tengo nada seco para ponerme. Cuando deja de llover, bajo a visitar las tiendas de recuerdos de Franklin Street con la idea de encontrar una camiseta de algodón que esté bien seca y un forro polar que me pueda abrigar durante el trekking que tengo pensado hacer a través del Chilkoot Pass. Aunque ya son pasadas las siete de la tarde, las tiendas aún están abiertas, principalmente para beneficiarse de las últimas compras de los turistas que aún no han regresado a sus cruceros.
Las tiendas están orientadas a esta tipología de turista náutico: cosas inútiles a precios desorbitados. Pero si se busca bien se puede encontrar alguna ganga y después de rebuscar un rato encuentro una camiseta económica y un jersey de forro polar con un dibujo tlingit de una orca. En algunas paredes de la ciudad he visto pinturas de animales mitológicos con los típicos trazos de los indios haida o tlingit de la región, y el mismo dependiente que me atiende parece un indígena local. De mediana edad, piel olivácea y cabello negro y bastante largo, me pregunta si quiero que me envuelva las compras para regalo. Le digo que no, que me lo llevo puesto. Le pregunto por el significado intrincado de la decoración de la orca del jersey.
—No tengo ni idea —responde encogiéndose de hombros.
—¿Ah, no? —pregunto sorprendido—. Pensaba que eras un tlingit.
—¿Yo? No, qué va… Yo soy hispano.
—¡Ah! Entonces hablas español… —añado aún más sorprendido pensando que debe de ser mexicano.
—Solo un poquito. En realidad, mis padres eran de España.
—¿Y no hablas español?
—Ya no…
Sacude la cabeza y, después, encogiéndose de hombros a modo de excusa, añade:
—Si no lo utilizas se pierde.
Salgo de la tienda contento por mi adquisición pero del todo desconcertado por mi aparente nulidad a la hora de establecer el origen de las personas que voy viendo. ¡Mira que confundir un español con un indio! ¡Ni que se tratara de un spaghettiwestern! Pero la verdad es que a no ser que los indios lleven algún atributo de su tribu (como algún dibujo tribal en la ropa, el pelo largo o alguna cenefa en alguna pieza de su indumentaria), los ojos más o menos rasgados, la piel amarillenta y el cabello de azabache, no es suficiente para distinguirlo de los mexicanos o de otros hispanos, o incluso de los filipinos. Fácilmente se confunden los tres orígenes por el aspecto físico y, por si eso no fuera suficiente, la posible confusión es aún mayor por el hecho de que los tres tipos trabajan en las tiendas de souvenirs.
Editado: 17.02.2022