Todas las veces que nunca me amaste

Capítulo 2

Jayden no dejo de sentarse conmigo y de hablar después de ese día. Nos volvimos amigos en un instante y yo estaba más que feliz. Hacer amigos estaba siendo algo fácil, según Phobe estaba mejorando y mi amistad con Jayden era una muestra de eso. No interactúe con más chicos de mi clase, él tampoco, pero si salíamos siempre después de clases. Íbamos a comer, a recorrer los monumentos de Florida y hasta fuimos a un bar. Era mi primera vez en uno, y claramente no era mayor para tomar alcohol, solo fuimos a jugar billar. Descubrí que Jayden era fanático y muy bueno, su padre le enseño a jugar. Hablamos de mi familia, de la suya y hasta de mi asperger.

—No pareces tener Asperger —me confeso.

En vez de ofenderme, me reí. Lo decía con sinceridad y la verdad que había gente que tampoco se daba cuenta. Mi autismo se diagnosticó dos años antes de que mama muera, lo cual significaba que era nueva en todo esto. Phobe tuvo miedo que esto empeorara con la muerte de mama, pero no fue así. Si bien me encerré en mi misma, era mi familia la que no superaba que mama se haya ido.

Jayden se mostró comprensivo, y después de mi confección no cambio su actitud hacia mí y no me miro con lastima. Ambos al estar todo el tiempo junto, fuimos asignados al cuidado de los delfines y a su alimentación. A veces estábamos en el laboratorio estudiando las algas marinas para la fabricación de una golosina con nutrientes para los animales, pero siempre estábamos en el acuario.

Las grandes peceras y hasta paredes de vidrios, iluminadas en la noche mostrando la belleza de los peces, de las rayas y hasta de las medusas. Me aterraba darle de comer a las medusas, pero cuando caía la noche y Jayden y yo nos quedamos un tiempo más para ver como nadaban tranquilas e iluminadas con la luz artificial, ese miedo tonto que tenía se evaporaba.

Salía pintarle algunos retratos en acuarela, Jayden decía que tengo un don y que debía ser expresado al máximo. Me gaste todas las acuarelas que el abuelo me regalo cuando le dedique un libro de dibujo de 100 páginas. Le dibuje animales, personas, flores y hasta nos retrate a los dos. Él quería estudiar fotografía, pero también algo relacionado con la biología marina y como tenía 17, pronto tendría que elegir cual iba a estudiar.

—Puedes pedir una beca— le sugerí mientras pasaba el pincel por su muñeca.

—Tendría que hacer el examen el mes que viene.

Nuestra escuela daba becas en las universidades más importantes de Estados Unidos. Nuestro profesor nos dio una guía de preguntas que, si alguien quería la beca, tenía que estudiar para el examen de admisión.

—Tienes tiempo, puedo ayudarte si quieres.

— ¿Tu no lo darás?

—No —suspiro —. Todavía es muy pronto decidir que quiero estudiar.

— ¿O es muy pronto para decirle a tu padre lo que quieres?

—Es más complicado que eso —hago una mueca —. Deja quieto el brazo —lo reto.

—Me dan cosquillas

Estábamos acostados bajo el sol en la terraza del acuario y Jayden me conto que tenía ganas de visitar Londres algún día, entonces tome mis nuevas pinturas y comencé a dibujarle la ciudad de Londres con su gigantesco reloj en su brazo. Estuvo encantado con la idea, y cuando le dije que la pintura no era permanente, estiro su brazo.

—Sigues cambiando de tema.

—Es un tema que no quisiera tocar, por favor.

—Tienes que decirle a tu padre que deseas estudiar realmente —detiene mi mano con el pincel y me hace mirarlo.

—No puedo renunciar a mi título de nobleza. Mi familia no me lo perdonaría, y estoy ya cansada de que me dejen de lado.

—Puedes conservarlo y estudiar lo que quieras.

—También, pero oponerme a mi padre me traerá muchos problemas y no quiero darle más de los que ya tiene.

Jayden me observa en silencio, y decido continuar el dibujo y lo termino. Soplo en su brazo para que se seque más rápido y su piel se eriza.

—No hace tanto frio —me burlo —. Mira, ya está —levanto su brazo y le muestro el dibujo.

El sol nos da de lleno y el dibujo de las torres de Londres se ilumina aún más. Paso mis dedos por su piel y sonrío.

— ¿Qué tal? —le pregunto.

—Demasiado bonito para ser real —lo miro, y sonríe con todos los dientes.

Después de tres meses, mañana volvía a casa.

El tiempo había pasado rapidísimo.

Como era mi último día en América, decidimos no ir a la fiesta de despedida y comprar una pizza para comerla en la terraza, pero antes me propuso otra cosa.

Habíamos terminado las clases cuando a él se le ocurrió la idea de ir al parque de diversiones que quedaba a pocos minutos en trasporte público. Me dio vergüenza decirle que nuca había ido a uno, en Londres no tenía permitido asistir a ese tipo de eventos, así que le dije que sí. Él, en estos últimos dos meses, me conoció mejor que nadie y cuando llegamos, al ver mi cara de asombro y mi emoción, se rio de mí y me dijo que era muy mala mintiendo.

Comí algodón de azúcar y manzana hasta que me dolió el estómago, hasta gane un oso de peluche en un juego de adivinanzas.

—Eres un cerebrito —me empujo con su hombro cuando le regale el premio.

Mi mente me juega una mala pasada y una imagen de Aaron aparece. No quería arruinar la noche recordándolo, había dejado Londres con un gusto amargo en la boca y estando a miles de kilómetros, volvía a saber amargo.

—Tu no ganaste nada para mí —me burlo.

—Los juegos de las ferias están arreglados —se coloca el oso en los hombros, como si fuera un niño y sonrío.

—¿Y entonces como gane yo?

—El tipo del juego no dejaba de hacerte ojitos.

Me sonrojo a sobre manera, y el goza de mi vergüenza.

—Es broma, Tess. El tipo si no te dejaba de mirar pero las adivinanzas las resolviste toda —me toma de la mano y me lleva hasta un laberinto de espejos.

Clavo mis pies en el piso, deteniendolo. 




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