Todas las veces que nunca me amaste

Capítulo 5

No era una persona de fe. En más, no era alguien en que creyera en dios y en su bondad. Pero si acompañaba a mis abuelos a misa. Catedral de San Pablo era la más alta e icónica catedral de todo el país, y la realeza siempre venía a misa los domingos. No me sorprendió ver a los padres de Bruno y a su hermana pequeña, tampoco a mis compañeros de escuela con sus familias, ir a misa era más bien un evento social que un acto de fe. Los flashes de las cámaras me dejan sin ver por un par de minutos, mientras sujeto a mi abuelo del brazo nos hacemos espacio entre la marea de gente. Los padres de Bruno hacen una reverencia cuando nos colocamos a un costado. Su padre, casi idéntico a él, con el pelo rubio y engominado me dedica una mirada completamente seria y asiente con la cabeza a mi dirección. Se la devuelvo, intimidada. La madre de Bruno era pequeña y con el pelo rubio brilloso igual que sus hijos, con el cuerpo flaco y si no fuera por el maquillaje hasta diría decaída. Si algo había sacado Bruno de ella era su mira, por más que él tratara de imitar el carácter de su padre, siempre iba a ser débil de mirada, hasta diría asustado, como su madre. Él parecía no haber venido y aparto la vista cuando mi abuela toma asiento a mi lado.

Mi abuela, Amelie, no me soltó en todo el día. Había llorado, reído y hasta enojado por mi llegada. Mi abuela era así de cambiante. Con sus casi 60 años, todavía conservaba su piel tersa y hasta su físico. Tenía los mismos ojos verdes de mi padre y el pelo, aunque rubio, con canas blancas. A diferencia de otras mujeres de la realeza mi abuela no se teñía el pelo, siempre repetía que no tenía por qué avergonzarse de sus canas. Me sentía orgullosa de ser su nieta.

Mi regalo de cumpleaños fue el lindo vestido blanco ajustado de encaje que estoy usando hoy. Mientras que mi abuelo me regalo una tarjeta en mi librería favorita y un iPad para que busque otras alternativas menos contaminantes para hacer mis dibujos. O si, mi abuelo estaba comenzando a informarse sobre los cambios climáticos del planeta.

El coro comienza a cantar y todos se levantan para recibir la eucaristía. El padre de Bruno espera con su hija en la fila para tomar la eucaristía ¿se consideraba pecado golpear a una mujer y después recibir a dios?

Declino la oferta de mis abuelos para que los acompañe, y me quedo mirando el techo de la catedral. Los mosaicos parecían tener vida propia cuando la luz los reflejaba. Suelto un suspiro, a mi madre siempre le pareció bonito como estaban pintadas las cupulas de las iglesias.

—Es un trabajo muy precioso ¿no cree, mi lady? —la madre de Bruno me sonríe.

—Ya lo creo. Es algo extraordinariamente elaborado.

—Bruno no pudo venir hoy, pero me mando saludos para usted.

Si, claro. Quería decirle que por más que asperger que tenía, podía entender que su hijo no era sincero al mandarme saludos, pero al verla a los ojos y encontrar nada más que sinceridad, le sonrío.

—Muchas gracias. Mándele saludos de mi parte también.

—Es usted una jovencita de exquisitos modales. Fleur la instruyo bien —nombrar a mi madre había tocado una vena muy sensible.

Yo podía hablar de ella, con el tiempo pude, pero cuando alguien no tan cercano a mi lo ponía a escena, todavía dolía como una herida recién echa. Había pasado por tanto que a veces olvidaba lo doloroso que fue cuando el doctor nos avisó que ya no estaba con nosotros. Mama había muerto por una complicación en sus ovarios, tenía que quitárselos porque podía darle cáncer. La cirugía salió mal y mi vida comenzó a decaer después de eso.

Mis abuelos vuelven, y aparto mis ojos de la madre de Bruno. Tenía ganas de llorar, pero eso solo iba a preocupar a mis abuelos.

—¿Quieres ir a tomar el té, corazón? —mi abuela me acaricia el pelo y asiento tímida.

Cuando salimos de la catedral, los paparazzi nos rodean y comienzan a gritar preguntas relacionadas con la profesión de mi abuelo. Nombran también a mi padre y a su futuro dentro de la cámara. Si bien papa era parte del parlamento, tenía empresas petroleras esparcidas por todo el mundo. Mama era la heredera de todas ellas y al morir, papa las comenzó a manejarlas y hasta expandirlas.

Mi abuelo contesta algunas preguntas, y nos toman un par de fotos a los tres. Una vez dentro del auto puedo respirar en paz. A veces pueden ser muy insistentes y era algo estresante. Mi familia, en especial James, estaba acostumbrada. Mi padre solía ir frecuentemente a bailes y cenas benéficas. Mis abuelos habían dejado de hacer eso, con el tiempo entendieron que los medios están más podridos que un cajón de manzanas olvidado.

—Sigues haciendo eso cuando te pones a pensar de más, Tessandra.

Suelto mi pelo y miro a mi abuelo. Desde que tengo memoria, enrollaba mi pelo en mi dedo índice y lo daba vuelvas y vueltas. Solía hacer eso inconscientemente cuando me ponía a pensar en profundidad. Cuando estaba nerviosa, juntaba las manos y las apretaba lastimando casi siempre mis dedos. Mi padre odiaba que hiciera alguna de esas dos cosas.

—Lo siento.

—No tienes que disculparte, cariño. Pensar las cosas nunca es malo —mi abuela me regla una sonrisa mientras me sirve un poco de té.

—Pensaba en la madre de Bruno —me aclaro la garganta.

—Una mujer con clase, pero infeliz por dentro.

—¿Cómo lo sabes?

—Los ojos son la ventana del alma, pastelito —mi abuelo me guiña un ojo—. Puedes saber mucho de una persona con solo observarla.

Sonrío leve.

—Dijo que mama me instruyo bien.

—Es verdad. Tu madre siempre fue una mujer de cualidades extraordinarias —Amelie suspira —. Pudo enseñarte cosas a pesar de partir tan rápido.

—Fleur era ese tipo de persona con la que podías hablar horas y no aburrirte. Tu padre cayo rendido a sus pies del minuto uno.

Amaba la historia de amor de mis padres. Si bien ambos son de la realeza, se enamoraron en un baile caritativo de mi abuelo. Mi madre siempre me decía que no esperaba enamorarse de mi padre porque el que iba a ser su esposo, estaba esa noche esperando por ella. Mis abuelos, sus padres, murieron antes de que yo tenga memoria y no pude conocerlos, pero ella siempre me decía que nunca se opusieron a su relación. Eran solo dos adolescentes de 17 años cuando se conocieron y luego de que mi madre se graduara en la universidad, de abogada, ambos se casaron. Fleur Beauclerk había amado a mi padre hasta sus últimos días de vida, de eso no tenía ninguna duda. Siempre espero a que mi papa estuviera con ella hasta la última página de su vida.




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